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Un Ser Extraño


Enviado por   •  2 de Octubre de 2011  •  1.782 Palabras (8 Páginas)  •  432 Visitas

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Un ser extraño

Aquí estoy de nuevo. Como ves, este curso de filosofía llegará en

pequeñas dosis. He aquí unos comentarios más de introducción.

¿Dije ya que lo único que necesitamos para ser buenos filósofos

es la capacidad de asombro? Si no lo dije, lo digo ahora: LO

ÚNICO QUE NECESITAMOS PARA SER BUENOS FILÓSOFOS ES LA

CAPACIDAD DE ASOMBRO.

Todos los niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más.

Tras unos cuantos meses, salen a una realidad totalmente nueva.

Pero conforme van creciendo, esa capacidad de asombro parece

ir disminuyendo. ¿A qué se debe? ¿Conoce Sofía Amundsen la

respuesta a esta pregunta?

Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría

algo de ese extraño mundo al que ha llegado. Porque, aunque el

niño no sabe hablar, vemos cómo señala las cosas de su

alrededor y cómo intenta agarrar con curiosidad las cosas de la

habitación.

Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau»

cada vez que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito,

agitando los brazos y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que

ya tenemos algunos años a lo mejor nos sentimos un poco

agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es un guau, guau»,

decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte

quietecito en el coche». No sentimos el mismo entusiasmo.

Hemos visto perros antes.

Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas

doscientas veces, antes de que el niño pueda ver pasar un perro

sin perder los estribos. O un elefante o un hipopótamo. Pero

antes de que el niño haya aprendido a hablar bien, y mucho antes

de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha

convertido para él en algo habitual.

¡Una pena, digo yo!

Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el

mundo como algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos,

vamos a hacer un par de experimentos mentales, antes de iniciar

el curso de filosofía propiamente.

Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto

descubres una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti.

De la nave espacial sale un pequeño marciano que se queda

parado, mirándote fríamente.

¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa,

¿pero se te ha ocurrido alguna vez pensar que tu misma eres una

marciana?

Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser

de otro planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros

planetas. Pero puede ocurrir que te topes contigo misma. Puede

que de pronto un día te detengas, y te veas de una manera

completamente nueva. Quizás ocurra precisamente durante un

paseo por el bosque.

Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso.

Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la Bella

Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un

planeta en el universo. ¿Pero qué es el universo?

Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás

descubierto algo igual de misterioso que aquel marciano que

mencionamos hace un momento. No sólo has visto un ser del

espacio, sino que sientes desde dentro que tú misma eres un ser

tan misterioso como aquél.

¿Me sigues todavía, Sofía? Hagamos otro experimento mental.

Una mañana, la madre, el padre y el pequeño Tomas, de dos o

tres años, están sentados en la cocina desayunando. La madre se

levanta de la mesa y va hacia la encimera, y entonces el padre

empieza, de repente, a flotar bajo el techo, mientras Tomás se le

queda mirando.

¿Qué crees que dice Tomás en ese momento? Quizás señale a su

papá y diga: «¡Papá está flotando!».

Tomás se sorprendería, naturalmente, pero se sorprende muy a

menudo. Papá hace tantas cosas curiosas que un pequeño vuelo

por encima de la mesa del desayuno no cambia mucho las cosas

para Tomás. Su papá se afeita cada día con una extraña

maquinilla, otras veces trepa hasta el tejado para girar la antena

de la tele, o mete la cabeza en el motor de un coche y la saca

negra.

Ahora le toca a mamá. Ha oído lo que acaba de decir Tomás y se

vuelve decididamente. ¿Cómo reaccionará ella ante el

espectáculo del padre volando libremente por encima de la mesa

de la cocina?

Se le cae instantáneamente el frasco de mermelada al suelo y

grita de espanto. Puede que necesite tratamiento médico cuando

papá haya descendido nuevamente a su silla. (¡Debería saber que

hay que estar sentado cuando se desayuna!)

¿Por qué crees que son tan distintas las reacciones de Tomás y

las de su madre? Tiene que ver con el hábito.

(¡Toma nota de esto!) La madre ha aprendido que los seres

humanos no saben volar. Tomás no lo ha aprendido. El sigue

dudando de lo que se puede y no se puede hacer en este mundo.

¿Pero y el propio mundo, Sofía? ¿Crees que este mundo puede

flotar? ¿También este mundo está volando libremente?

Lo triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad

conforme vamos haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos

habituamos al mundo tal y como es.

Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de

dejarnos sorprender por el mundo. En ese caso, perdemos algo

esencial, algo que los filósofos intentan volver a despertar en

nosotros. Porque hay algo dentro de nosotros mismos que nos

dice que la vida en sí es un gran enigma.

Es algo que hemos sentido incluso mucho antes de aprender a

pensarlo.

Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo

el mundo, no todo el mundo se convierte en filósofo. Por

diversas razones, la mayoría se aferra tanto a lo cotidiano que el

propio asombro por la vida queda relegado a un segundo plano.

(Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se quedan allí

para el resto de su vida.)

Para los niños,

...

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