Frase
Enviado por VMPS • 16 de Octubre de 2013 • Informe • 1.084 Palabras (5 Páginas) • 328 Visitas
En 1923 Sabina Spielrein, una de las pioneras del psicoanálisis, abandonaba el centro de Europa para regresar a su Rusia natal. Alentada por el propio Freud y esperanzada respecto del comunismo, fue rápidamente aceptada como miembro de la Asociación Psicoanalítica Rusa a cuyo amparo continuó su carrera profesional. En el camino quedaron sus recuerdos de juventud en Ginebra, junto a un diario personal y un puñado de preciados documentos que, olvidados o abandonados, durmieron un sueño de más de cincuenta años en los anaqueles del viejo edificio de la universidad. Su azaroso descubrimiento por Aldo Carotenutto en 1977 [3] fue la piedra de un escándalo mayúsculo. Las cartas y el diario de Sabina Spielrein arrojaban luz sobre un secreto affaire, que mantuvo a los veinte años con Jung mientras éste era su analista en la más prestigiosa clínica psiquiátrica de Zurich.
Para Freud, que como lo prueban las cartas halladas siguió con preocupación el asunto, la conducta de Jung resultaba inadmisible, pero reflejaba un problema que no era nuevo. Ya en 1880 el análisis de otra joven de veintiún años, Berta Pappenheim (Anna O.), erráticamente conducido por Joseph Breuer, y luego en 1889 el de Fanny Moser (Emmy von N.), lo habían puesto sobre la pista. El amor de transferencia, esencial en un tratamiento, era todavía mal comprendido por los analistas, generando en ellos reacciones de huída o atracción, ambas incompatibles con la cura de los pacientes.
Varios de sus discípulos incurrieron en este desliz. Desde formas involuntarias, como las reacciones de Breuer o las expresiones con las que Ferenzi describía a su paciente, la baronesa Anna von Lieben (Cecile M.) –inteligente, sensible, primadonna-, hasta extremos de involucración abierta, como la de Jung con Sabina Spielrein o la del propio Ferenczi con Gizella y Elma Palos. Una vez más Jung con Antonia Wolff, Groddeck con Emmy von Voigt, Wilheim Stekel con distintas pacientes, Victor Tausk, Wilheim Reich, Otto Rank…
La cuestión no se saldaría sino hasta 1914 cuando Freud escribe sus Observaciones sobre el amor de transferencia, artículo visionario que distingue el terreno de la moral del campo de la ética, anticipando un único principio rector para las cuestiones de manejo transferencial y de secreto profesional. Pero serían necesarias todavía cuatro décadas de latencia para que el texto pudiera emerger en su justo alcance y ser discutido por la comunidad analítica.
Con el final de la Segunda Guerra Mundial, los juicios a los médicos nazis y la promulgación del código de Nuremberg, surgió también la necesidad de establecer límites racionales al desarrollo científico y profesional. Y han sido los Estados Unidos quienes encabezaron ese furor deontológico. En su codificación ética de 1953, la American Psychological Association (APA) no hace mención específica a la intimidad sexual con los pacientes pero varios de sus principios y reglas indicaban ya el carácter inaceptable de tal conducta, por cierto que en términos bien alejados de los fundamentos freudianos: (…) en la práctica de su profesión el psicólogo debe mostrar consideración por los códigos de la sociedad y las expectativas morales de la comunidad en la que trabaja (…). Es recién en 1977 cuando se establece el carácter no ético de la intimidad sexual con pacientes y en la versión de 1992 cuando se la recorta con carácter exclusivo para el campo de la terapia. Este criterio ha sido adoptado por los códigos
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