Diecisiete Ingleses Evenenados
Enviado por ronaldicio123 • 3 de Noviembre de 2013 • 507 Palabras (3 Páginas) • 520 Visitas
Así que debió conformarse con una sopa de fideos, un plato de calabacines hervidos con
unas tiras de tocino rancio, y un pedazo de pan que parecía de mármol. Mientras comía,
el cura se acercó para suplicarle por caridad que lo invitara a tomarse una taza de café, y
se sentó con ella. Era yugoslavo, pero había sido misionero en Bolivia, y hablaba un castellano
difícil y expresivo. A la señora Prudencia Linero le pareció un hombre ordinario y
sin el menor vestigio de indulgencia, y observó que tenía unas manos indignas con las
uñas astilladas y sucias, y un aliento de cebollas tan persistente que más bien parecía un
atributo del carácter. Pero después de todo estaba al servicio de Dios, y era un placer
nuevo encontrar a alguien con quien entenderse estando tan lejos de casa.
Conversaron despacio, ajenos al denso rumor de establo que los iba cercando a medida
que los comensales ocupaban las otras mesas. La señora Prudencia Linero tenía ya un
juicio terminante sobre Italia: no le gustaba. Y no porque los hombres fueran un poco
abusivos, que ya era mucho, ni porque se comieran a los pájaros, que ya era demasiado,
sino por la mala índole de dejar a los ahogados a la deriva.
El cura, que además del café se había hecho llevar por cuenta de ella una copa de
grappa, trató de hacerle ver su ligereza de juicio. Pues durante la guerra se había
establecido un servicio muy eficaz para rescatar, identificar y sepultar en tierra sagrada a
los numerosos ahogados que amanecían flotando en la bahía de Nápoles.
— Desde hace siglos — concluyó el cura— los italianos tomaron conciencia de que no
hay más que una vida, y tratan de vivirla lo mejor que pueden. Eso los ha hecho
calculadores y volubles, pero también los ha curado de la crueldad.
— Ni siquiera pararon el barco — dijo ella.
— Lo que hacen es avisar por radio a las autoridades del puerto — dijo el cura— Ya a
esta hora deben haberlo recogido y enterrado en el nombre de Dios.
La discusión cambió el humor de ambos. La señora Prudencia Linero había acabado de
comer, y sólo entonces cayó en la cuenta de que todas las mesas estaban ocupadas. En
las más próximas, comiendo en silencio, había turistas casi desnudos, y entre ellos
algunas parejas de enamorados que se besaban en vez de comer. En las mesas del
fondo, cerca del mostrador, estaba la gente del barrio jugando a los dados y bebiendo un
vino sin color. La señora Prudencia Linero comprendió que sólo tenía una razón para
estar en aquel país indeseable.
— ¿Usted cree que sea muy difícil ver al Papa? — preguntó.
El cura le contestó que nada era más fácil en verano. El Papa estaba de vacaciones en
Castelgandolfo,
...