YO LA MATÉ
Enviado por edith64 • 15 de Mayo de 2014 • 857 Palabras (4 Páginas) • 2.710 Visitas
YO LA MATÉ
Género: Literario Autor: Oscar de la Borbolla
Texto: Cuento de terror
Durante muchos años he guardado el secreto de la desaparición de mi abuela, de las circunstancias especiales que rodearon su deceso, pues no sólo nunca las revelé a nadie, ni siquiera a mis hermanos Ligia y Mario, que me habrían comprendido, sino que procuré eludir el tema sacándole la vuelta, fingiéndome distraído o de plano declarado mi rechazo a hablar del asunto ante quienes tenían el mal gusto de mencionármelo. Llegué incluso a imponerme castigos severos cuando mis propios sueños indisciplinados o mi pensamiento vagabundo me encaraban con la escena de esa muerte, entonces, me mojaba el dedo índice y lo metía en un enchufe de la luz, o me quitaba la camisa y me abrazaba el boiler antes de bañarme, o me llenaba los zapatos de piedritas (método que aprendí leyendo en cómics las vidas de los santos). Creí, iluso que de esa manera olvidaría la secuencia de imágenes espeluznantes que se imprimió en mi memoria, que el simple silencio aunado al paso de los años borraría el recuerdo de ese rostro aterrado que yo sacudía con ambas manos al estrangular a mi abuela, como si el silencio no poseyera su propio lenguaje y no comunicara sus verdades a grandes voces.
Y es que no fue fácil. No fue fácil tomar la decisión ni fue fácil ejecutarla. Primero, porque yo amaba a la abuela: ella era la única que me decía Oscarito y no Oscarín como los demás miembros de la familia, y segundo, porque yo era en aquel tiempo un niño de 12 años, debilucho, malcomido y torpe, y ella, una vieja encorvada de 70 que a diario barría la casa con su escoba de popotillo, y si bien ese deporte le había combado la espalda al grado de asemejarla a una herradura, al grado de tenerla doblada en la frente apuntando al piso como una silla de montar; era una herradura fuerte, una montura poderosa, o por lo menos con una fuerza y un deseo de vivir iguales a los míos. Aquello fue un combate, una pelea cuerpo a cuerpo de la que por poco salgo mal librado, pues de no ser por el porrazo que se dio en la cabeza cuando en su desesperación salió huyendo como un toro contra la pared de mosaicos de la cocina, me habría deshilachado las carnes con su vara de membrillo o me habría atravesado con su cuchillo cebollero. El golpe la atarantó, le rajó el cuero cabelludo y un fleco de sangre le cubrió los ojos. Yo aproveché la ocasión, le sujeté la garganta y apreté hasta hundirle la manzana de Adán, hasta sentir que se tronchaba como un guajolote y la nuca se le iba para atrás. Fue espantoso, en el último momento me dijo: Oscarito, con voz que la asfixia endulzaba y abrió desmesuradamente los ojos, tanto que reanimó mi ternura y me arrancó unas lágrimas. Sin embrago, no dejé de apretar. Ya estaba muerta y la seguí acogotando media hora más, pues estaba convencido de la justeza
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