El ultimo suspiro
Enviado por Yulĭssa Andrea • 4 de Agosto de 2015 • Práctica o problema • 698 Palabras (3 Páginas) • 202 Visitas
El Último Suspiro
Una rosa blanca se torna de un profundo, opaco y poderoso carmesí, el color del amor, de la sangre, de la pasión y la veracidad de las palabras escritas por un lápiz el cual le pertenece a un herido poeta, escritor y de viajeros pensamientos, de aquí hacia allá dentro de su cabeza, florecen y crean hermosas escrituras capaces de hacer llorar a la más fría y dura roca. Toda una aventura de desamor, ruptura y vacío, esperanzas, flores y colores decadentes, como el triste gemido de un violín solitario, apenado, se rompe una de sus cuerdas dejando un desentonado lloriqueo detrás de sí que llena la sala liberando una estela de silencio. La rosa carmesí se torna de un pobre color de luto, pensando en voz bajas sus pérdidas, la imagen se torna de un envoltorio clásico, cuando las cámaras no sabían todavía cómo captar la vividez del momento, una escena, un punto único del tiempo.
Sus dedos suaves pero experimentados se posan sobre su tallo, espinoso y siempre a la defensiva, para que nadie la toque, al fin y al cabo, incluso ella sabe lo hermosa que es. Sus pétalos pintados de la ausencia de la luz, del cielo nocturno sin estrellas, pero... ¿Qué pasó con ellas?, ¿las estrellas?, ¿dónde fueron?, claro... avergonzadas se escondieron del poeta, tenían miedo de que su mirada penetrara en ellas, y descubrieran sus más ocultos deseos, después de todo, él lo sabe todo, él lo conoce todo, el nombre de las cosas, con sólo pronunciarlos, todo estaría bajo sus órdenes, todo estaría bajo su poder, pero ella, aquella rosa era valiente y decidió enfrentarlo, cara a cara, sin nada que ocultar, con la verdad a la vuelta de la esquina, fuera de mentiras.
La rosa se elevó por encima de la tierra dejando sus raíces atrás, para encontrarse frente a él. Sus ojos eran negros, profundos, temibles y penetrantes, no era cualquier mirada, le pertenecía a un hombre que permanecía en silencio, un silencio que le pertenecía a los mortales, la gente que caminaba podría arrasar con él con sus fuertes e indiferentes pisadas; un silencio propio de la naturaleza, las ramas de los árboles rozándose entre si, la fría brisa que refresca los días de verano, si tan solo... pero no, no había nada de eso, por eso persistía el silencio; era un silencio difícil de detectar, sólo si te pasabas un par de horas observándolo todo, lo notarías en las miradas recelosas de los objetos, la vergüenza de las paredes desnudas y la impotencia de las mesas vacías, un mármol liso centelleando como el sol en su cénit... ese silencio era suyo, total, y el más sabio, el silencio de un hombre que espera la muerte.
Eres valiente -dijo con amable voz el poeta-, toda mi vida busqué por alguien como tú, real, llena de algo que las demás rosas no tienen, en tu mirada una flama con la capacidad del mundo entero quemar, con el calor de mil y un astros, apasionadamente amar a un hombre, hay algo en tu forma de mirarme que no puede ser descrito con ninguna palabra de ningún idioma, algo único en esta vida, algo en lo que trabajé tanto tiempo para encontrar y gracias a tí, hoy, mañana y siempre estaré en paz -el hombre dejó a su amada donde estaba, la envolvió en su hogar y besó su centro, el hombre se desplomó en el jardín.
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