“Fundamentos bíblicos, teológicos y antropológicos de la conciencia moral”
Enviado por Tonnyjesus • 25 de Abril de 2019 • Tesis • 10.260 Palabras (42 Páginas) • 369 Visitas
Introducción
Este primer capítulo lo hemos titulado: “Fundamentos bíblicos, teológicos y antropológicos de la conciencia moral”. Aquí trataremos de ofrecer un análisis en torno a la conciencia moral, partiendo del dato revelado acerca de esa dimensión del hombre, y la reflexión que ha venido haciendo la teología moral, ayudado por autores modernos que se han dedicado seriamente a profundizar sobre el tema que nos ocupa. En el que presentamos un análisis desde la noción de conciencia, desde su más amplia significación etimológica, historia, y como ha sido entendida, y se entiende desde la filosofía, desde la sicología. Resaltando la presencia del sentido moral en todas las culturas, con la salvedad de que, aunque no aparezca con el mismo nombre, pero sí, su más notable valor moral.
Continuando abordando la conciencia dese el sentido moral y religioso, por encima de otras concepciones, seguidamente, hacemos un esbozo sobre los tipos de conciencia: la conciencia verdadera, la errónea, que se opone a la anterior, la conciencia cierta, la conciencia cierta y la conciencia recta. Seguido de un recorrido que presentamos del la significación de la conciencia desde un recorrido por el AT. Luego hacemos un análisis del término desde el NT, viendo detenidamente la importancia y trascendencia de la conciencia en el Apóstol Pablo, cerrando dicho apartado con las consideraciones sobre la conciencia en los Santos Padres y en el Medioevo.
LA DIGNIDAD DE LA CONCIENCIA MORAL A LA LUZ DE LA CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES
Capítulo I
FUNDAMENTOS BÍBLICOS, TEOLÓGICOS Y ANTROPOLÓGICOS DE LA CONCIENCIA MORAL
1.1 Noción de conciencia
En cuanto al origen del vocablo conciencia, según el testimonio de Antonio Lanza junto a Pietro Plazazzini, afirman que dicho vocablo fue utilizado por primera vez por un comediógrafo griego denominado Menandro (Comediante ateniense del siglo IV a. C), el cual consideraba la conciencia como un dios que reside en cada mortal, con la célebre frase: “para todo mortal la conciencia es un dios”[1].
Continuando con la historicidad del vocablo conciencia, Marciano Vidal aborda el tema partiendo del sentido epistemológico y su progreso evolutivo en la filosofía, como también el sentido religioso del mismo, argumenta que el problema de la conciencia ha sido objeto a lo largo de la historia de un interés teórico-especulativo, sin perder por ello su aspecto más vital y próximo, como fenómeno perteneciente al ámbito de la moral. El tema de la conciencia tiene que ver con la especulación filosófica y teológica, con la sensibilidad moral que se pone de manifiesto en cada época[2].
Vidal entiende que la reflexión sobre el fenómeno de la conciencia es antiquísimo, remontando su origen a la reflexión iniciada por la cultura griega al afirmar que:
El fenómeno de la conciencia moral, aunque hoy esté adquiriendo un puesto de relevancia dentro de la teología moral, estaba ya desde que el hombre comenzó a reflexionar sobre su propio comportamiento. Desde que la tragedia y el teatro griegos comenzaron a dar un nombre a determinados fenómenos del sentir humano hasta la noción de conciencia moral que expresan nuestros manuales, son aproximadamente veintiséis siglos de la historia humana, en lo que se le han dado múltiples explicaciones a mencionado fenómeno[3].
Desde el origen de la noción de conciencia, la cultura griega, principalmente la filosofía moral, fue la primera que reflexiono de manera sistemática el tema del comportamiento humano. La filosofía griega le dio el nombre de syneidesis; pero antes de darle un nombre existía de ante mano la noción de la misma. En su etimología, el vocablo conciencia es un compuesto formado por una partícula que expresa la idea de encomienda, acompañamiento (syn) y un verbo de conocimiento (oida). Esta idea de conciencia en el mundo griego está sometida a un proceso hacia la autoreflexión o el desdoblamiento del yo. Pero es principalmente en las doctrinas filosóficas de los estoicos y epicúreos, donde la conciencia adquiere la dimensión moral como confrontación crítica frente al propio comportamiento. Es en la filosofía griega, y sobre todo en la corriente estoica, donde mencionado concepto adquiere unos perfiles claros de testigo y juicio valorativo que el propio sujeto ejerce sobre sus acciones[4].
El vocablo conciencia no se encuentra universalmente explícito en todas las culturas. En las culturas antiguas, como en la egipcia o semítica, se encuentran expresiones que pueden ser remitidas a dicho término; a pesar de eso, no faltan en ellas normas, jerarquías de valores y una clara distinción entre bien y mal. Por tanto, no existe un pueblo que no se rija por un estatuto ético, en virtud del cual se formulan valoraciones de aprobación o reprobación y sanciones de premio o castigo. El tema en occidente parte de las fuentes bíblica y filosófica. La acepción griega sineidesis, entre otras orientaciones, tiene cabida un sentido moral. El gusto por una acción noble va acompañado por un sentimiento de fascinación estética. Por eso, bueno y bello se hallan relacionados entre sí. Lo malvado es moralmente condenable por la razón, como también por la sensibilidad estética; lo malo y repugnante ofende el sentido moral y el gusto por la belleza[5].
Realizando un análisis sobre lo que comúnmente se entiende por conciencia, partiendo de la experiencia cotidiana, nos damos cuenta que en la conciencia el hombre experimenta de manera inmediata, en la profundidad de su ánimo la cualidad moral de una decisión o acción personal concreta, la experimenta como un deber que le impone la vivencia de un sentido capaz de dar plenitud a su ser personal. La conciencia, más que normas formuladas, experimentamos la exigencia del valor, del mundo, de la plenitud como incitación al bien, o la presencia de lo negativo como el mal que nos amenaza y que hay que evitar[6].
En el lenguaje popular la palabra conciencia está asociada al bien obrar, porque cundo de una persona se dice que actúa con conciencia, o en conciencia, es porque lo que ha hecho es digno de alabar, y por tanto bueno. En cambio, cuando se afirma que una persona actúa sin conciencia o es un inconsciente, es porque no ha obrado bien, y su comportamiento es reprobable ante la sociedad.
En virtud de la capacidad de juzgar, la conciencia adquiere un carácter religioso, ya que el reconocimiento y arrepentimiento de las faltas se hace en orden a la salvación. La interioridad subjetiva de la conciencia expresa lo divino-trascendental de la misma. Es Filón quien da un paso hacia adelante en este campo, al sustituir la objetividad de la naturaleza misma por la subjetividad de la conciencia como origen de donde derivan los principios de la naturaleza moral. Su concepción mística le llevó hasta ver en la conciencia la presencia de lo divino en el alma. Esta vertiente mística de la tradición estoica-filoniana continua con Séneca llegando a considerar la conciencia como sede de la divinidad[7].
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