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Fundamentacion Del Conocimiento


Enviado por   •  24 de Febrero de 2014  •  2.929 Palabras (12 Páginas)  •  497 Visitas

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FUNDAMENTACIÓN DE LA

METAFÍSICA DE LAS

COSTUMBRES.

1785

IMMANUEL KANT.

www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.

www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.

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IMMANUEL

KANT

FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES

CAPÍTULO PRIMERO

TRÁNSITO DEL CONOCIMIENTO MORAL COMÚN DE LA RAZÓN AL CONOCIMIENTO

FILOSÓFICO

Ni en el mundo ni, en general, fuera de él es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno

sin restricción, excepto una buena voluntad. El entendimiento, el ingenio, la facultad de discernir,1 o

como quieran llamarse los talentos del espíritu; o el valor, la decisión, la constancia en los propósitos

como cualidades del temperamento son, sin duda, buenos y deseables en muchos sentidos, aunque

también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que debe hacer uso

de estos dones de la naturaleza y cuya constitución se llama propiamente carácter no es buena. Lo

mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la riqueza, el honor, incluso la salud y la

satisfacción y alegría con la propia situación personal, que se resume en el término , dan valor, y tras

él a veces arrogancia. Si no existe una buena voluntad que dirija y acomode a un fin universal el

influjo de esa felicidad y con él el principio general de la acción; por no hablar de que un espectador

racional imparcial, al contemplar la ininterrumpida prosperidad de un ser que no ostenta ningún

rasgo de una voluntad pura y buena, jamás podrá llegar a sentir satisfacción, por lo que la buena

voluntad parece constituir la ineludible condición que nos hace dignos de ser felices.

Algunas cualidades son incluso favorables a esa buena voluntad y pueden facilitar bastante su

trabajo, pero no tienen ningún valor interno absoluto, sino que presuponen siempre una buena

voluntad que restringe la alta estima que solemos tributarles (por lo demás, con razón) y no nos

permite considerarlas absolutamente buenas. La moderación en afectos y pasiones, el dominio de sí

mismo, la sobria reflexión, no son buenas solamente en muchos aspectos, sino que hasta parecen

constituir una parte del valor interior de la persona, no obstante lo cual están muy lejos de poder ser

definidas como buenas sin restricción (aunque los antiguos las consideraran así

incondicionalmente). En efecto, sin los principios de una buena voluntad pueden llegar a ser

extraordinariamente malas, y la sangre fría de un malvado no sólo lo hace mucho más peligroso sino

mucho más despreciable ante nuestros ojos de lo que sin eso podría considerarse.

La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice ni por su aptitud para alcanzar algún

determinado fin propuesto previamente, sino que sólo es buena por el querer, es decir, en sí misma, y

considerada por sí misma es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de

ella pudiéramos realizar en provecho de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las

inclinaciones. Aunque por una particular desgracia del destino o por la mezquindad de una

1 En alemán Urteilskraft. El contexto parece aconsejar una versión algo diferente a la que da Morente, ya que

Kant se está refiriendo aquí a simples facultades psicológicas que no tienen nada que ver con la de la que habla

el filósofo en otros lugares.

www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.

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naturaleza madrastra faltase completamente a esa voluntad la facultad de sacar adelante su

propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena

voluntad (desde luego no como un mero deseo sino como el acopio de todos los medios que están en

nuestro poder), aun así esa buena voluntad brillaría por sí misma como una joya, como algo que en

sí mismo posee pleno valor. Ni la utilidad ni la esterilidad pueden añadir ni quitar nada a este valor.

Serían, por así decir, como un adorno de reclamo para poder venderla mejor en un comercio vulgar

o llamar la atención de los pocos entendidos, pero no para recomendarla a expertos y determinar su

valor.

Sin embargo, hay algo tan extraño en esta ideal del valor absoluto de la mera voluntad sin que entre

en consideración ningún provecho al apreciarla, que, al margen de su conformidad con la razón

común, surge inevitablemente la sospecha de que acaso el fundamento de todo esto sea simplemente

una sublime fantasía y que quizá hayamos entendido erróneamente el propósito de la naturaleza al

haber dado a nuestra voluntad la razón como directora. Por ello vamos a examinar esta idea desde

este punto de vista.

Admitimos como principio que en las disposiciones naturales de un ser organizado, es decir,

adecuado teleológicamente para la vida, no se encuentra ningún instrumento dispuesto para un fin

que no sea el más propio y adecuado para dicho fin. Ahora bien, si en un ser dotado de razón y de

voluntad el propio fin de la naturaleza fuera su conservación, su mejoramiento y, en una palabra, su

felicidad, la naturaleza habría tomado muy mal sus disposiciones al elegir la razón de la criatura

como la encargada de llevar a cabo su propósito. En efecto, todas las acciones que en este sentido

tiene que realizar la criatura, así como la regla general de su comportamiento, podrían haber sido

dispuestas mucho mejor a través del instinto, y aquel fin podría conseguirse con una seguridad

mucho mayor que la que puede alcanzar la razón; y si ésta debió concederse a la venturosa criatura,

sólo habría de servirle para hacer consideraciones sobre la feliz disposición de su naturaleza, para

admirarla, regocijarse con ella y dar las gracias a la causa bienhechora por ello pero no para someter

su facultad de desear a esa débil y engañosa tarea y malograr la disposición de la naturaleza; en una

palabra, la naturaleza habría impedido que la razón se volviese hacia su uso práctico y tuviese la

desmesura de pensar ella misma, con sus endebles conocimientos, el bosquejo de la felicidad y de los

medios que conducen a ella; la naturaleza habría recobrado para sí no sólo la elección de los fines

sino también de los medios mismos, entregando ambos al mero instinto con sabia precaución.

En realidad, encontramos que cuanto

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