Epistemologia y alerturgia: el valor de la verdad en Foucault
Enviado por andreamoren08 • 31 de Marzo de 2021 • Reseña • 1.131 Palabras (5 Páginas) • 822 Visitas
RESEÑA CRITICA
YOLANDA ANDREA DEL RIO SOLER
INSTITUCION UNIVERSITARIA ANTONIO JOSE CAMACHO
FACULTAD DE EDUACION A DISTANCIA Y VIRTUAL
EPISTEMOLOGIA
S4491
CALI
2021
YOLANDA ANDREA DEL RIO SOLER
TRABAJO ESCRITO
WILFRAND SERGIO ANACONA CARDENAS
INSTITUCION UNIVERSITARIA ANTONIO JOSE CAMACHO
FACULTAD DE EDUACION A DISTANCIA Y VIRTUAL
EPISTEMOLOGIA
S4491
CALI
2021
CALI y 22/02/2021
TITULO
episteme y alerturgia: el valor de la verdad en Foucault
FECHA DE PUBLICACIÓN
14 julio del 2014
AUTOR
Yuri Carvajal B.
A continuación, podremos apreciar la posición que surge ante la narrativa del escritor Yuri Carvajal sobre la propuesta del valor de la verdad del filósofo Foucault donde nos presenta de forma técnica su apreciación en citas en las que el filósofo define su propósito e ideal del poder como la verdad.
RESUMEN
Episteme En una primera aproximación nada más lejos de la noción de aleturgia, en que la verdad es una especie de acto del sujeto, con la de episteme, que busca retratar un orden intelectual, dibujar las líneas que delimitan la visibilidad o aparición de un saber, las condiciones de posibilidad de la verdad. La aleturgia, propuesta en 1980, es el virtuosismo de una verdad de laboriosa artesanía en las formas del saber y de la eticidad del sujeto y formas de gobierno. La relación de la verdad con la episteme en 1966 aparece como una especie de ir-saber, una grilla que da visibilidad de los problemas, por lo tanto, identifica una época del pensamiento, ya que En una cultura y en un momento dados, solo hay siempre una episteme, que define las condiciones de posibilidad de todo saber, sea que se manifieste en una teoría o que quede silenciosamente investida en una práctica. Simple y sencillamente, su mirada no estaba ligada a las cosas por el mismo sistema, ni la misma disposición de la episteme.
Aldrovandi contempla meticulosamente una naturaleza que estaba escrita de arriba a abajo. Se trata sin duda de un diálogo de Foucault con el ímpetu estructuralista de los sesenta, y en esa medida, la existencia de un orden bien trazado, de «configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del conocimiento empírico», que dejan limitada agencia epistemológica para la acción, puede hoy resultar difícil de aceptar. Ya en marzo de 1968 y a propósito de este mismo libro, Foucault, en nombre de lo que llama pluralismo, no acepta hablar de sistema, discontinuidad y discurso. Insistiendo en la singularización de los problemas, prefiere hablar de sistemas, discontinuidades y discursos.
Así como la Edad Antigua fue seguida de varios siglos de predominio oriental, que los occidentales llamaron con sentido provincial, la Edad Media o Edad del Oscurantismo, así ahora la Edad Moderna empieza a ser seguida por una edad posmoderna. La noción de episteme ha sido como una llave para abrir la puerta al saber de las singularidades, de las diferencias, para estudiar aquello que ninguna ley universal explica a priori, pues son los efectos diversos de una misma disposición de saber, los que requieren ser objeto de estudio y explicación consecuente. Nos encontramos pues con estructuras de poder, con formas institucionales bastante próximas –el internamiento psiquiátrico, la hospitalización médica–, a la que están ligadas formas de saber diferentes, entre las que se pueden establecer relaciones –relaciones de condición y no de causa efecto, ni a fortiori de identidad–. La episteme ha sido más bien un artefacto intelectual enjuiciable por sus obras.
Quizás episteme sea una expresión adecuada para nominar en forma sucinta la ocurrencia de un saber privilegiado en la modernidad, sin detenerse en la larga exploración del aparataje material que le da vida. Para vincular la emergencia del hombre, ese «duplicado empírico trascendental» con aquella del saber cómo problema importante de saber. Y el surgimiento de la epistemología como una sentencia oracular que cruza ciertas ciencias y excluye otras. Aleturgia En febrero y marzo de 1984, en su último curso en el Collège de France, Foucault reúne los problemas del cuidado de sí y de la ética del sí mismo que habían ocupado su pensamiento desde mediados de los setenta, con las inquietudes acerca del saber, las prácticas de verdad que constituyen como sujeto de saber al loco o al preso, tanto desde el sistema formal de las instituciones, así como desde la perspectiva del sujeto mismo, de lo que es capaz de decir, de lo que le es permitido decir, de lo que vale su decir.
De paso, su comprensión del BIOS, pone a la existencia, a la forma de la existencia, como el elemento definitorio de la vida. Y esa forma alude a la estética, a una posibilidad de hacer de la vida como existencia, una obra sometida a escrutinio, ha variado juicio, incluyendo el estético. Desde un punto de vista etimológico, la aleturgia sería la producción de la verdad, el acto por el cual la verdad se manifiesta. El aparecer o des ocultar implicado en la verdad, tiene formas o, como diría Foucault, regímenes de verdad.
Para Heidegger, la forma griega, del amanecer del pensamiento, presocrática, se condensa en esta Aleteia. Con la misma palabra, pero mediante una leve torsión, Foucault toma distancia del saber moderno y propone al sujeto una búsqueda comprometida de las condiciones de verdad de su decir. Ese giro va a situar la verdad como práctica, como un acto de decir la verdad, como una pragmática entre sujetos, como acción instituyente, performativa. El rol preeminente que toma en este movimiento la tradición de pensamiento marcada por Diógenes y la imagen de la animalidad canina, hace que el decir verdad de la parresia pueda ser examinado como una presencia regular en la historia del pensamiento y no el de una marginalidad episódica y anecdótica.
La verdad como parte del dotarse a sí mismo de un alma, la verdad como el ejercicio de dotarse de algo que merezca llamarse un sí mismo, ejercicio que a la vez que lo teje, cuida al sí mismo, dedicándose, volviendo importantes las cuestiones de las que aquí tratamos, tiene una fuerte impronta de Nietzsche La fundación del ethos como principio a partir del cual la conducta podrá definirse como conducta racional en función del ser mismo del alma es, en efecto, el punto central de esa nueva forma de parresia . El decir veraz permite moverse entre una verdad que es política, pero también ética y a la vez, científica.
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