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El Encanto Tendajon Mixto


Enviado por   •  16 de Marzo de 2014  •  5.150 Palabras (21 Páginas)  •  322 Visitas

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El Encanto, tendajón mixto*

Elena Garro

PERSONAJES:

El Narrador

Juventino Juárez

Anselmo Duque

Ramiro Rosas

La mujer del hermoso pelo negro

Un camino real. Unas rocas. El Narrador, solo en medio de la escena.

NARRADOR.—Hubo un tiempo, hace años, en que el hombre buscaba el sustento, penando en despoblado. Los caminos eran entonces más largos; eran de piedra, y los nombraban camino real. Al hombre no le placía arriesgarse solo por aquellas soledades; y buscaba la compañía del hombre —como debe de ser— para ir de un pueblo a otro. Aquí, en este mismo Cerro de la Herradura, que tantas y tantas cosas ha visto, también curvado, tan alto, y en donde no se da sino el huizache, sucedió... Dicen las lenguas que era un tres de mayo, ya anocheciendo...

La escena se oscurece. Luego vuelve a iluminarse con una luz de crepúsculo. El Narrador ha desaparecido; en su lugar están los tres arrieros: Juventino Juárez, Anselmo Duque y Ramiro Rosas. Los tres vienen cubiertos de polvo, con los labios secos y los sombreros de petate, amarillos de sol, el color de las bridas desvanecido por la luz.

JUVENTINO.—Del hombre ni su sombra... llevamos dos días andados y parece que todos hubieran muerto...

RAMIRO.—Así es. Solo, como Dios manda que sea un paraje solo.

ANSELMO.—(Sentándose desconsolado sobre una piedra) Dios no manda que uno viva en esta soledad. Más bien es al contrario: El nos dio la compañía de la mujer y la del hombre; el goce de los árboles y el agua, así como también el ruido de los animales.

JUVENTINO.—No nos culpes, Anselmo Duque, de estas soledades, que si por nosotros fuera ahora mismo brotarían los ojos de agua, las fuentes, los árboles y los enjambres de pájaros que rodean a un pueblo.

ANSELMO.—Ya sé que también ustedes andan con los pies gastados. Igual que yo, igual que los animales ahí echados, (hace un ademán señalando el lugar en donde se supone que se encuentran las bestias) porque ya no tienen fuerzas ni para levantar el rabo.

JUVENTINO.—La fatiga te hace hablar así. Espera a que este resplandor baje, y verás cómo hallamos consuelo en la frescura de las sombras. De noche la fuerza retoña en los talones.

ANSELMO.—No me consuelo, ¡que a veces las palabras son estorbosas por faltar a la verdad!

RAMIRO.—¡Cállate, muchacho! ¡Tus quejidos no van a acercar el pueblo! Siempre estuvo a ocho leguas de aquí. Nadie se lo ha llevado más lejos para hacernos la maldad.

ANSELMO.—¡Desde cuándo lo debíamos haber topado! Ya me canso. ¡Anda y anda y anda! Y cada vez se nos aleja más.

RAMIRO.—,También yo, ¡qué no daría por hallar algún cobijo! Algún maíz para los animales, y para mí un buen trago de agua fresca.

JUVENTINO.—¡Quién los oyera! ¡Qué no diría! ¡Mírenlos, llorando por ocho leguas de andada!... Aunque para mí, también sería muy placentero encontrarme bajo techo... ya ni la cuenta llevo de las noches pasadas al sereno...

ANSELMO.—Mis ojos no han visto todavía más que padeceres.

RAMIRO.—¡Así estaría dispuesto, muchacho!

JUVENTINO.—Es mejor no fijar la vista. Traerla vaga, para no ver tantos males que caen sobre nosotros.

ANSELMO.—Yo diría que no, que hay que traer la vista bien alerta. Sólo así podemos ver lo que se nos esconde... Todo está al alcance de los ojos, sólo que no lo sabemos mirar.

VOZ DE MUJER.—¡Hasta mis ojos están al alcance de los tuyos!

Los tres hombres se sobresaltan. Miran hacia el punto de donde vino la voz.

ANSELMO.—¡Era voz de mujer!

RAMIRO.—No veo sus ojos ...

JUVENTINO.—¡Qué vas a ver si no hay nada!... Y además... no oímos nada... se nos figuró...

VOZ DE LA MUJER.—¡Los viejos creen que ya vieron y oyeron todo!

ANSELMO.—Mis ojos todavía no han visto nada... nada más que padeceres.

RAMIRO.—Dice bien este muchacho, el mal está en que no sabemos ver. ¿Por dónde hallaré tus ojos, amable voz?

JUVENTINO.—¡No se dejen embriagar por el engaño!

VOZ DE LA MUJER.—Hay que vivir embriagados, mirando las embriagadoras fuentes, los pájaros y los ojos de la mujer.

JUVENTINO.—¡No tientes a un pobre arriero! Los ojos del vicio son malos. Aunque, diciéndolo mejor, son malos y son buenos, porque también los permite Dios.

ANSELMO.—Todos los ojos son buenos. Con ellos he visto el agua y también he visto el vino, que es aún más gran placer, y del cual ando privado... Y quisiera ver tus ojos como veo tu voz.

JUVENTINO.—Sólo con los ojos del vino hallaríamos lo que buscas, Anselmo Duque.

RAMIRO.—Quién sabe. ¡Estos ojos son también muy serviciales!

ANSELMO.—Por ellos entra el gusto y el disgusto, el placer y. la amistad. Y eso que todos buscamos, una amable compañía.

VOZ DE LA MUJER.—¿Y por qué no quieren ver a esta amable compañía? Si quisieran... mis ojos estarían adentro de los suyos ...

JUVENTINO.—¡Muy verdad! ¡Con voluntad, muchas brutalidades veríamos!

RAMIRO.—Y también mucha hermosura...

ANSELMO.—¡Y también mucho pecado! Porque sólo pecando se conserva el hombre... ¡Muéstrate, amable compañía!

Los tres miran al punto de donde viene la voz. En ese lugar, el telón se abre y aparece una tiendita. Su rótulo dice: “El Encanto, Tendajón Mixto”. La tienda desparrama una luz dorada; sus costales son luminosos; el mostrador, resplandeciente; las filas de botellas lanzan rayos de oro. Acodada al mostrador, una hermosa mujer sonríe. Lleva un traje amarillo y el suntuoso pelo negro suelto hasta las rodillas. Cerca de ella, sobre el mostrador, hay cuatro copas, también relucientes, y una botella.

MUJER.—Dices bien, Anselmo Duque, sólo pecando se conserva el hombre...

JUVENTINO.—(Mirándola asombrado) ¡El ojo del hombre es su propio encantamiento!

RAMIRO.—¡Nunca vi un pelo semejante al tuyo! Dime, mujer, si de veras eres mujer o sólo una aparición para mi vista.

ANSELMO.—¡Cállate! ¿Cómo no va a ser así, si así la vemos?

MUJER.—(Meciendo su cabellera) ¡Déjalos, no los contradigas! Yo soy como me ves.

JUVENTINO.—Te meces como

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