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Cartas De Un Sedductor


Enviado por   •  10 de Enero de 2015  •  1.199 Palabras (5 Páginas)  •  386 Visitas

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Soren Kierkegaard

Mi Cordelia:

Un coche se detiene delante de la puerta; es pequeño, pero me parece el mayor del mundo pues es lo suficientemente grande para los dos. Lo arrastra un tronco de dos caballos, más salvajes que las fuerzas de la naturaleza, más impacientes que mis pasiones, más audaces que tus pensamientos ¿Quieres que te rapte, Cordelia? Ordena y te obedeceré.

No quiero robarte a unos hombres para llevarte a otros, sino para conducirte fuera del mundo. Los caballos suben por el aire, pasamos a través de las nubes, alcanzamos los cielos. Y algo en derredor gira en torbellino rumoreando: ¿es el estruendo del mundo que se mueve o fragor de nuestro audaz vuelo? Si el vértigo vela tus ojos, Cordelia, consérvate apretada a mí que no lo sufro. Cuando nos podemos aferrar firmemente de un pensamiento, el espíritu no padece mareos; y yo sólo pienso en ti. Ni físicamente se siente el vértigo, cuando los ojos pueden fijarse en un objeto; y yo sólo te miro a ti. Aférrate a mí, Cordelia. Que se desmorone el universo, que desaparezca el liviano goce bajo nuestros pies; abrazados uno al otro, permaneceremos suspendidos en la armonía del infinito.

Tu Johannes.

Mi Cordelia:

Confidente de mi corazón, debo confiarte un secreto. ¿A qué otra persona podría confiarlo? Desde luego, al eco no; me traicionaría. Tampoco a las estrellas: son demasiado frías y lejanas. Ni a los hombres: no iban a comprenderme. Tan sólo a ti te lo puedo confiar, pues sabrás conservarlo.

Conozco a una muchacha más hermosa que el sueño de mi alma, más pura que la luz del sol, más profunda que las fuentes del mar, más altiva que el majestuoso vuelo del águila…

Yo conozco a una muchacha... ¡Oh, apoya en mí cabeza y acerca el oído a mis palabras, para que encuentre el recóndito camino de tu corazón…! Yo amo a esa muchacha más que a mi propia vida; ella es mi verdadera vida; más que a todos mis deseos; ella es mi único deseo. La amo más cálidamente de lo que, en la soledad, un alma angustiada ama al dolor… con más nostalgia de la que pueda amar la lluvia la ardiente arena del desierto; sí, con más ternura que la de los ojos de una madre al posarse en su hijo; más inseparable de lo que una planta se siente unida a sus raíces.

Tu cabeza se torna pesada y pensativa, se inclina sobre el pecho y el pecho se levanta casi para sostenerla… ¡Mi Cordelia! Tú me comprendes. ¿Querrás guardarme este secreto? ¿Puedo tener confianza en ti? Lo que revele, vale para mí lo que la vida; es la misma riqueza de mi vida. ¿No tienes también tú un secreto que confiarme, tan pleno de significado, tan casto, tan hermoso, que ni las fuerzas sobrenaturales podrían hacérmelo traicionar?

Mi Cordelia:

¿Qué soy yo? Soy el humilde cronista que registra tus triunfos, el bailarín que se inclina ante ti, mientras te mueves con ligereza encantadora en la danza.

Soy rama en que posas cuando el vuelo te ha cansado soy la voz más grave que acompaña a tu voz fina de ensueño y junta es llevada hacia las alturas.

¿Qué soy yo? La gravedad terrestre que te encadena al suelo, a la tierra.

¿Qué soy yo? Materia, tierra, polvo y ceniza… Y tú, mi Cordelia, eres espíritu y alma…

Tu Johannes.

Mi Cordelia:

Te quejas del noviazgo y crees que para nuestro amor un vínculo solamente exterior es del todo inútil, y aún perjudicial. ¡Esta idea es realmente digna de ti, mi buena Cordelia! Verdaderamente te admiro.

Nuestra unión externa sólo consigue separarnos. Es un muro que se alza entre nosotros y nos mantiene aislados, como a Príamo y Tisbe. Y Ni siquiera podemos gozar del amor, pues nuestro secreto es conocido por todos y, por eso mismo, ya no es un secreto.

Solamente cuando los extraños

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