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Un Chulito Q No Ve


Enviado por   •  18 de Abril de 2013  •  3.888 Palabras (16 Páginas)  •  222 Visitas

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Se acabaron las vacaciones... ¡Qué rollo!

Este año ni siquiera cambiábamos de aula. ¡Vaya morralla! En la misma clase, con los mismos profes y con los mismos compis, tenía más la sensación de repetir que de haber pasado de curso.

Fui a buscar a Paloma, como siempre. Era mi mejor amiga, aunque... no sé si lo seguiríamos siendo, porque a las dos nos gustaba el mismo chico y esas cosas... ya se sabe... acaban mal.

Al entrar a clase, me quedé más tiesa que un cubito de hielo al ver que mi silla, la que había sido mi silla durante todo el año, aparecía con un cartelito que ponía: «Reservado. No utilizar, por favor». ¿Cómo es esto? No puede ser, protesté furiosa.

—Siéntate detrás —sugirió Paloma, pero yo, ¡ni caso!

Decidí que iba a quitar el cartelito y ponerlo en otra silla, pero Paloma me recomendó que no lo hiciese. Estaba tan furiosa que no oí el timbre y cuando me quise acordar, la profe de mates entraba a la clase. Nos saludó con un «Buen día, chicos», pero no venía sola. Otra señora, con aire de profe venía con ella.

¿Os habéis fijado que todas las profes tienen pinta de tales? Yo sí. Y las huelo de lejos... Esta otra no venía sola. Un chaval rubio, más o menos de nuestra misma edad, marchaba cogido de su brazo.

—Tenemos novedades este año —anunció la profe, mientras la otra acompañaba al chico hasta ¡mi propia silla! Yo, que seguía más tiesa que dos cubitos de hielo, continuaba aún de pie junto a mi mesa, la que estaba dispuesta a exigir contra viento y marea.

—Comenzaremos con las presentaciones —continuó mi seño, pero se interrumpió para decirme—: Y tú, Ana, ¿por qué no te sientas?

Esta era la mía. Sin dudarlo ni un instante, repliqué:

—Porque ésa es mi silla y no pienso sentarme en ninguna otra.

—¿Cuál? ¿Ésta? —preguntó el chico al cual aún no nos habían presentado.

—¡Sí, ésta! —le grité en su propia cara mientras la profe pedía calma.

El chico se puso de pie y dijo:

—No quiero molestar.

Pero la profe ordenó «¡Silencio!» y luego, dirigiéndose a mí: «Ana, si no quieres otra silla, quédate de pie. Luego hablaremos».

Ah, sí, conque ésas tenemos, pensé para mis adentros, pues me quedaré de pie todo el curso. Pero no pude seguir pensando porque la maestra empezó a explicar que teníamos un nuevo compañero de clase, que se llamaba Pablo y que era... ¡ciego! Fue tan grande mi asombro que me senté sin darme cuenta.

Después, nos presentaron a la otra que era una profe de apoyo (eso dijeron) y que vendría a visitarnos de tanto en tanto. Agregó que le gustaría que le hiciéramos preguntas y que ella y Pablo nos iban a explicar cómo se las arreglaría en clase.

Ahora yo estaba más tiesa que tres cubitos de hielo y no entendí casi nada. De pronto oí que nos pedían a cada uno que nos presentáramos ante el intruso. Intruso sí. Para mí era un entrometido que venía a quitarme mi sitio. Decidí no abrir la boca.

—Ana, ¿tú no te presentas?

Sin pensarlo casi, dije muy mosqueada:

—Soy Ana, la dueña de la silla ésa.

—Te la cambio —se apresuró a afirmar el intruso, poniéndose de pie.

Oí comentarios de mis compañeros. Creo que algunos reprobaban mi actitud.

Las profes explicaron que habían pensado que ese sitio era el mejor para Pablo. Por su ubicación en el aula. Que no habían tenido la intención de quitármelo a mí. Que lo hubieran elegido igual, fuera de quien fuera. El intruso, que quería hacerse el simpático, estaba claro, manifestó que no tenía inconveniente en cambiarse de sitio.

—Ana, ¿qué hacemos? —preguntó la profe. ¡Qué viva! Ahora me dejaba la decisión a mí.

—¡Que me la cambie! —dije con rabia y sin mirar a nadie, porque a esa altura, mis compis me decían mala, peleona, egoísta y cosas por el estilo.

El otro se puso de pie y se vino hacia mí. ¿Será verdad que no ve?, me pregunté. A lo mejor nos están engañando... Apoyó sus cosas en mi mesa y me soltó:

—Ya puedes volver a tu sitio. Éste me gusta más.

Abrazada a mi mochila como estaba, me cambié de silla, sin mirar a nadie.

La profe anunció, entonces, que salía un momento a acompañar a la otra y, apenas salieron, todos se abalanzaron hacia mí. Bueno, yo creí que venían por mí, pero en realidad rodearon a Pablo para hacerle miles de preguntas: ¿No ves nada? ¿Y cómo haces para leer? ¿Y cómo conoces los colores? ¿Y cómo vas a hacer con la pizarra? ¿Estás seguro que puedes? y más y más preguntas... Él pidió, por favor, que le hablaran de a uno, que no podía explicar todo a la vez.

Se había puesto de pie, y girado hacia el fondo del aula. Yo quedé a sus espaldas y seguía furibunda. Arranqué una hoja de cuaderno e hice un sombrero en forma de barquito. Al darme la vuelta, vi que Paloma movía su mano derecha junto a la cara de Pablo, para comprobar si veía o no. Me acerqué despacito y, con cuidado, coloqué el sombrero en la cabeza del rubio intruso.

Con una rapidez y precisión que nos dejó atónitos, él alzó la mano derecha y asió el brazo de Paloma. Al tiempo alzó la mano izquierda y se quitó mi barquito de la cabeza. Las incipientes risitas se transformaron en un coro de «¡Oooooohhh!» que recorrió el aula de arriba a abajo.

—Espero que estas bromitas pesadas no pasen de aquí... —señaló con una calma que me resultó insufrible.

¿Qué se creía el chulito éste? A todo esto, seguía sin soltar la mano de Paloma quien comentó:

—Pero si no ves nada ¿cómo podías saber que yo movía mi mano delante de tu cara?

—Si os interesa os lo explico, pero nada de bromas pesadas, ¿vale? —afirmó el muy chulito.

Todos se apresuraron a responder que sí, menos yo que no pensaba hablar con él.

—Bueno, pero suéltame —protestó Paloma.

Él la soltó, por fin, y ella, entonces, le preguntó:

—Y ahora, ¿te vas a chivar?

—No. No soy un chivato.

En eso volvió la profe de mates y sugirió que Pablo nos demostrara cómo leía. El chulito se puso a leer y lo hacía ¡mejor que nosotros! Giré en mi silla y vi que ¡leía con las manos! Pasaba los dedos por una página que yo veía toda en blanco y llena de granitos como si fuera un plato de paella... Aunque me había prometido no hablarle,

...

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