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HOMBRE SIN NOMBRE


Enviado por   •  6 de Abril de 2016  •  Apuntes  •  766 Palabras (4 Páginas)  •  184 Visitas

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                                            HOMBRE SIN NOMBRE

En el reducido marco de una habitación de hospital, dos pacientes convalecen de su enfermedad; el hombre que ocupa una de las camas, un anciano cercano a los cien años, más bien agoniza, en medio de una soledad sin apenas visitas, sin revisiones médicas, con tan sólo el paso de los enfermeros... De pronto, este silencio aséptico, el silencio del tiempo detenido, se rompe por las confesiones casi febriles del anciano que está a punto de morir; unas confesiones atropelladas entre el sueño y la vigilia que poco a poco nos van descubriendo todo el horror que puede encerrar una vida. El anciano, de manera precipitada, va narrando a su compañero de cuarto cómo ha sido su paso por el mundo, y poco a poco va sumergiéndole en el abismo de la vesania, de la violencia, del horror... Así, se empieza a configurar ante el lector, de manera progresiva, a un ritmo creciente (ritmo que es uno de los grandes logros de esta novela), un personaje réprobo en su infancia, maldecidor de Dios y de cuanto pretenden enseñarle, violador de las criadas, nazi en los primeros años de Hitler, cuando desfilaban las antorchas y las noches se llenaban de cristales rotos, falangista también en los tiempos de la ira, cabecilla de los «paseos» durante la Guerra Civil, combatiente en Leningrado por el simple placer de matar... y luego, casi de pronto, durante cerca de sesenta años, hasta el momento en que le internan en el hospital, practicante en un sanatorio (una laguna demasiado grande en el «ejercicio de la maldad» que el lector obvia por su buena voluntad, pero que sin duda entra en el debe de la imaginación del autor). En fin, lo importante es que la vileza del personaje, de la que no se arrepiente en ningún momento y en la cual llega a regocijarse, consigue conmovernos por su verosimilitud y por la energía con que está narrada. Para adentrarse hasta el fondo en esa maldad y mostrarla en toda su crudeza, Suso de Toro emplea, con gran acierto, el recurso al monólogo interior, casi al flujo de conciencia en el que los hechos se muestran fragmentados, apenas visiones fugaces que poco a poco van tomando forma. Se trata de una apuesta arriesgada, porque la novela, entrecortada de esta manera, no resulta fácil de leer para el lector común, pero una apuesta exitosa, porque los hechos narrados adquieren así una prodigiosa fuerza, aunque bien es verdad que alguno de los diálogos y algunas de las introspecciones, como las de la señora de la limpieza, resultan inútiles y distraen del relato principal. Pero el conjunto, la totalidad, encuentra en el estilo una herramienta apropiada; posiblemente la historia, contada de otra forma (desde el punto de vista de un narrador omnisciente, por ejemplo, o por medio de frases largas y académicamente construidas), no hubiera sido siquiera posible. En líneas generales, Hombre sin nombre es una novela, como se ha apuntado, muy bien construida (rezuma oficio) y que tiene momentos de especial calidad literaria. Sin embargo, no llega a ser una novela redonda porque se suceden en ella demasiado altibajos, y de la cumbre pasamos varias veces a lo más pedestre, de un modo tan brusco que llega a desconcertar. Es el caso de las páginas finales, cuando, después de un relato extraordinario sobre el frente ruso, de pronto el anciano «lega» su dentadura postiza al enfermo de al lado, en un diálogo que, de manera involuntaria, llega a rozar lo ridículo. También es el caso de los pensamientos que, al hilo de los actos criminales del anciano, se van sucediendo. «Esto es... como La montaña mágica... pero en una versión bufa», llega a decirse en un momento de la novela, y si bien es verdad que no llega al nivel de la bufonada, es cierto que el relato busca en determinados momentos adquirir altura intelectual, planteándose algunos de los mitos culturales e históricos de nuestro mundo, y en ningún caso llega a alcanzar esa altura, es más, en ocasiones cae hasta sentencias que más bien parecen tomadas de las cartas al director de El País Semanal, por su superficialidad y topiquismo: «[los estadounidenses] andan ahora preparando la invasión de otro país. Dicen que para prevenir males futuros. Y para robarles»; «Siempre igual, la derecha española piensa que España es suya y que ella es España»; «Dios destruyó Sodoma y Gomorra sin ni siquiera avisar a los que estaban allí», etcétera. En conclusión, un libro de magnificas hechuras lastrado por algún que otro resbalón y por una tendencia hacia lo políticamente correcto e intelectualmente insustancial.

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