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Antecedentes de la filosofía analítica


Enviado por   •  14 de Noviembre de 2013  •  Ensayo  •  3.107 Palabras (13 Páginas)  •  400 Visitas

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El movimiento analítico, se extiende durante el siglo XX hasta nuestros días, especialmente en el área cultural anglosajona. El movimiento o tradición analítica se ha desarrollado a través de tres corrientes filosóficas, en gran medida sucesivas: la primera corresponde al atomismo lógico, cuyo máximo representante es B. Russell, filosofo y premio Nobel; la segunda es el Neopositivismo lógico, originado por un grupo de filósofos y científicos conocidos bajo el nombre colectivo de “Circulo de Viena”, cuytos principales representantes eran Moritz Schlick y Rudolf Carnap; y el tercer movimiento analítico, es la Filosofía analítica impulsada por la obra de L. Wittgenstein, “Investigaciones filosóficas”. Las tres corrientes que constituyen el movimiento analítico, se caracterizan por los siguientes rasgos:

• Una actitud filosófica de clara tendencia empirista, que se remonta al empirismo de Hume.

• Una atención especial al estudio del lenguaje.

• La convicción de que el análisis del lenguaje constituye el método y la tarea específicos de la filosofía.

Antecedentes de la filosofía analítica:

Esta forma filosófica cobró un énfasis renovado durante el siglo XX. Influidos por la tradición empírica británica (de John Locke, George Berkeley, David Hume y John Stuart Mill) y por los escritos del matemático y filósofo alemán Gottlob Frege, los pensadores ingleses George Edward Moore y Bertrand Russell se erigieron en fundadores del movimiento filosófico analítico. Compañeros en Cambridge, Moore y Russell

tiva tensión a la verdad, necesita de ésta para ser plenamente.

La indigencia del hombre es el supuesto de toda especulación humana; máximamente, de la filosofía. Pero no la indigencia que se remedia con los bienes logrados en la vida práctica, sino otra más esencial y profunda: el hecho mismo de que nuestro ser, precisamente en tanto que ser, es potencial e incompleto, constitutivamente pobre, pues nuestro entendimiento, por el cual diferimos de los animales, no es una entidad que se baste a sí propia, sino que necesita de los demás seres para llenar su interna vaciedad. El conocimiento es, en rigor, una necesidad humana; la necesidad que el hombre tiene de saturar su indeterminación, de completar, con las demás cosas, su precaria entidad. De esta exigencia de nuestro ser, la filosofía se hace cargo en una forma radical y plenaria. Y por el hecho mismo de que el entendimiento humano no se limita a los fenómenos ni tampoco a un sector determinado de entes, sino que, por principio, está en tensión a todo ente y toda verdad, la filosofía, no obstante su inutilidad para la vida práctica, es, en rigor, la máxima necesidad humana.

Es una observación común la de que el verdadero conocimiento de las cosas sólo se logra con la experiencia de su frecuente trato, cuando hemos llegado a adquirir con ellas una cierta connaturalidad, por la que efectiva y propiamente se realiza su personal asimilación. Esto, que en general acontece en todo orden de asuntos, vale, de una manera especial, para la esfera de los conocimientos científicos, que son los más difíciles de conseguir. Dé ahí que la comprensión de la naturaleza y sentido de una ciencia sea más un resultado tardío y reflexivo -sobre la base de un previo cultivo de la misma-, que no una labor enteramente apriorística y montada al aire.

Sólo, pues, tras haber filosofado, y no de cualquier modo, sino de una manera insistente y tenaz, puede llegarse a la posesión de una idea auténtica, realmente vivida, de lo que es la filosofía. Sin embargo, tan cierto como esto es que, sin una “idea previa”, todo lo modesta que se quiera, de lo que es una determinada actividad científica, se nos hace imposible acometerla, cualquiera que sea el grado o la medida en que ello se intente[1]. De ahí la conveniencia, en nuestro caso, de una inicial aproximación a la esencia del saber filosófico.

En general, toda definición puede verificarse de una doble manera: como definición nominal o como definición real, según se atienda, respectivamente, a la palabra o nombre con que designamos a una cosa, o a la propia y formal constitución, cuya esencia se busca, de la cosa nombrada. La definición nominal ofrece, pues, la significación de una palabra; en tanto que la definición real es expresiva de la esencia de una cosa.

Conviene, pues, que antes de elucidar la noción esencial de la filosofía, se considere aquí la significación de la palabra con la cual la nombramos. Pero la propia definición nominal es susceptible, a su vez, de dos modalidades: la etimológica y la sinonímica, según que el método de que nos valgamos para manifestar la significación de un término sea el recurso a su origen, o la aclaración por otras voces más conocidas y de pareja significación.

La definición etimológica es una especie de genealogía verbal; una cierta hermenéutica histórica de las palabras. La de la voz castellana “filosofía” no es otra que su procedencia de la latina philosophia, eco, a su vez, de la voz griega de análogo sonido. El término griego φιλοσοφία es un nombre abstracto, en cuya composición interviene, junto a un término derivado de una raíz que significa, en un sentido amplio, lo que en castellano “amar”, un ilustre vocablo -el de σoφíα-, cuyo equivalente latino es el término sapientia, que traducimos por "sabiduría". Filosofía es, así, etimológicamente, el amor o tendencia a la sabiduría.

Es explicable que la voz σoφíα aparezca en autores que no usaron el término compuesto. Pero el sentido de la palabra σοφία era muy amplio y comprensivo en sus orígenes. HOMERO la empleaba para designar, en general, toda habilidad, destreza o técnica, tales como las que poseen los artesanos, los músicos y los poetas. HERODOTO llama σoφóς a todo el que sobresale de los demás por la perfección y calidad de sus obras. Análogo sentido tuvo en sus comienzos el término σοφιστής, antes de revestir la significación peyorativa a que se hicieron, en buena parte, acreedores los intelectuales zaheridos por PLATÓN[2].

Parece que fue HERÁCLITO quien por primera vez empleó el término φιλóσοφος[3] Hay una venerable tradición que atribuye a PITÁGORAS la invención del vocablo. Según esta tradición, cuyos más destacados promotores fueron, en la antigüedad, CICERÓN[4] y DIÓGENES LAERCIO[5], eran llamados “sabios” cuantos se dedicaban al conocimiento de las cosas divinas y humanas y de los orígenes y causas de todos los hechos; pero PITÁGORAS, habiendo sido interrogado acerca de su oficio, respondió que no sabía ningún arte, sino que era, simplemente, filósofo; y comparando la vida humana a las fiestas olímpicas, a las que unos concurrían por el negocio, otros

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