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De Idolos E Ideales


Enviado por   •  10 de Abril de 2013  •  31.376 Palabras (126 Páginas)  •  361 Visitas

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DE IDOLOS E IDEALES

Edwald Vasílievich Iliénkov

El problema del ideal es complejo y polifacético. En primer lugar, naturalmente, surge la pregunta sobre el lugar que ocupa el concepto del “ideal” en la teoría del reflejo: cómo aquél puede ser interpretado desde el punto de vista de esta teoría. En todo caso, la teoría del reflejo nos enseña que es correcto y verdadero sólo aquel conocimiento que refleja lo que hay en la realidad. Y en el ideal se expresa no lo que es, sino lo que debe ser, o lo que el hombre quiere ver. ¿Se puede, acaso, interpretar lo deseado o lo debido, desde las posiciones de la teoría del reflejo? En otras palabras, ¿puede, acaso, ser “verdadero” el ideal?.

La filosofía hace mucho vio aquí una dificultad y también hace mucho que trató de resolverla. Los materialistas de épocas pasadas insistieron sobre este problema en el curso de su lucha contra las doctrinas idealistas de la iglesia, contra el ideal religioso, y pretendieron resolverlo de acuerdo, por un lado, a la teoría del reflejo y, por otro, a las exigencias de la vida real. Pero, lograr esto, sólo pudieron Carlos Marx y Federico Engels: y, precisamente, porque ellos fueron no sólo materialistas, sino materialistas dialécticos. Veamos cómo ocurrió.

“Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” –se dice en un conocido libro -, y el hombre, a razón de ello, le pagó a Dios con una negra ingratitud –con ironía venenosa complementó el autor de otro libro. Y, si dejamos a un lado las bromas y los cuentos –desarrollaba la misma idea un tercer autor -, entonces, es necesario decir directa y claramente que el hombre creó a Dios exactamente tal y como creó libros y estatuas, cabañas y templos, pan y vino, ciencia y técnica; por eso, la confusa cuestión acerca de quién creó a quién y por qué imagen lo creó se resuelve en una verdad sencilla y clara: el hombre se creó a sí mismo y después creó su propio autorretrato, llamándolo “Dios”. Así que, bajo la forma de “Dios”, el hombre se conoció y se adoró sólo a sí mismo, pensando que conocía un ente diferente de sí; la religión, en definitiva, fue siempre sólo un espejo que reflejaba al hombre su propia fisonomía.

Pero en este caso –se agarra de esta explicación un cuarto pensador- el autor de la Biblia estaba, en esencia, totalmente claro; sólo que expresó la misma idea en relación con las ilusiones de su siglo: sí, el hombre realmente fue creado por el ser representado en el ícono, pues el ícono es sólo un retrato del hombre, creado por el propio hombre. Y si es así, entonces no hay nada de malo en que el hombre pretenda imitar en todo al personaje dibujado en el retrato. Y es que el pintor, dibujando su propio retrato, cuidadosamente copiaba en él sólo las ventajas, sólo los méritos del hombre vivo, pecaminoso; y en forma de “Dios” el hombre es representado exclusivamente desde la mejor de sus partes. “Dios” sólo es un seudónimo del Hombre Ideal, el modelo poético-ideal del hombre perfecto. El ideal que de sí mismo creó el Hombre, el Objetivo Supremo del autoperfeccionamiento humano... Y todos los malos rasgos humanos, los rasgos malévolos y sujetos a superación, fueron también dibujados por el pintor en otro autorretrato, llamado “Diablo”.

Así que “Dios” no es la representación naturalizante del pecaminoso y real Hombre terrestre, el cual es tanto “Dios” como el “Diablo” en una misma cara, en una aleación. “Dios” es el hombre tal como debe ser o convertirse, como resultado de su propio autoperfeccionamiento; el “Diablo” es el mismo hombre tal como no debe ser, tal como debe dejar de ser, como resultado del mismo proceso de autoeducación, es decir, el modelo humano de la imperfección y del mal.

En otras palabras, “Dios” y “Diablo” son categorías, con la ayuda de las cuales el hombre intenta separar y diferenciar en sí mismo el bien y el mal, las verdaderas perfecciones humanas de los atavismos de pura procedencia animal. Por eso es que, contemplando la imagen de “Dios”, el hombre puede juzgar sobre cuáles precisamente de los rasgos reales de su naturaleza él valora y exalta (“endiosa”), y cuáles odia y desprecia como “diabólicos”, intentando superarlos en sí mismo.

Así, aunque el hombre creó tanto a “Dios” como al “Diablo” y no al revés, no fue “Dios” quien creó, sino el “Diablo” quien corrompió al hombre –la leyenda sobre la creación y el pecado original del hombre es una obra artística de gran sentido poético, en cuya forma el hombre hizo el primer intento de autoconocimiento, de diferenciar en sí mismo el bien y el mal, la razón y la sinrazón, lo humano y lo inhumano. De modo que no se debe simplificar la religión, con sus representaciones sobre lo “divino” y lo “pecaminoso”, sino que basta con revalorar los cuentos antiguos (no creyendo en ellos al pie de la letra) en categorías morales humanas. Es necesario comprender que, adorando a “Dios”, el hombre adora lo mejor de sí mismo, que la religión creó en forma de Dios la imagen Ideal del perfeccionamiento humano superior y que en el cristianismo el hombre encontró el Ideal humano superior, entendido por todos y por todos aceptado. ¡Y los ateos intentando demostrar que no hay ni Dios, ni Diablo, resulta que le prestan al hombre muy mal servicio, privándolo de criterios de discernimiento entre el bien y el mal, entre lo permitido y lo prohibido!.

¡Alto! –respondieron los ateos. Aunque todo resulta bastante lógico, no lo es del todo. Realmente, el hombre proyecta hacia la azul pantalla del firmamento sólo sus propias representaciones sobre sí mismo, sobre el bien y el mal, divinizando (es decir, relacionándolas con “Dios”) sólo sus rasgos reales y enjuiciando (es decir, declarando “alucinaciones diabólicas”) los demás. En todo caso, el hombre se vio obligado desde el inicio a contraponer a sí mismo sus propias fuerzas activas y sus capacidades, representándolas como fuerzas y capacidades de algún otro ser, para verlas como un “objeto” fuera de sí y valorarlas críticamente, a fin de, en adelante, apropiarse sólo de aquellas que conduzcan al mal. Estuvo obligado a esto, precisamente, porque otro espejo, fuera de la bóveda celestial, no tenía entonces; y sin espejo, contemplarse a sí mismo, evidentemente, es imposible.

Pero, no nos queda del todo claro por qué y para qué en lo sucesivo realizar el “autoconocimiento del hombre”, bajo la forma del “conocimiento de Dios”. ¿Para qué mirarse en el espejo del cielo cuando ya han sido creados espejos mucho más perfectos y claros, que reflejan al hombre todos los detalles de su propia imagen?. Claro, la religión solamente es un espejo, pero un espejo primitivo y, por tanto, muy opaco y, además, bastante

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