Los monstruos de los Alpes

En los Alpes, las condiciones eran las apropiadas para los monstruos, siendo el día más soleado de la temporada. Mientras Suchi esperaba detrás de las bayas de frambuesas, los cruza-montañas se extendían por todo el campo, a cada paso que daban, hacían temblar la tierra en forma sobrenatural. Recorrieron cada hilera de árbol, husmeando hasta en las raíces, con el fin de encontrar frutos para saciar su hambre; cruzaron desde la montaña Tecnisaca hasta el Monte Sijcha con la esperanza de obtener frutos secos, el mismo que era un majar para los monstruos bebes.

Los cruza-montañas se caracterizaban por no relacionarse con otros monstruos. Además, alcanzaban los cuatro metros, encima de su pelaje tenían una vestimenta, elaborada con las hojas del otoño, que remendaban con las del invierno. El vivir en comunidad les había enseñado a valorar a cada uno de sus miembros, por lo que el desapego no era una decisión que quisieran tomar. Sin embargo, Suchi era distinto, él tenía una gran curiosidad por conocer otros seres.

En ese momento, a lo lejos, se escuchaban disparos y gritos de personas, bastante alteradas, de inmediato el líder de los cruza-montañas, Feirras, alertó a su comunidad que se escondieran hasta último aviso. En el momento en que todos se disponían a llegar a la montaña que se iluminaba de un carmín, su hogar, Suchi se quedó enredado en una trampa, que nunca advirtió. Con el ruido de las personas, que estaban cada vez más cerca, y el sonido de los disparos, nadie acudió a socorrer a Suchi, por más que gritaba.

Cuando llegaron unos hombres armados, el monstruo atrapado temía por su vida. Aquellos, con el fin de salir de ahí, empezaron a atarlo cuidadosamente para no lastimarse con aquella bestia. Entre tanto, unos hablaban de negociarlo, otros de comérselo, y algunos de regalarle a su majestad, el rey de Stubay. Una vez atado, lo llevaron arrastrándolo entre 4 hombres, ya que era muy pesado. A pesar de que lo doloroso que era para Suchi, él no intentaba atacarles.

El día se desteñía para transformarse en noche, llena de mucha nostalgia, que avizoraban las aves Gruya con su cantar, ellas eran las encargadas de entonar las melancolías que acompañaban al reino de Stubay. Siendo un día muy cansado para los cazadores de monstruos, decidieron dejar atado a Suchi cerca de la pileta que estaba al frente del palacio, lo ataron a un fierro incrustado en la tierra, con unas cadenas, lo suficientemente gruesas como para que no escapara.

En las mañanas la princesa Aisle, tenía por costumbre meditar cerca de la pileta, porque sentía que eso le ayudaba a calmar su ansiedad y que el sonido del agua le daba cierta paz. En el reino los pobladores la nombraron la princesa con “corazón de oro”, puesto que ella era muy bondadosa; cuando se disponía a hacer sus ejercicios, abriendo la puerta principal del castillo, pega un grito desgarrador, ya que nunca había visto ese tipo de monstuo, además se encontraba algo estupefacta, porque era partidaria de que son seres que tienen que vivir en libertad y prohibir su caza, era algo que había negociado con su padre, el rey.

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