Análisis El Perfecto Rexford
Enviado por juanpacarob • 14 de Septiembre de 2014 • 1.471 Palabras (6 Páginas) • 365 Visitas
1. TEORÍA: ÉTICA ARISTOTÉLICA - TOMASINA
FELICIDAD O EUDAIMONÍA .
Puesto que la felicidad (o placer) es aquello que acompaña a la realización del fin propio de cada ser vivo, la felicidad que le corresponde al hombre es la que le sobreviene cuando realiza la actividad que le es más propia y cuando la realiza de un modo perfecto. Desde un punto de vista más realista, Aristóteles también acepta que para ser feliz es necesaria una cantidad moderada de bienes exteriores y afectos humanos.
Aristóteles divide la parte racional del alma en intelecto y voluntad:
Aristóteles llama virtudes intelectuales o dianoéticas a la perfección de la parte intelectual del alma, virtudes que se adquieren mediante la instrucción.
Las virtudes morales son las perfecciones de la voluntad y del carácter. La virtud moral se puede aprender, es un hábito, una disposición consecuencia del ejercicio o repetición y por tanto de la elección y la libertad; además, la virtud moral se realiza a partir de lo que la razón enseña como bueno.
Aristóteles defiende el “eudemonismo” pues identifica la felicidad (eudaimonía) con el Sumo Bien. Todos los seres tienen fines, definidos a partir de lo que son en acto, de su esencia, y a cuya realización aspiran. Aristóteles defiende la existencia de un fin final o perfecto (el querido por sí mismo) cuya realización es el principal afán humano, al que llama felicidad.
La que corresponde al hombre sobreviene cuando realiza la actividad que le es más propia, que será la actividad del alma más que la del cuerpo; y de las actividades del alma con aquella ligada a la parte más típicamente humana, el alma intelectiva o racional. Como en el alma intelectiva encontramos el entendimiento o intelecto y la voluntad, y llamamos virtud a la perfección de una disposición natural, la felicidad más humana es la que corresponde a la vida teorética o de conocimiento (por ello el hombre más feliz es el filósofo, y lo es cuando conoce la realidad más perfecta, Dios), y a la vida virtuosa. Finalmente, Aristóteles también acepta que para ser feliz es necesaria una cantidad moderada de bienes exteriores y afectos humanos.
Siguiendo, pues, sus raíces aristotélicas Sto. Tomás está de acuerdo con Aristóteles en la concepción teleológica de la naturaleza y de la conducta del hombre: toda acción tiende hacia un fin, y el fin es el bien de una acción. Hay un fin último hacia el que tienden todas las acciones humanas, y ese fin es lo que Aristóteles llama la felicidad.
Para Santo Tomas hay una Ley natural, donde el fin último del hombre es alcanzar la felicidad. Para obtenerla debe responderse a su naturaleza. Por eso existen unas normas que derivan de su naturaleza que constituyen la ley natural. En consecuencia, la ley positiva, si es contraria a la ley natural, es injusta pues atenta contra el bien del hombre. De este modo, la ley natural expresa la libertad del hombre y exige una ordenación racional de su conducta. Esto explica que, para Tomás de Aquino, la peor forma de gobierno es la tiranía. Tomás de Aquino recoge las virtudes aristotélicas cuya realización está en el justo medio. Esto se ve corroborado, profundizado y trascendido por la revelación cristiana. Según ésta, el compendio de la ética es el amor al prójimo, que es querer el bien de todo hombre.
2. AUTORES
John Locke
(Wrington, Somerset, 1632 - Oaks, Essex, 1704)
Estudió en la Universidad de Oxford, en donde se doctoró en 1658. Aunque su especialidad era la Medicina y mantuvo relaciones con reputados científicos de la época (como Isaac Newton), John Locke fue también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y alcanzó renombre por sus escritos filosóficos, en los que sentó las bases del pensamiento político liberal.
Sentó los principios básicos del constitucionalismo liberal, al postular que todo hombre nace dotado de unos derechos naturales que el Estado tiene como misión proteger: la vida, la libertad y la propiedad.
La autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, que quedarían desligados del deber de obediencia en cuanto sus gobernantes conculcaran esos derechos naturales inalienables. El pueblo no sólo tendría así el derecho de modificar el poder legislativo según su criterio sino también la de derrocar a los gobernantes deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder.
Locke defendió la separación de poderes como forma de equilibrarlos entre sí e impedir que ninguno degenerara hacia el despotismo; pero, al inclinarse por la supremacía de un poder legislativo representativo de la mayoría, se le puede considerar
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