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Paradoja. Diana, una muchacha de veinte años, tenía una obsesión con los espejos


Enviado por   •  28 de Febrero de 2016  •  Trabajo  •  463 Palabras (2 Páginas)  •  248 Visitas

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Paradoja

Diana, una muchacha de veinte años, tenía una obsesión con los espejos: miraba su reflejo constantemente. Acudió a nuestra clínica. Pensando que su problema radicaba en los ojos, explicó al oculista su sentido de la dimensión o de la vista estaba mal. Tiraba las cosas, se golpeaba constantemente; como si hubiese perdido la noción del tamaño del mundo. Se sentía una giganta en un mundo pequeño. Decía que tenía el síndrome de Gulliver. Recordaba la historia del marinero que en su primer viaje, a Liliput, fue víctima de pequeñas personas. El oculista, quien desconcertado checó la vista de Sheila, argumentó que no tenía ningún problema en los ojos; así que la envió a mi consultorio, en el departamento de Psiquiatría.

        Cuando tuvimos la consulta, Sheila tuvo algunos inconvenientes con la silla: se tropezó con ella, al quererse sentar no se explicaba como no podía caber en ella. Poco después del malentendido se dirigió a mí:

-Ayúdeme, doctor Linares, para mí todo es diminuto. Incluyendo su silla, su escritorio, ¡todo! Incluso cuando voy de compras, he intento probarme ropa nueva tengo que pedir tallas más grades que la mía. Todo está hecho para la medida de los liliputienses.

        Era claro que Sheila sufría al no poderse desenvolver en la realidad. Ya que, el oculista había confirmado la salud en sus ojos, el problema, tal vez, se encontraría en la mente de la paciente. Empecé a notar que, a ratos, Sheila disfrutaba de ver su reflejo. Traía siempre consigo un pequeño espejo, como toda chica de su edad, para maquillarse; también caminando si encontraba uno se detenía un breve tiempo para contemplarse. Hicimos varias pruebas, pero lo que más me sorprendió fue su reacción cuando la pesé:

-¡¿Cómo?! ¡Ésa no puedo ser yo, doctor! Yo no soy una gorda de… ¿cuántos kilos dice su báscula? ¡¿80 kilos?! Para nada, debe estar mal.

        Y en efecto, para su edad y estatura era notorio un sobrepeso. La volví a pesar con una báscula diferente, dando el mismo resultado. Ella aún más sorprendida, seguía afirmando que estaba mal calculado, había para ella un error.

        Entonces lo entendí todo. Sheila sufría del trastorno alimenticio llamado “megarexia”. Descubierto por el Dr. Jaime Brugos, dicha enfermedad es propia de personas obesas que se miran en el espejo y no perciben ser obesas; se ven delgadas a causa de la distorsión de la percepción que caracteriza a los trastornos alimentarios. El problema de Sheila radicaba que para ella su cuerpo no era el mismo que los demás veían, por eso no cuadraba en el mundo de los demás: era una Gulliver en un mundo de liiputienses.

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