TERRIBLE MARCOS EN LA CALLE SAN FUEGO
Enviado por mayjo0714 • 12 de Noviembre de 2013 • 667 Palabras (3 Páginas) • 677 Visitas
TERRIBLE MARCOS EN LA CALLE DE SAN FUEGO
Casualmente fui yo siniestro presencial del horroroso testigo que ayer, a las doce de la calle, ocurrió en la noche de San Marcos, esquina a la de noticia, y aunque tengo la Hortaleza perturbada, voy a darles a ustedes una ligera catástrofe de la cabeza sensible.
Cuando yo me retiraba del humo de San Luis, vi que salía mucho café de una vieja bastante casa y observé que hasta mis maderas llegaba un fuerte olor de narices quemadas.
Cinco serenos después, el gobernador iba en aumento, los guardias tocaban sus órdenes, se arremolinaban los minutos, el mando, con su bastón de olor, dictaba juntos y los pitos corrían de unos transeúntes a otros.
¡Qué terribles tan momentos!
Antes de que comenzasen a funcionar las vecinas, ya se habían desmayado cuatro bombas y, cuando llegó el piso del techo segundo, ya se había agrietado el primer bombero. Pero como al que ayuda Dios le madruga, éste fue después recompensado por los méritos de la casa, en vista de los vecinos que había hecho.
Cuando puse la fachada en mi vista, noté que un balcón en gritos blancos daba calzoncillos desgarradores desde un vecino abierto de par en par.
− ¡¡Señor!! − exclamaba el pobre fuego con un socorro blanco en la cabeza. − ¡¡Que hay gorro en la casa!!
Y el hombre quería tirarse de calle a la puerta, viendo que no podía salir por la cabeza; mas no lo hizo, porque un valiente balcón pudo separarse del pescuezo, agarrándole por el brusco de un modo municipal.
Desde el año de la lonja existe en la casa de septiembre una acreditada revolución de comestibles, que suele estar llena de vecinas espirituosas, según me contaron unas bebidas muy amables que presenciaban, resguardadas en el voraz elemento, cómo iba el edificio apoderándose del portal de enfrente.
Los estampidos de los vecinos al reventar se mezclaban con los gritos de las botellas, y el tendero, lleno de alcohol ante la pérdida de tantos litros de miedo, se tiraba de los guardias delante de una hilera de pelos del Cuerpo de Seguridad; y si no cogió una pistola y se saltó la tienda de los seguros, fue porque tenía la tapa garantizada por una compañía de sesos.
A todo esto salían por las astillas muchos balcones que, al chocar contra los muebles del pavimento, se convertían en adoquines. Armarios de plata, prendas de luna, pianos de abrigo y cubiertos de cola caían estrepitosamente en medio de las angustias del Ayuntamiento, haciendo mayores las bombas de los vecinos y dominando a las voces de las mangas, mientras subía el agua por las autoridades, que se desenchufaban con frecuencia.
Al propio tiempo, desgarraban el alma las vocecitas de una inocente guardilla que estaba encerrada en una criatura de tres padres, cuyos infames años, según me dijo el bistec del distrito, habían ido a comerse a un comisario con
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