Venezuela Heroica Cap. III
Enviado por micheprin20 • 31 de Octubre de 2013 • 542 Palabras (3 Páginas) • 1.482 Visitas
Venezuela Heroica Capitulo III (1814)
Apenas son siete batallones que no exceden en conjunto de 1.500 plazas, un escuadrón de dragones y cinco piezas de campaña, Ribas ocupa La Victoria, amenazada a la sazón por el ejército realista. Escaso es el número de combatientes que el general republicano va a oponer al enemigo, pero el renombre adquirido por este jefe afortunado alienta a cuantos le acompañan.
Empero, ¿Sabéis quiénes componen, en más de un tercio, ese grupo de soldados con que pretende Ribas combatir al victorioso ejército de Boves? ¡Parece inconcebible!.
En tres años de lucha, Caracas había ofrendado toda la sangre de sus hijos al insaciable vampiro de la guerra; hallábase extenuada, sin hombres que aportar a la defensa de su inválido territorio; y al reclamo de la patria en peligro, sólo había podido ofrecerle sus más caras esperanzas: los alumnos de la Universidad.
Allí van a buscarse los nuevos lidiadores que exhibe la República en aquellos días clásicos de cruentos sacrificios: y una generación, todavía adolescente, abandona las aulas y el Nebrija para tomar el fusil.
Sobre la beca del seminarista se ostenta de improviso los arreos del soldado. Y parten en solicitud del enemigo los imberbes conscriptos, confundidos con las tropas de línea; y aprenden de camino, el manejo del arma que los abruma con su peso, así como acostumbran el oído a los toques de guerra, y a las voces de mando de aquellos nuevos decuriones que se prometen enseñarles a morir por la Patria.
Todos marchan contentos; diríase que están de vacaciones. ¡Pobres niños! ¿Ligero bozo sombrea apenas sus labios y ya la pólvora va a enardecerles el corazón; apenas la sangre generosa de sus padres sienten correr ardiente por las venas, y ya van a derramarla! ¡La Patria lo reclama!.
¡Libertad!, ¡Libertad!, cuánta sangre y cuántas lágrimas se han vertido por tu causa… ¡y todavía hay tiranos en el mundo!.
La situación de La Victoria hasta entonces desguarnecida, y en la expectativa de ver caer sobre ella el azote del cielo, como a Boves nombraban, expresa elocuentemente el grado de terror que infundía en nuestras masas populares la ira, jamás apaciguada, de aquel feroz aliado de la muerte, a quien la vista de la sangre producía vértigos voluptuosos y fruiciones infernales.
Toda humana criatura sin distinción de edad, sexo o condición social, trataba de desaparecer de la presencia de tan funesto aventurero.
Los bosques se llenaban de amedrentados fugitivos, que preferían confiar la vida de sus hijos a las fieras de las selvas, antes que a la clemencia de aquel monstruo de corazón de hierro, que jamás conoció la piedad.
En el poblado, el silencio lo dominaba todo; nada se movía; casi no se respiraba. Los niños y las aves domésticas, parecían haber enmudecido; los arroyos callaban; el viento mismo no producía en los árboles sino
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