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El Principe


Enviado por   •  29 de Agosto de 2012  •  34.188 Palabras (137 Páginas)  •  305 Visitas

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NICOLÁS MAQUIAVELO

EL PRÍNCIPE

DEDICATORIA A LORENZO EL MAGNÍFICO, HIJO DE PEDRO DE MÉDICIS

Los que desean alcanzar la gracia y favor de un príncipe acostumbran a ofrendarle aquellas cosas que se reputan por más de su agrado, o en cuya posesión se sabe que él encuentra su mayor gusto. Así, unos regalan caballos; otros, armas; quiénes, telas de oro; cuáles, piedras preciosas u otros objetos dignos de su grandeza. Por mi parte, queriendo presentar a Vuestra Magnificencia alguna ofrenda o regalo que pudiera demostraros mi rendido acatamiento, no he hallado, entre las cosas que poseo, ninguna que me sea más cara, ni que tenga en más, que mi conocimiento de los mayores y mejores gobernantes que han existido. Tal conocimiento sólo lo he adquirido gracias a una dilatada experiencia de las horrendas vicisitudes políticas de nuestra edad, y merced a una continuada lectura de las antiguas historias. Y luego de

haber examinado durante mucho tiempo las acciones de aquellos hombres, y

meditándolas con seria atención, encerré el resultado de tan profunda y penosa tarea

en un reducido volumen, que os remito.

Aunque estimo mi obra indigna de Vuestra Magnificencia, abrigo, no obstante, la

confianza de que bondadosamente la honraréis con una favorable acogida, si

consideráis que no me era posible haceros un presente más precioso que el de un

libro con el que os será fácil comprender en pocas horas lo que a mi no me ha sido

dable comprender sino al cabo de muchos años, con suma fatiga y con grandísimos

peligros. No por ello he llenado mi exposición razonada de aquellas prolijas glosas

con que se hace ostentación de ciencia, ni la he envuelto en hinchada prosa, ni he

recurrido a los demás atractivos con que muchos autores gustan de engalanar lo que

han de decir, porque he querido que no haya en ella otra pompa y otro adorno que la

verdad de las cosas y la importancia de la materia. Desearía, sin embargo, que no se

considerara como presunción reprensible en un hombre de condición inferior, y aun

baja, si se quiere, la audacia de discurrir sobre la gobernación de los príncipes y

aspirar a darles reglas. Los pintores que van a dibujar un paisaje deben estar en las

montañas, para que los valles se descubran a sus miradas de un modo claro, distinto,

completo y perfecto. Pero también ocurre que únicamente desde el fondo de los

valles pueden ver las montañas bien y en toda su extensión. En la política sucede

algo semejante. Si, para conocer la naturaleza de las naciones, se requiere ser

príncipe, para conocer la de los principados conviene vivir entre el pueblo. Reciba,

pues, Vuestra Magnificencia mi modesta dádiva con la misma intención con que yo

os la ofrezco. Si os dignáis leer esta producción y meditarla con cuidado

reconoceréis en ella el propósito de veros llegar a aquella elevación que vuestro

destino y vuestras eminentes dotes os permiten. Y si después os dignáis, desde la

altura majestuosa en que os halláis colocado, bajar vuestros ojos a la humillación en que me encuentro, comprenderéis toda la injusticia de los rigores extremados que la

malignidad de la fortuna me hace experimentar sin interrupción.

CAPÍTULO I

DE LAS VARIAS CLASES DE PRINCIPADOS Y DEL MODO DE

ADQUIRIRLOS

Cuantos Estados y cuantas dominaciones ejercieron y ejercen todavía una autoridad

soberana sobre los hombres, fueron y son principados o repúblicas. Los principados

se dividen en hereditarios y nuevos. Los hereditarios, en quien los disfruta,

provienen de su familia, que por mucho tiempo los poseyó. Los nuevos se adquieren

de dos modos: o surgen como tales en un todo, como el de Milán para Francisco

Sforcia, que, generalísimo primero de los ejércitos de la república milanesa, fue

proclamado más tarde príncipe y duque de los dominios milaneses; o aparecen como

miembros añadidos al Estado ya hereditario del príncipe que los adquiere, y tal es el

reino de Nápoles para el monarca de España, el cual lo conserva desde el año 1442,

en que Alfonso V, rey de Aragón, se hizo proclamar rey de aquel país. Estos Estados

nuevos ofrecen a su vez una subdivisión, porque: o están habituados a vivir bajo un

príncipe, o están habituados a ser libres; o el príncipe que los adquirió lo hizo con

armas ajenas, o lo hizo con las suyas propias; o se los proporcionó la suerte, o se los

proporcionó su valor.

CAPÍTULO II

DE LOS PRINCIPADOS HEREDITARIOS

Pasaré aquí en silencio las repúblicas, a causa de que he discurrido ya largamente

sobre ellas en mis discursos acerca de la primera década de Tito Livio, y no dirigiré

mi atención más que sobre el principado. Y, refiriéndome a las distinciones que

acabo de establecer, y examinando la manera con que es posible gobernar y

conservar los principados, empezaré por decir que en los Estados hereditarios, que

están acostumbrados a ver reinar la familia de su príncipe, hay menos dificultad en

conservarlos que cuando son nuevos. El príncipe entonces no necesita más que no

traspasar el orden seguido por sus mayores, y contemporizar con los

acontecimientos, después de lo cual le basta usar de la más socorrida industria, para

conservarse siempre a menos que surja una fuerza extraordinaria y llevada al exceso,

que venga a privarle de su Estado. Pero, aun perdiéndolo, lo recuperará, si se lo

propone, por muy poderoso y hábil que sea el usurpador que se haya apoderado de

él. Ejemplo de ello nos ofreció, en Italia, el duque de Ferrara, a quien no pudieron

arruinar los ataques de los venecianos, en 1484, ni los del papa Julio, en 1510, por

motivo único de que su familia se hallaba establecida en aquella soberanía, de

padres a hijos, hacía ya mucho tiempo. Y es que el príncipe, por no tener causas ni

necesidades de ofender a sus gobernados, es amado natural y razonablemente por

éstos, a menos de poseer vicios irritantes que le tornen aborrecible. La antigüedad y

la continuidad del reinado de su dinastía hicieron olvidar los vestigios y las razones

de las mudanzas que le instalaron, lo cual es tanto más útil cuanto que una mudanza

deja siempre una piedra angular para provocar otras. CAPÍTULO III

DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS

Se hallan grandes dificultades en esta clase de régimen

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