Filosofía de la existencia
Enviado por Paco Rosaldo Santos • 28 de Octubre de 2017 • Documentos de Investigación • 2.341 Palabras (10 Páginas) • 320 Visitas
Filosofía de la existencia
La corriente existencialista concibe al hombre como un ser abierto y arrojado a una indefinida y problemática realidad, pues el ser humano no se encuentra determinado por situación alguna, sino tan sólo adherido a una posibilidad que a él le toca conservar o transformar. De aquí se deriva la concepción de libertad-responsabilidad del hombre frente a su existencia, y también del problema propio de la existencia, de su existencia. Dentro de los temas comunes del existencialismo se encuentran, la preocupación compartida, la angustia existencial, la soledad, la muerte, etc. Para fines del presente estudio abordaremos el problema de la existencia humana auténtica y las relaciones humanas como posibilidad de descubrimiento para el crecimiento del propio hombre. Descubrimiento porque “el darse cuenta” constituye la premisa básica para que el hombre “comprenda” su situación existencial y asuma su responsabilidad frente al “llamado” de su vocación más personal.
La existencia auténtica del hombre
El hombre tiene ante sí un gran número de horizontes, pero el más vasto y complejo, es el horizonte interior de su ser humano. Sócrates lo comprendió casi 500 años antes de nuestra era al apropiarse del emblema del Oráculo de Delfos que sentenciaba: “Conócete a ti mismo”. No hay conocimiento más necesario, justo y verdadero que el del interior del hombre. Es por sí mismo la única posibilidad de descubrimiento de la vida, del ser, de la existencia. No hay sabiduría que provenga del exterior. No hay existencia auténtica sin conciencia. No hay vocación sin libertad, no hay libertad sin compromiso ni responsabilidad.
El hombre sumido en la inercia biológica o resguardado en la “seguridad” de las tradiciones, insignifica lo humano de su vida. Según Heidegger es un hombre reducido al más pobre nivel del ser, el nivel óntico (propio de los entes) y ausente de su dimensión ontológica (propia del ser). Es el hombre que vive una existencia inauténtica.
El hombre como ser total, es más que un producto de la evolución biológica, por tanto, su existencia siempre tiene algo de misterio, que a su vez no puede ser aclarado por la ciencia. La existencia del hombre es, en palabras de Marcel, más un Misterio que un Problema. Caracteriza al problema como “una cuestión enfrente de mí”, de un modo objetivo y se resuelve independiente de la persona (caso típico de la ciencia), pero en un nivel superior está el misterio, que envuelve al propio sujeto y por tanto lo involucra en la resolución misma. (Gutiérrez, 1988, pag.198).
Ignace Lepp en su obra “La existencia auténtica” (1963), nos da una caracterización magistral de la existencia personalísima y por tanto humana del hombre. Los rasgos básicos que dibujan los contornos de una existencia auténtica son: La vocación, la libertad, la responsabilidad, el compromiso, la trascendencia, la angustia y la conciencia, que en su conjunto conforman la base de la dignidad y grandeza humanas.
Entre la vocación y la libertad
En la perspectiva dinámica existencial hay una definición que casi expresa toda la riqueza del ser humano: el hombre es un ser-llamado. En contraste con el resto de las especies que encuentran en el instinto la determinación biológica de su estar vivos, el ser humano debe escuchar el llamado que lo impulsa a tomar la responsabilidad de su propio camino. Descubrir su vocación lleva al hombre a caminar incesantemente, pues nunca puede decir que ha realizado su vocación. Lepp habla de dos tipos de vocación en el hombre: la espiritual y la temporal. La primera lo lleva a elegir el fin supremo de su existencia, la segunda a juntar los medios que se le brindan para realizar su fin. La vocación espiritual es común a todos los hombres, y ya no pertenece a la naturaleza, pues confirma que el hombre es tal porque es espíritu, y por tanto busca la trascendencia última en el llamamiento del Ser Supremo. Pero para realizar la vocación única y común a todos los hombres, las vías son tan diversas como diferentes los seres humanos. Cada uno debe elegir lo que le convenga a su existencia personal. La tarea consiste en caminar a la búsqueda de nuestro “yo” más profundo, al encuentro con ese diálogo total de su ser, consigo mismo y con su vida, al encuentro con el llamado de su vocación de hombre. El hombre que existe auténticamente no tiene nunca el descanso de los espíritus pusilánimes que se refugian en el sopor de la inercia existencial, por el contrario, llevan dentro de sí mismos un impulso y necesidad que los perfila a superarse.
El hombre es un ser contradictorio, siempre caminando en la delgada línea que divide el bien y el mal, entre el amor y el odio, pero es precisamente su vocación personal lo que puede convertirse en el factor o principio unificador y conciliador de las fuerzas contrarias.
No tiene el hombre nunca la certeza. La incertidumbre puede ser fuente de sabiduría o bien factor generador de angustia, pero en cualquier caso es un rasgo básico de la vocación humana, pues nunca estamos del todo seguros de que el camino que andamos es el correcto, sólo podemos guiarnos de la alegría profunda que produce el intuir o deducir que hemos encontrado el nuestro.
La libertad es el valor y la cualidad más alta, mediante el cual intentamos realizar nuestra vocación personal, sin ella nuestra calidad de hombre descendería a la escala más primitiva de las especies. Se lucha por ella y a la vez nos sirve como artificio para conquistarla. Es medio y fin. A diferencia de los actos del hombre, que no requieren nuestra atención ni deseo, sino que se realizan como eventos naturales (comer, dormir, etc.), los actos humanos tienen la cualidad de que antes de llevarlos a cabo, lo concebimos como posible, deseable, útil. Los actos humanos requieren de nuestra conciencia y nuestra intención.
La libertad es poder creador, a diferencia del instinto o del acto inconsciente que se repite una y otra vez mecánicamente y carente de sentido alguno. La libertad le otorga al hombre el temible poder de crear su propia desdicha o su felicidad y la de otros. “El hombre es libre exactamente en la medida en que es hombre, en la medida que trasciende la naturaleza” (Lepp, 1963, pag. 59).
El hombre es libre pero solo en cierto grado o nivel y esto depende directamente de la realización de su existencia auténtica. Cuando más auténtica es su existencia, más libre es el hombre, más humano. La existencia inauténtica provoca que la libertad y la condición humana del hombre decrezcan en sentido inversamente proporcional.
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