Muerte de Ruben Dario
Enviado por tereza97 • 16 de Noviembre de 2015 • Documentos de Investigación • 1.969 Palabras (8 Páginas) • 491 Visitas
Agonía, muerte y funeral de Darío 47 De la mano de escritos de testigos de la muerte de Rubén Darío, fotografías y testimonios de estudiosos de la vida y obra del poeta, LA PRENSA revive el dramático final del Príncipe de las Letras Castellanas Relata Carlos Cuadra Pasos, en su libro Cuando el cadáver llegó a la Catedral y ya dentro de ella, la gente se apresuraba a coger flores de las andas, hojas, pétalos, y se los llevaban con devoción, como reliquias de un santo”. José Adán Silva Fueron seis meses de sufrimiento en los que ardió de rabia, dolor y odio contra los médicos, la sociedad y sus autoridades. Alucinó en su agonía, luchó y protestó a más no poder contra los médicos que lo atendían, se quemó en fiebre, sangró y emanó líquidos, y cuando finalmente comprendió la inminencia de su partida, aceptó recibir el sacramento de la extrema unción, heredar sus bienes y despedirse del mundo que luego habría de rendirle honores póstumos. ¿Cómo fue el final de los días de Rubén Darío? “Más dramáticos y tristes que una novela de terror no podían ser”, dice el doctor Carlos Tünnermann Bernheim, un profundo estudioso de la vida y obra del poeta nicaragüense. De entre tantas versiones, detalles y rumores que se dijeron y escribieron sobre el final de Darío, Tünnermann da mayor crédito a la crónica testimonial escrita por el periodista y escritor Francisco Huezo (1862-1934), amigo de Darío hasta su muerte, quien revela con toda claridad el drama que sufrió el bardo en el crepúsculo de su vida, al que llegó, dicho sea de paso, con total conciencia pese a lo menguado que estaban sus dones intelectuales. Vuelta a casa a morir En 1915, Darío ha decidido regresar de Europa a su tierra buscando la paz y el descanso, puesto que en el llamado Viejo Continente se vivían agitados tiempos de un conflicto político iniciado con la Primera Guerra Mundial en 1914. A su paso a América, Darío enferma gravemente de los pulmones en Nueva York y sufre de dolores y malestares en Guatemala, hasta donde llega a traerlo su esposa Rosario Murillo de regreso a Nicaragua. Tras ser recibido con honores bajo el título de Príncipe de las Letras Castellanas, elogios que molestan el irascible estado de ánimo de Darío, el poeta llega a Managua a gestionar salarios vencidos que le debe el Gobierno, a contactar a viejos amigos y buscar alivio a sus males de salud, pese al miedo y odio que sentía por los médicos. Según el relato de Huezo, al 19 de diciembre de 1915, Darío ha sufrido noches de fiebre hasta de 39 grados, dolores estomacales que los médicos achacan a cirrosis hepática, causada por la enfermedad del alcoholismo que ha padecido el poeta. NI MUERTO LO DEJARON EN PAZ... Relata Carlos Cuadra Pasos, en su libro Cabos Sueltos de mi Memoria , que cuando Rubén Darío murió, los médicos y algunos parientes cercanos, se disputaron horriblemente los restos mortales del poeta, peleando por el corazón y el cerebro. “Se hicieron locuras en presencia del genio ya apagado de Darío. Al preparar el cadáver para un largo velatorio, le arrebataron el cerebro, con el fin de buscar en aquella masa de materia, la cuerda de la lira insigne. Lo irrespetaron al extremo de llegar a un momento de no saberse dónde estaba el auténtico cerebro del poeta”, relata Cuadra Pasos en su testimonio. Francisco Huezo en su crónica relata que el corazón se lo quedó el doctor Debayle: “Fue colocado el corazón en un vaso de cristal con formalina. Se lo reservó el doctor Debayle. Las otras vísceras fueron depositadas en un menudo ataúd y el señor Murillo (Andrés, su cuñado) les dio sepultura en el Cementerio de Guadalupe, al lado de los restos de doña Bernarda de Sarmiento, tía de Darío”. Sin embargo, el cerebro desapareció y en un pleito por su búsqueda y recuperación, terminó en la estación policial hasta que el presidente de la República intervino y ordenó devolvérselo a la viuda, Rosario Murillo, quien lo habría reclamado con un dramático telefonema al director de la Policía: “Sr. director, es un escándalo y profanación que el cerebro de Rubén esté en las oficinas públicas, escándalo y profanación”. La historia no terminó ahí, puesto que luego, Murillo donó el órgano a un médico de Granada, pero las versiones posteriores, según Carlos Tünnermann, indicaban que el cerebro donado en realidad era de una mujer segoviana que había muerto de una enfermedad llamada macrocefalia, en el hotel San Vicente, y que el verdadero cerebro de Darío quedó muchos años oculto en la clínica del doctor Debayle, hasta que fue entregado muchos años después para sepultura en la Catedral de León, donde reposan los restos del poeta. Su estado físico, descrito en la crónica de Huezo, es deplorable: “Flojas las mejillas, hundidas, hinchados los párpados, el cabello entreverado de canas, un círculo de calvicie, como una tonsura, le dan aspecto de un alto monje oriental clavado en la roca del dolor, cuando no el de un semidiós vencido, por obra milagrosa de la pena. Habla con trabajo: ‘Me siento fatal, fatal. Ya lo ves. La noche ha sido pésima. Tengo fatiga, una desesperante fatiga. Por otra parte, estas náuseas y este dolor en el estómago. Mucho tormento además, lo agrio del paladar, estos gases ácidos, me desesperan…’”. Su miedo instintivo a los médicos De acuerdo con los diversos testimonios, Rubén Darío tenía el vientre hinchado y sufría de dolores intensos en el bajo vientre, en su etapa de enfermedad terminal. Viendo que no mejoraba su condición de salud, sino que empeoraba, Darío sugiere, vacilante, llamar de León al doctor Luis H. Debayle, “El Sabio”, para que lo trate como lo decida la ciencia, pero aún con ello, no deja de mostrar su desconfianza hacia los
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