Etica Para Amador
Enviado por aryy22 • 6 de Noviembre de 2012 • 2.647 Palabras (11 Páginas) • 385 Visitas
CAPÍTULO V
¡ DESPIERTA, BABY!
Breve resumen de lo anteriormente publicado. El cazador Esaú,
convencido de que para cuatro días que va a vivir uno todo da igual,
sigue el consejo de su barriga y renuncia a su derecho de
primogenitura por un buen plato de lentejas (Jacob fue generoso al
menos en eso y le dejó repetir dos veces). El ciudadano Kane, por
su parte, se dedicó durante muchos años a vender a todas las
personas para poder comprarse todas las cosas; al final de su vida
reconoce que cambiaría si pudiera su almacén repleto de cosas
carísimas por la única cosa humilde -un viejo trineo- que le recordaba a cierta persona: a él mismo, antes de dedicarse a la
compraventa, cuando prefería amar y ser amado que poseer o
dominar.
Tanto Esaú como Kane estaban convencidos de hacer lo que
querían, pero ninguno de ellos parece que consiguió darse una
buena vida. Y sin embargo, si se les hubiera preguntado qué es lo
que deseaban de veras, habrían respondido lo mismo que tú (o que
yo, claro): «Quiero darme la buena vida.» Conclusión: está bastante
claro lo que queremos (darnos la buena vida) pero no lo está tanto
en que consiste eso de «la buena vida». Y es que querer la buena
vida no es un querer cualquiera, como cuando uno quiere lentejas,
cuadros, electrodomésticos o dinero. Todos estos quereres son por
decirlo así simples, se fijan en un solo aspecto de la realidad: no
tienen perspectiva de conjunto. No hay nada malo en querer
lentejas cuando se tiene hambre, desde luego: pero en el mundo
hay otras cosas, otras relaciones, fidelidades debidas al pasado y
esperanzas suscitadas por lo venidero, no sé, mucho más, todo lo
que se te ocurra. En una palabra, no sólo de lentejas vive el
hombre. Por conseguir sus lentejas, Esaú sacrificó demasiados
aspectos importantes de su vida, la simplificó más de lo debido.
Actuó, como ya te he dicho, bajo el peso de la inminencia de la
muerte. La muerte es una gran simplificadora: cuando estás a punto
de estirar la pata importan muy pocas cosas (la medicina que puede
salvarte, el aire que aún consiente en llenarte los pulmones una vez
más ... ). La vida, en cambio, es siempre complejidad y casi siempre
complicaciones. Si rehúyes toda complicación y buscas la gran
simpleza (¡vengan las lentejas!) no creas que quieres vivir más y
mejor sino morirte de una vez. Y hemos dicho que lo que realmente
deseamos es la buena vida, no la pronta muerte. De modo que
Esaú no nos sirve como maestro.
También Kane simplificaba a su modo la cuestión. A diferencia de
Esaú, no era derrochador, sino acumulador y ambicioso. Lo que
quería era poder para manejar a los hombres y dinero para comprar
cosas, muchas cosas bonitas y seguramente útiles. No tengo nada,
figúrate, contra intentar conseguir dinero ni contra la afición a las
cosas hermosas o útiles. No me fío de esa gente que dice que no
se interesa por el dinero y que asegura no necesitar nada de nada.
A lo mejor estoy hecho de barro muy mal cocido, pero no me hace
ninguna gracia quedarme sin blanca y si mañana los ladrones me
desvalijaran la casa y se llevaran mis libros (temo que poco más
podrían llevarse) me sentaría como un tiro. Sin embargo, el deseo
de tener más y más (dinero, cosas ... ) tampoco me parece del todo
sano. La verdad es que las cosas que tenemos nos tienen ellas
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también a nosotros en contrapartida: lo que poseemos nos posee.
Me explico. Un día, un sabio budista le decía a su discípulo esto
mismo que te estoy diciendo y el discípulo le miraba con la misma
cara rara («este tío está chalao») con la que a lo mejor tú lees esta
página. Entonces el sabio preguntó al discípulo: «¿Qué es lo que
más te gusta de esta habitación?» El avispado alumno señaló una
estupenda copa de oro y marfil que debía costar su buena pasta.
«Bueno, cógela», dijo el sabio, y el muchacho, sin esperar a que se
lo dijeran dos veces, agarró firmemente la joyita con la mano
derecha. «No se te ocurra soltarla, ¿eh?», observó el maestro con
cierta guasa; y después añadió: «¿Y no hay ninguna otra cosa que
te guste también?» El discípulo reconoció que la bolsa llena de
dinerito contante y sonante que estaba sobre la mesa tampoco le
producía repugnancia. «Pues nada, ¡a por ella!», le animó el otro. Y
el chico empuñó fervorosamente la bolsa con su mano izquierda. «Y
ahora ¿qué?», preguntó al maestro con cierto nerviosismo. Y el
sabio repuso: «Ahora ¡ráscate!» No había manera, claro. ¡Y mira
que puede llegar uno a necesitar rascarse cuando le pica alguna
parte del cuerpo... o aun del alma! Con las manos ocupadas, no
puede uno rascarse a gusto ni hacer otros muchos gestos. Lo que
tenemos muy agarrado nos agarra también a su modo... o sea que
más vale tener cuidado con no pasarse. En cierta forma, eso es lo
que le ocurrió a Kane: tenía las manos y el alma tan ocupadas con
sus posesiones que de pronto sintió un extraño picor y no supo con
qué rascarse. La vida es más complicada de lo que Kane suponía,
porque las manos no sólo sirven par coger sino también para
rascarse o para acariciar. Pero la equivocación fundamental de ese
personaje, si el que se equivoca no soy yo, fue otra. Obsesionado
por conseguir cosas y dinero, trató a la gente como si también
fueran cosas. Consideraba que en eso consiste tener poder sobre
ellas. Grave simplificación: la mayor complejidad de la vida es
precisamente ésa, que las personas no son cosas. Al principio no
encontró dificultades: las cosas se compran y se venden y Kane
compró y vendió también personas. De momento no le pareció que
hubiese gran diferencia. Las cosas se usan mientras sirven y luego
se tiran: Kane hizo lo mismo con los que le rodeaban y se diría que
todo marchaba bien. Tal como poseía las cosas, Kane se propuso
poseer personas, dominarlas, manejarlas a su gusto. Así se portó
con sus amantes, con sus amigos, con sus empleados, con sus
rivales políticos, con todo bicho viviente. Desde luego hizo mucho
daño a los demás, pero lo peor desde su punto de vista (el punto de
vista de alguien que suponemos quería
...