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Puerto Príncipe


Enviado por   •  25 de Agosto de 2014  •  Examen  •  556 Palabras (3 Páginas)  •  232 Visitas

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Aquello fue en Puerto Príncipe?

¡Cuán oportunas son a veces las preguntas de las mujeres! Pienso que, haciéndola, Cata le ahorró a Jean-Claude una subida al Calvario. No sé qué habría hecho y hasta dónde habría sido capaz de llegar, si Cata no lo inquiere de aquella manera y a quemarropa. Él, muy sagazmente, aprovechó el brusco giro para tomar un atajo que lo condujera hasta las consideraciones finales de la historia.

--Aquella hermosa haitiana era, créanme, Ludisbel Brunal, pero de un negro más subido, de un ébano más oscuro y alojada en otro cuerpo. El día en que, luego de haber hecho el amor con ella por primera vez en París, vi a Ludisbel desnuda y bocabajo, reposando sobre la cheslón del que, a partir de entonces, sería nuestro apartamento vecino de Saint Germain des Prés, les juro que recordé a la fascinante negra de Port-au-Prince. A Nicole, que así dijo que se llamaba: Nicole. Nunca Ludisbel supo por qué, cuando abrazaba y besaba sus carnes, le decía: ‘Oh... ma Nicole|, je t’aime plus que toute autre chose au monde’: ‘Oh, mi Nicole, yo te amo más que a cualquier otra cosa en este mundo’. Un día, me preguntó por qué la llamaba así, y más de una vez le mentí diciendo que Nicole era el nombre que había escogido para el perrito-mascota que siempre soñé tener en casa --hizo una pausa--. No me habrán de creer, pero cuando vi llegar a Ludisbel por primera vez, radiante y lozana, a la pequeña terraza exterior de La Colombe en aquella fresca mañana de la primavera parisina, coloqué la bandeja y el trapo de secar sobre una de las mesas, me froté los ojos intentando aclarar la visión, y me dije: ‘¡Merde: Nicole, le même corps de Nicole... mais a Paris!’: ‘Mierda, Nicole, el mismo cuerpo de Nicole pero en París’. Llegó acompañada de dos amigas, colombianas como ella, supe después. Se sentaron a la mesa esquinera en busca de los rayos del sol de aquellos meses, pero el brillo de Ludisbel opacó, le diría después un día en la cama, no solamente a las acompañantes sino al mismo sol. Rutilaba en la limpia claridad de la mañana. Su color de canelas y aceitunas contrastaba a la perfección con el carmelita y el amarillo de sus atuendos. Traía atada a la cabeza, a la manera indiana, una banda de telar en tonos ámbar y azafrán, asegurada con un alfiler dorado. Los dos cabos finales de la banda caían sobre su cabello negro, liso y brillante, en una aleación de coloridos pespuntes y azabache intenso.

--Esas bandas, o anchos cintillos, son hechos en lienzo de hamaca, en telares manuales y en puro algodón –apuntó Cata--. Me encantan.

--Oh, sí –reaccionó Jean-Claude--, eso sabría después, y hasta llegué a pedir a Ludisbel, ya casados y viviendo en Colombia, que me llevara a conocer el lugar en donde los hacían y a las artesanas que los trabajaban. Sí, los fabrican en la misma tela de las hamacas

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