Hanna Arendt Prólogo De La Condición Humana
Enviado por pameorteguita • 16 de Octubre de 2012 • 1.959 Palabras (8 Páginas) • 1.499 Visitas
En 1957 se lanzó al espacio un objeto fabricado por el hombre
y durante varias semanas circundó la Tierra según ías mismas
leyes de gravitación que hacen girar y mantienen en movimiento
a los cuerpos celestes: Sol, Luna y estrellas. Claro está
que el satélite construido por el hombre no era ninguna luna,
estrella o cuerpo celeste que pudiera proseguir su camino orbital
durante un período de tiempo que para nosotros, mortales
sujetos al tiempo terreno, dura de eternidad a eternidad. Sin
embargo, logró permanecer en los cielos; habitó y se movió en
la proximidad de los cuerpos celestes como sL a modo de prueba,
lo hubieran admitido en su sublime compañía.
Este acontecimiento, que no le va a la zaga a ningún otro, ni
siquiera a la descomposición del átomo, se hubiera recibido
con absoluto júbilo de no haber sido por las incómodas circunstancias
políticas y militares que concurrían en él. No obstante,
cosa bastante curiosa, dicho júbilo no era triunfal; no era orgullo
o pavor ante el tremendo poder y dominio humano lo que
abrigaba el corazón del hombre, que ahora, cuando levantaba
la vista hacia el firmamento, contemplaba un objeto salido de
sus manos. La inmediata reacción, expresada bajo el impulso
del momento, era de alivio ante el primer «paso de la victoria
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leí hombre sobre la prisión terrena». Y esta extraña afirma-
:ión, lejos de ser un error de algún periodista norteamericano,
nconscientemente era el eco de una extraordinaria frase que,
íace más de veinte años, se esculpió en el obelisco fúnebre de
ino de los grandes científicos rusos: «La humanidad no permaíecerá
atada para siempre a la Tierra».
Durante tiempo esta creencia ha sido lugar común Nos
nuestra que, en todas partes, los hombres no han sido en modo
tlguno lentos en captar y ajustarse a los descubrimientos cíentíicos
y al desarrollo técnico, sino que, por el contrario, los han
;obrepasado en décadas. En éste, como en otros aspectos, la
ñencia ha afirmado y hecho realidad lo que los hombres anticiparon
en sueños que no eran descabellados ni vanos. La única
íovedad es que uno de los más respetables periódicos de este
:>aís publicó en primera página lo- que hasta entonces había
sertenecido a la escasamente respetada literatura de ciencia
icción (a la que, por desgracia, nadie ha prestado la atención
}ue merece como vehículo de sentimientos y deseos de la
.-nasa). La trivialidad de la afirmación no debe hacernos pasar
por alto su carácter extraordinario; ya que, aunque los cristianos
se han referido a la Tierra como un valle de lágrimas y los
filósofos han considerado su propio cuerpo como una prisión
de la mente o del alma, nadie en la historia de la humanidad ha
concebido la Tierra como cárcel del cuerpo humano ni ha mostrado
tal ansia para ir literalmente de aquí a la Luna. La emancipación
y secularización de la Edad Moderna, que comenzó con
un desvío, no necesariamente de Dios, sino de un dios que era
el Padre de los hombres en el cielo, ¿ha de terminar con un
repudio todavía más ominosa de una Tierra que fue la Madre de
todas las criaturas vivientes bajo el firmamento?
La Tierra es la misma quintaesencia de la condición humana,
y la naturaleza terrena según lo que sabemos, quizá sea
úni,ca en el universo con respecto a proporcionar a los seres
humanos un habitat en el que moverse y respirar sin esfuerzo ni
artificio. El artificio humano del mundo separa la existencia
humana de toda circunstancia meramente animal, pero la propia
vida queda al margen de este mundo artificial y, a través de
ella, el hombre se emparenta con los restantes organismos viPrólogq
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vos. Desde hace algún tiempo, los esfuerzos de numerosos científicos
se están encaminando a producir vida también «artificial
», a cortar el último lazo que sitúa al hombre entre los hijos
de la naturaleza. El mismo deseo de escapar de la prisión de la
Tierra se manifiesta en el intento de crear vida en el tubo de
ensayo, de mezclar «plasma de germen congelado perteneciente
a personas de demostrada habilidad con el microscopio a fin
de producir seres humanos superiores», y de «alterar [su] tamaño,
aspecto y función»; y sospecho que dicho deseo de escapar
de la condición humana subraya también la esperanza de prolongar
la vida humana más allá del límite de los cien años.
Este hombre futuro -que los científicos fabricarán antes de
un siglo, según afirman- parece estar poseído por una rebelión
contra la existencia humana tal como se nos ha dado, gratuito
don que no procede de ninguna parte (materialmente hablando),
que desea cambiar, por decirlo asi, por algo hecho por él
mismo. No hay razón para dudar de nuestra capacidad para
lograr tal cambio, de la misma manera que tampoco existe para
poner en duda nuestra actual capacidad de destruir toda la vida
orgánica de la Tierra. La_única cuestión que se plantea es si
queremos o no emplear nuestros conocimientos científicos y
técnicos en este sentido, y tal cuestión no puede decidirse por
medios científicos^ se trata de un problema político de primer
orden y, por lo tanto, no cabe dejarlo a la decisión de los científicos
o políticos profesionales.
Mientras tales posibilidades quizá sean aún de un futuro lejano,
los primeros efectos de los triunfos singulares de la ciencia
se han dejado sentir en una crisis dentro de las propias ciencias
naturales. La dificultad reside en el hecho de que las «verdades»
del moderno mundo científico, si bien pueden demostrarse en
fórmulas matemáticas y comprobarse tecnológicamente, ya no
se prestan a la normal expresión del discurso y del pensamiento.
En cuanto estas «verdades» se expresen conceptual y coherentemente,
las exposiciones resultantes serán «quizá no tan
sin sentido como "círculo triangular", pero mucho más que un
"león alado"» (Erwin Schrodinger). Todavía no sabemos si ésta
es una situación final. Pero pudiera ser que nosotros, oriatacas
atadas a la Tierra que hemos comenzado a actuar como si fuera16
La condición
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