El Legado De Los Antiguos Griegos: La Democracia

El legado de los antiguos griegos: La democracia

Cuando pensamos en la antigua Grecia, la recordamos como un pueblo que existió hace miles de años, lo sentimos distante y no podemos observar que nosotros somos el continuum de su historia. Para entenderlos, y comprender como llegamos a ser lo que somos, debemos poner en acción el método hermenéutico, por el cual podremos entender a los griegos y sus conductas, basándonos en el contexto en el cual se desarrollan, desprendiéndonos de nuestro propio contexto y juicios personales, y jugando por un rato a ser esos antiguos personajes milenarios que nos legaron parte de su cultura pero por sobre todo nos regalaron un concepto muy preciado para toda la humanidad contemporánea: la democracia.

Este término procede de la “demokratía” (demo = pueblo; kratía = deseo) es decir el deseo del pueblo. Para poder realizar dicho objetivo, los griegos se vieron sumergidos en una nueva forma de vida social en la cual las relaciones entre los hombres estaban sujetas, sobre todo, al uso de la palabra, es decir al “logos” (entendido, como expone el autor Ferrater Mora, el decir inteligible y razonado), el cual era el instrumento de excelencia para llevar a cabo la “politika”, ese organizado arte de persuasión, de convencer a ese “público”, el cual era como un juez que tenía la decisión última y determinaba la fuerza de persuasión de los oradores. Pero, ¿cuándo se da dicho cambio de sistema de gobierno? En el siglo VI a.C en la ciudad de Atenas, el pueblo se sublevó en contra del tirano que los gobernaba en aquel momento, el famoso Iságoras, siendo esta la primera vez que el pueblo había reducido a sus gobernantes y conseguido el poder para sí mismo. Una vez realizada la rebelión y derrocado el tirano, los atenienses decidieron llamar a un antiguo gobernante, el cual había quedado exiliado por Iságoras: Clístenes.

Clístenes y el camino hacía las polis

El gran político Clístenes, a quien los atenienses habían elegido para que los gobernase, no podía seguir manteniendo la forma de gobierno previa, a la que los atenienses se habían insubordinado. Sin embargo su gran inteligencia lo llevaría a instituir una nueva práctica política: el voto simple. Ésta constaba de la elección de una piedra blanca para el voto afirmativo, y una piedra negra para el negativo. Aquella sencilla idea sería la semilla que germinaría en la democracia. Para realizar dichos votos en consenso con el demos, mandó a construir una sala de reuniones que tuviese un vacío en su centro, es decir el “ágora”, donde las cuestiones de interés general que habían sido dictadas por el soberano, pasaban a depender del arte oratorio, llevado a cabo por una asamblea, y eran ejecutadas luego de un debate que incluyera discursos donde estaban plasmadas demostraciones y argumentaciones opuestas. Dichos oradores podían ser cualquiera de los ciudadanos atenienses. Sin

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