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Los putos no lloran


Enviado por   •  4 de Junio de 2017  •  Tarea  •  754 Palabras (4 Páginas)  •  102 Visitas

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Los putos no lloran

Tenía unos 9 años, y había un chico en el barrio que era muy puto, bah, así dicen. En mi barrio casi todos éramos putos; era puto el que le contaba a su mamá la cagada que nos mandábamos, era puto el que no quería jugar a una cosa u otra, era puto el que llegaba último al arco antes de un partidito de fútbol, y obviamente ese tenía que atajar primero, por puto. Por ahí el que empezaba atajando metía el gol para ganar y se redimía, se olvidaba todo por arte de magia, yo que sé. En esas épocas nadie se salvaba de ser puto, nunca faltaba la odiosa frase que cuando la leías, automáticamente eras puto.

Pero él tenía unos 6 años, yo ya era el más chico de la barra, así que podrán imaginarse que él era muy puto. Siempre atajaba, siempre su mamá le sacaba información de lo que hacíamos, siempre le pasaba algo y caía la responsabilidad sobre nosotros. Cuando hablo de nosotros me refiero a mí, y al menos, alguien más; un alguien cualquiera, a veces nosotros éramos 20, y a veces 2, pero en todos los casos estaba él y yo. Éramos unidos creo, los dos más chicos, pero había una enorme diferencia: él era indefectiblemente muy puto y yo trataba de no serlo tanto.

Era un chico claramente menor desde lo físico, flaquito, petisón, una piel muy blanca casi transparente que hacía que su cuerpo se viera rayado a lo largo y ancho por kilómetros de venas, infinidad de lunares, unos ojos claros y por supuesto, una cabeza amarilla. En eso último nos parecíamos, de hecho éramos los únicos, casi como si fuésemos familia.

Así empezó el final de mi niñez, yo siempre sería un puto por juntarme con él, pero nunca sería el más puto, así que estaba tranquilo. De hecho no tenía nada de malo, hasta ahí las consecuencias eran: atajar primero, que te pasen a buscar al último, ir a buscar la pelota cuando se iba lejos; y en el peor de los casos, tocarle las palmas a la vecina a la hora de la siesta para pedirle que nos la pasara cuando caía en su jardín. De alguna manera yo cobraba doble, siempre lo acompañaba cuando tenía que hacerlo él, si es que lo dejaban jugar; pero no me molestaba, la vecina ya me conocía y el almacenero me regalaba unos caramelos de tanto verme ir y venir a cada rato.

Un día él estaba en mi casa, iba muchísimo a jugar Sega conmigo. Casi todos los días tenía motivos para llorar y ese día fue por algo de turnos dobles creo, yo canté “dos para mí y uno para ti” o algo así. Las reglas decían que si alguien cantaba eso primero, podía jugar dos turnos por cada uno del otro. En ese momento un familiar nos miró por la ventana que daba a la vereda y nos dijo a los dos, pero hablándole a él “dejá de llorar, que los machos no lloran”. Yo que tenía ya unos 12 años estaba aprendiendo a traducir lenguaje adulto, y le acababan de decir ‘no seas tan puto’.

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