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Ruben Dario


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2013  •  536 Palabras (3 Páginas)  •  306 Visitas

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Juan Darién

Horacio Quiroga

Aquí se cuenta la historia de un tigre en forma de un niño que se llamaba Juan Darién. El iba a la escuela con los chicos de su edad, los que se burlaban a menudo de él, a causa de su pelo áspero y su timidez. Cuando la criatura iba a cumplir 10 años la madre murió. En la escuela se dio un repaso general a los chicos, pues un inspector debía ir a observar las clases. Cuando el inspector llego, el maestro hizo dar la lección al primero de todos: a Juan Darién. Juan Darién subió a la tarima, se sentó y dijo más o menos lo que los otros. Los alumnos no comprendieron lo terrible de aquella evocación; pero tampoco se rieron de esos extraordinarios bigotes de Juan Darién, que no tenía bigote alguno. La clase había concluido. El inspector no era un mal hombre; pero como todos los hombres que viven muy cerca de la selva, odiaba ciegamente a los tigres; por lo cual dijo en voz baja al maestro: es preciso matar a Juan Darién. Apenas tuvo tiempo de salir a ver que era y se apoderaron de él, arrestándolo hasta la casa del domador. El domador le puso una prueba poniéndole perros cerca ya que éstos reconocen siempre el olor del tigre sin embargo ésta fracaso. Lo sacaron de la jaula, y empujándolo por medio de la calle, lo echaban del pueblo. Ya comenzaba a oscurecer, y cuando llegaron a la plaza era noche cerrada. En la plaza habían levantado un castillo de fuegos de artificio, con ruedas, coronas y luces de bengala. Ataron en lo alto del centro a Juan Darién, y prendieron la mecha desde un extremo. El hilo de fuego corrió velozmente subiendo y bajando, y encendió el castillo entero. Las luces de bengala se iban apagando. Un último chorro de chispas con que moría una rueda alcanzo la soga atada a las muñecas, y el cuerpo cayó pesadamente al suelo. Pero el tigre no había muerto. Con la frescura nocturna volvió en sí, y arrastrándose presa de horribles tormentos se interno en la selva. Espero un mes para que sanaran sus heridas pero una no logro sanar porque había conservado de su forma recién perdida tres cosas: el recuerdo vivo del pasado, la habilidad de sus manos, que manejaba como un hombre, y el lenguaje. Cuando por fin se sintió curado vio avanzar al domador y salto sobre él; de una manotada lo derribo desmayado llevándolo hasta el juncal. Luego prendió fuego a las hojas secas del suelo, y pronto una llamarada crujiente ascendió. Pero el hombre, tocado por las llamas había vuelto en sí y rápidamente comprendió todo y pidió disculpas gritando “perdón Juan Darién”, al oír eso Juan Darién alzo la cabeza y dijo fríamente: aquí no hay nadie que se llame Juan Darién éste es un nombre de hombre, y aquí todos somos tigres. El domador volvió a preguntar hacia los demás tigres ya que no comprendía, sin embargo, las llamas habían abrasado el castillo hasta el cielo. Y entre las agudas luces de bengala que entrecruzaban la pared ardiente, se pudo

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