Descartes (Meditaciones Metafísicas)
Enviado por mariastewart1 • 1 de Abril de 2014 • 1.259 Palabras (6 Páginas) • 470 Visitas
En la primera, propongo las razones por las cuales podemos dudar en general de todas las
cosas, y en particular de las cosas materiales, al menos mientras no tengamos otros
fundamentos de las ciencias que los que hemos tenido hasta el presente. Y, aunque la utilidad
de una duda tan general no sea patente al principio, es, sin embargo, muy grande, por cuanto
nos libera de toda suerte de prejuicios, y nos prepara un camino muy fácil para acostumbrar
a nuestro espíritu a separarse de los sentidos, y, en definitiva, por cuanto hace que ya no
podamos tener duda alguna respecto de aquello que más adelante descubramos como
verdadero.
En la segunda, el espíritu, que, usando de su propia libertad, supone que ninguna cosa de
cuya existencia tenga la más mínima duda existe, reconoce ser absolutamente imposible que
é1 mismo sin embargo no exista. Lo cual es también de gran utilidad, ya que de ese modo
distingue fácilmente aquello que le pertenece a él, es decir, a la naturaleza intelectual, de
aquello que pertenece al cuerpo. Mas como puede ocurrir que algunos esperen de mí, en ese
lugar, razones para probar la inmortalidad del alma, creo mi deber advertirles que, habiendo
procurado no escribir en este tratado nada que no estuviese sujeto a muy exacta demostración,
me he visto obligado a seguir un orden semejante al de los geómetras, a saber: dejar
sentadas de antemano todas las cosas de las que depende la proposición que se busca, antes
de obtener conclusión alguna.
Ahora bien, de esas cosas, la primera y principal que se requiere en orden al conocimiento de
la inmortalidad del alma es formar de ella un concepto claro y neto, y enteramente distinto de
todas las concepciones que podamos tener del cuerpo; eso es lo que he hecho en este lugar.
Se requiere, además, saber que todas las cosas que concebimos clara y distintamente son
verdaderas tal y como las concebimos: lo que no ha podido probarse hasta llegar a la cuarta
meditación. Hay que tener, además, una concepción distinta acerca de la naturaleza corpórea,
cuya concepción se forma, en parte, en esa segunda meditación, y, en parte, en la quinta y
la sexta. Y, por último, debe concluirse de todo ello que las cosas que concebimos clara y
distintamente como substancias diferentes —así el espíritu y el cuerpo son en efecto
substancias diversas y realmente distintas entre sí: lo que se concluye en la sexta meditación.
Y lo mismo se confirma en esta segunda, en virtud de que no concebimos cuerpo alguno que
no sea divisible, en tanto que el espíritu, o el alma del hombre, no puede concebirse más que
como indivisible; pues, en efecto, no podemos formar el concepto de la mitad de un alma,
como hacemos con un cuerpo, por pequeño que sea; de manera que no sólo reconocemos que sus naturalezas son diversas, sino en cierto modo contrarias. Ahora bien, debe saberse
que yo no he intentado decir en este tratado más cosas acerca de ese tema, tanto porque con
lo dicho basta para mostrar con suficiente claridad que de la corrupción del cuerpo no se
sigue la muerte del alma, dando así a los hombres la esperanza en otra vida tras la muerte,
como también porque las premisas a partir de las cuales puede concluirse la inmortalidad del
alma dependen de la explicación de toda la física: en primer lugar, para saber que
absolutamente todas las substancias —es decir, las cosas que no pueden existir sin ser
creadas por Dios— son incorruptibles por naturaleza y nunca pueden dejar de ser, salvo que
Dios, negándoles su ordinario concurso, las reduzca a la nada; y en segundo lugar, para
advertir que el cuerpo, tomado en general, es una substancia, y por ello tampoco perece, pero
el cuerpo humano, en tanto que difiere de los otros cuerpos, está formado y compuesto por
cierta configuración de miembros y otros accidentes semejantes, mientras que el alma humana
no está compuesta así de accidentes, sino que es una substancia pura. Pues aunque todos
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