Prueba De Relevamcia
Enviado por vimariana • 29 de Septiembre de 2014 • 3.592 Palabras (15 Páginas) • 264 Visitas
ROYAL AMERICAN SCHOOL
Departamento de Lenguaje
Miss Mariana Vidal
EVALUACIÓN DE LENGUAJE Y COMUNICACIÓN
UNIDAD 1: “El relato: elementos que marcan la diferencia”
Octavo Año Básico
Nombre:_____________________________________________________ Fecha:25 de marzo de 2013
Puntaje Total: 24 puntos Puntaje Obtenido:____________ Nota :___________
Instrucciones: Lee atentamente toda la prueba antes de comenzar. Desde el momento en que el profesor lo indique, dispondrás de 15 minutos para realizar preguntas aclaratorias.
Debes marcar en el texto la opción que consideras correcta, usando lápiz grafito. Luego, traspasa con lápiz de pasta las alternativas escogidas al cuadro de alternativas que se encuentra en la última hoja de tu evaluación.
I. Lee el siguiente texto y responde desde la pregunta 1 hasta la 12.
“BERNARDINO”
Siempre oímos decir en casa, al abuelo y a todas las personas mayores, que Bernardino era un niño mimado.
Bernardino vivía con sus hermanas mayores, Engracia, Felicidad y Herminia, en “Los Lúpulos”, una casa grande, rodeada de tierras de labranza y de un hermoso jardín, con árboles viejos agrupados formando un diminuto bosque, en la parte lindante con el río […].
Alguna vez, el abuelo nos llevaba a “Los Lúpulos”, en la pequeña tartana, y, aunque el camino era bonito por la carretera antigua, entre castaños y álamos, bordeando el río, las tardes en aquella casa no nos atraían. Las hermanas de Bernardino eran unas mujeres altas, fuertes y muy morenas.
Vestían a la moda antigua —habíamos visto mujeres vestidas como ellas en el álbum de fotografías del abuelo— y se peinaban con moños levantados, como roscas de azúcar, en lo alto de la cabeza. Nos parecía extraño que un niño de nuestra edad tuviera hermanas que parecían tías, por lo menos. El abuelo nos dijo:
—Es que la madre de Bernardino no es la misma madre de sus hermanas. Él nació del segundo matrimonio de su padre, muchos años después.
Esto nos armó aún más confusión. Bernardino, para nosotros, seguía siendo un ser extraño, distinto. […]
Bernardino era muy delgado, con la cabeza redonda y rubia. Iba peinado con un flequillo ralo sobre sus ojos de color pardo, fijos y huecos, como si fueran de cristal. A pesar de vivir en el campo, estaba pálido, y también vestía de un modo un tanto insólito. Era muy callado, y casi siempre tenía un aire entre asombrado y receloso, que resultaba molesto. Acabábamos jugando por nuestra cuenta y prescindiendo de él, a pesar de comprender que eso era bastante incorrecto. Si alguna vez nos lo reprochó el abuelo, mi hermano mayor decía:
—Ese chico mimado... No se puede contar con él.
Verdaderamente no creo que entonces supiéramos bien lo que quería decir estar mimado. En todo caso, no nos atraía, pensando en la vida que llevaba Bernardino. Jamás salía de “Los Lúpulos” como no fuera acompañado de sus hermanas. Acudía a la misa o paseaba con ellas por el campo, siempre muy seriecito y apacible.
Los chicos del pueblo y los de las minas lo tenían atravesado. Un día, Mariano Alborada, el hijo deun capataz, que pescaba con nosotros en el río a las horas de la siesta, nos dijo:
— A ese Bernardino le vamos a armar una.
— ¿Qué cosa? —dijo mi hermano, que era el que mejor entendía el lenguaje de los chicos del pueblo.
— Ya veremos —dijo Mariano, sonriendo despacito—. Algo bueno se nos presentará un día, digo yo. Se la vamos a armar. Están ya en eso Lucas, Amador, Gracianín y el Buque... ¿Queréis vosotros?
Mi hermano se puso colorado hasta las orejas.
— No sé —dijo—. ¿Qué va a ser?
— Lo que se presente —contestó Mariano, mientras sacudía el agua de sus alpargatas, golpeándolas contra la roca—. Se presentará, ya veréis.
Sí: se presentó. Claro que a nosotros nos cogió desprevenidos, y la verdad es que fuimos bastante cobardes cuando llegó la ocasión […].
Bernardino tenía un perro que se llamaba “Chu”. El perro debía de querer mucho a Bernardino, porque siempre le seguía saltando y moviendo su rabito blanco. El nombre de “Chu” venía probablemente de Chucho, pues el abuelo decía que era un perro sin raza y que maldita la gracia que tenía. Sin embargo, nosotros le encontrábamos mil, por lo inteligente y simpático que era. Seguía nuestros juegos con mucho tacto y se hacía querer en seguida.
— Ese Bernardino es un pez —decía mi hermano—. No le da a “Chu” ni una palmada en la cabeza.
¡No sé cómo “Chu” le quiere tanto! Ojalá que “Chu” fuera mío... […]
Y, la verdad, a qué negarlo, nos roía la envidia.
Una tarde en que mi abuelo nos llevó a “Los Lúpulos” encontramos a Bernardino raramente inquieto.
—No encuentro a “Chu” —nos dijo—. Se ha perdido, o alguien me lo ha quitado. En toda la mañana
y en toda la tarde que no lo encuentro...
— ¿Lo saben tus hermanas? —le preguntamos.
— No —dijo Bernardino—. No quiero que se enteren...
Al decir esto último se puso algo colorado. Mi hermano pareció sentirlo mucho más que él.
— Vamos a buscarlo —le dijo—. Vente con nosotros, y ya verás cómo lo encontraremos.
— ¿A dónde? —dijo Bernardino—. Ya he recorrido toda la finca...
— Pues afuera —contestó mi hermano—. Vente por el otro lado del muro y bajaremos al río...
Luego, podemos ir hacia el bosque. En fin, buscarlo. ¡En alguna parte estará!
Bernardino dudó un momento. Le estaba terminantemente prohibido atravesar el muro que cercaba“Los Lúpulos”, y nunca lo hacía. Sin embargo, movió afirmativamente la cabeza. […]
Recorrimos el borde del terraplén y luego bajamos al río. Todo el rato íbamos llamando a “Chu”, y Bernardino nos seguía, silbando de cuando en cuando. Pero no lo encontramos.
Íbamos ya a regresar, desolados y silenciosos, cuando nos llamó una voz, desde el caminillo del bosque:
¡Eh, tropa!...
Levantamos la cabeza y vimos a Mariano Alborada. Detrás de él estaban Buque y Gracianín. Todos llevaban juncos en la mano y sonreían de aquel modo suyo, tan especial. Ellos solo sonreían cuando pensaban algo malo.
Mi hermano dijo:
— ¿Habéis visto a “Chu”?
Mariano asintió con la cabeza:
— Sí, lo hemos visto. ¿Queréis venir?
— Bernardino avanzó, esta vez delante de nosotros. Era extraño: de pronto parecía haber perdido
su timidez.
— ¿Dónde está
...