Analisis de Michel de Monteigne
Enviado por Angela Gtz Orantes • 14 de Diciembre de 2015 • Ensayo • 800 Palabras (4 Páginas) • 237 Visitas
De los Libros (Análisis)
Miguel de Montaigne
El autor ensaya sus facultades y nos dice “quien me coja en ignorancia nada hará contra mí, porque nada alegará otro sobre mis discursos que no me haya alegado yo; y añado que no estoy satisfecho de ellos”. También quien ande en busca de ciencia, que la agarre donde se encuentre, y que no profesa de tenerla. Éstas son solamente sus fantasías, con las que no pretende hacer conocer las cosas, sino hacerme conocer a él. Quisiera tener más inteligencia de algunas cosas, pero no quiero comprarla a un precio demasiado alto. En los libros sólo se busca el placer de una distracción honesta, y si se estudia, es únicamente por que se persigue a la ciencia que trata del conocimiento de mí mismo, instruyéndonos a vivir y morir bien.
Expongo libremente mi opinión sobre todas las cosas, incluso aquellas que quizá rebasan mi capacidad y no pertenecen a mi jurisdicción, porque en mis opiniones pretendo dar la medida de mi visión y no la de las cosas. Las damas no sacan el mejor partido de las danzas donde hay contorsiones y cierta agitación, sino de otras donde no tienen más que andar a paso natural, representando un porte sencillo y una gracia común. Análogamente los buenos comediantes nos dan todo el placer que de su arte se puede conseguir, apareciendo vestidos de diario y con traza corriente, mientras los aprendices y los que no son de tan altas escuelas necesitan disfrazarse, enharinarse la cara y deshacerse en furiosos gestos para lograr que riamos. Quiero discursos que desde el principio carguen contra el punto más fuerte de la duda. Es correcto hablar así a los jueces, a quienes se sugiere persuadir a rectas o a conservadores, y también a los niños y al pueblo, a los que ha de decírseles todo para ver lo que sacan en limpio. Yo, en general, busco los libros que enseñan las ciencias, no los que las visten de artificios.
Los historiadores son mis favoritos por lo menos. En ellos aparece uno a veces más vivo y entero que en algún lugar el hombre cuyo conocimiento me propongo, con la variedad y verdad de sus condiciones internas, en conjunto y al por menor, y con la diversidad de sus recursos y de los accidentes que le amenazaban. Quienes escriben vidas ajenas me parecen los más acertados porque se ocupan más en el consejo que en los hechos, en lo de dentro que en lo de fuera; y por eso, en todos los sentidos. Los historiadores me agradan o muy sencillos o excelentes. Los sencillos porque no tienen motivo para mezclar cosa suya, ni aportan más que el cuidado y diligencia de recoger cuanto llega a su noticia, registrando de buena fe todas las cosas sin elección ni prueba y dejando que nuestro juicio discierna por entero la verdad.
Los historiadores muy buenos o excelentes tienen la capacidad de escoger lo que vale la pena, ateniéndose a lo más creíble. Los historiadores intermedios entre las dos clases dichas (que son los más comunes) lo echan todo a perder. Nos quieren dar mascados los bocados; se otorgan la ley de juzgar y, por tanto, de acomodar la historia a su fantasía; escogen lo que creen digno de ello y nos ocultan con frecuencia palabras y actos privados que nos instruirían mucho; omiten, por increíbles, cosas de que no entienden, y aun prescinden todavía de aquello que no saben expresar en latín o francés. Bien está que atrevidamente manifiesten su elocuencia y discursos, pero deben dejarnos también juzgar después que ellos, no alterando con sus opciones y acortamientos el cuerpo de las cosas, sino dándonoslas en sus enteras dimensiones.
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