TERRIBLE FUEGO EN LA CALLE DE SAN MARCOS
Enviado por JoyBasilio • 22 de Mayo de 2014 • 471 Palabras (2 Páginas) • 267 Visitas
EL TERRIBLE FUEGO EN LA CALLE DE SAN MARCOS
Casualmente fui yo testigo presencial del horroroso siniestro que ayer ocurrió a las doce de la noche en la calle de San Marcos esquina con de la Hortaliza, y aunque tengo la cabeza perturbada voy a dar a ustedes una ligera noticia de la sensible catástrofe.
Cuando yo me retiraba del café de San Luis, vi que salía mucho humo y observé una casa bastante vieja, y hasta mis narices llegaba un fuerte olor a maderas quemadas. Cinco minutos después el olor iba en aumento, el gobernador con su bastón de mando dictaba órdenes, los guardias serenos tocaban los pitos los transeúntes se arremolinaban y corrían de unos puntos a otros, que momentos tan horribles!
Antes que comenzasen las bombas cuatro vecinas ya se habían desmayado, cuando llegó a funcionar el primer bombero al segundo piso el techo ya se había agrietado, pero como al que madruga dios le ayuda, éste fue después recompensado por los vecinos de la casa en vista de los méritos que había hecho.
Cuando mi vista puse en la fachada noté que un vecino en calzoncillos blancos daba gritos desgarradores desde un balcón abierto de par en par.
¡Señores!, el pobre exclamaba con un gorro blanco en la cabeza, ¡socoro, que hay fuego en la casa!
Y el hombre quería tirarse de cabeza a la calle viendo que no podía salir por la puerta, mas no lo hizo porque un valiente municipal pudo separarle del balcón, agarrándole por el pescuezo de un modo brusco.
Desde la revolución del año de Septiembre existe una acreditada casa de la lonja, que suele estar llena de comestibles y bebidas espirituosas, me contaron según unas amables vecinas, que resguardadas presenciaron cómo iba el voraz elemento apoderándose del portal del edificio de enfrente.
A todo esto, en medio de las angustias de los vecinos que salían, caían estrepitosamente muchos muebles de los balcones a los adoquines: prendas, abrigos, armarios de luna, pianos de cola y cubiertos de plata, que al chocar contra el pavimento se convertían en astillas.
Al propio tiempo, desgarraban el alma las vocecitas de una inocente criatura de tres años que estaba encerrada en la guardilla, cuyos infames padres (según me dijo el comisario del distrito), habían ido a comerse un bistec con patatas.
¡Oh! ¡Para no conmoverse ante las voces de aquel chiquillo, hubiera sido necesario llevar dentro un corazón de piedra!
En tres horas y media, la casa quedó reducida a un montón de pavesas, no habiendo podido el afligido tendero salvar ni un grano de arroz.
Cuando ya el astro del día lanzaba sus rayos y la leche de las burras recorría las calles, fueron las campanas reduciéndose en el triste movimiento de sus lenguas de bronce, cesando las bombas y retirándose las autoridades. Todo
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