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LA NECESIDAD DEL SABER


Enviado por   •  19 de Septiembre de 2014  •  3.187 Palabras (13 Páginas)  •  231 Visitas

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La necesidad de saber

Si la Filosofía es Amor a la Sabiduría, en virtud de ese amor, debe provocar el movimiento. El amor no puede quedarse quieto porque busca lo que necesita, lo que ansía.

Lo que está escondido no intenta escapar de la búsqueda sincera del que participa de la naturaleza filosófica. Solamente pide una búsqueda más profunda, dirigida a las causas y no a los efectos evidentes...

La sabiduría no es llenarse la cabeza con ideas que nunca se aplicarán (por miedo, por cobardía, o por comodidad); sabiduría es aprender a vivir, a evolucionar, llegar a sentirse más firmes y seguros.

Es evidente que para llegar a la sabiduría hay que atravesar muchos caminos desconocidos, hay que abrirse paso por la intrincada selva de las experiencias; quedarse atrás por miedo, creer que evitaremos estos encuentros con lo desconocido, es apenas aplazar el sentido inexorable de la vida, y vivir lo que nos queda por delante con la sombra permanente del temor, de lo que se pudo hacer y no se hizo…

La vida es un tesoro de sabiduría cuando se aprende a vencer el miedo en cada paso. Se trata de tu vida, de tus pasos. No tengas miedo.

Necesidad de saber

Hipótesis: la evidente mejora para la supervivencia que supone ser capaz de comprender cómo funcionan las cosas ha llevado a la evolución a dotarnos de un mecanismo cerebral que nos premia con sensaciones agradables cuando comprendemos las cosas; un centro de la sabiduría que compensa con placer el entendimiento, y castiga con inquietud y malestar la ignorancia. Porque es más fácil sobrevivir si entiendes cómo funciona el mundo y eres capaz de modificar ese funcionamiento, especialmente si eres un mono de mediano tamaño y mediocre velocidad carente de colmillos. Así que sería lógico pensar que la especie humana se caracteriza por una verdadera necesidad de saber, similar (aunque menos intensa quizá) que la necesidad de reproducirse, excretar o comer. Somos monos adictos al conocimiento, lo cual explica nuestra insaciable curiosidad, el súbito destello de placer que sufrimos al comprender algo o la incómoda sensación de frustración cuando por mucho que nos esforzamos no podemos entender. Eso podría explicar el impulso que hay detrás de la ciencia, el afán de conocimiento por el conocimiento, la pasión del saber. Lo curioso es que también explicaría buena parte de nuestro afán por la religión. Y la razón por la que algunas personas creen en todo tipo de alambicadas conspiraciones y conspiranoias.

Porque si existiera este centro cerebral del placer asociado al saber, no tendría modo alguno de distinguir entre una explicación del mundo verdadera y otra falsa. Ambas podrían proporcionar esa agradable sensación, esa satisfacción provocada por el entendimiento: bastaría con que la persona estuviese convencida para que el mecanismo de refuerzo cerebral se activase. Ante la pregunta ¿cuándo nació la Tierra? la respuesta de la ciencia (hace más de 4.500 millones de años) y la del Obispo Ussher (al atardecer del 22 de octubre del año 4.004 adC) podrían provocar una respuesta cerebral similar, siempre que quien desee comprender crea realmente en la veracidad de la respuesta.

De hecho la ventaja la tiene la explicación religiosa, siempre mucho más sencilla (dios lo quiere y/o está escrito en el libro sagrado) y comprensible que la científica, que necesita esfuerzo y estudio.Las religiones pueden incluso proporcionar lo que la ciencia no puede dar, como son certezas absolutas y conocimientos completos; al ser un sistema de comprensión metódica del Universo, la ciencia nunca lo explica todo por completo, y a veces cambia de explicación. La religión ofrece un entendimiento simple, absoluto e inmóvil que excluye la duda y la incomprensión, proporcionando el cálido sentimiento de la sabiduría sin interrupción.

Ésta es también la recompensa de los conspiranoicos ante los grandes enigmas de la Historia. Con frecuencia es imposible reconstruir con absoluto detalle hechos del pasado, incluso reciente: las evidencias físicas se pierden o distorsionan, las investigaciones cometen errores, los testigos son con frecuencia muy poco fiables. Las contradicciones y lagunas son inevitables en la reconstrucción del pasado. La misma historia depende en ocasiones de casualidades, pequeños (o grandes) azares, caprichos de las personas o el destino que son imposibles de reproducir o comprender. El estudio de la Historia, por tanto, está lleno de frustraciones, que pueden resolverse creando una sólida teoría de conspiración.

En efecto, una buena conspiración lo explica todo: lo conocido y lo desconocido, lo comprobable y lo imposible de comprobar. Postulando la acción de un selecto grupo de conspiradores omnipresentes, omnipotentes y omnicomprensivos empeñados en borrar las huellas de su propia actuación es posible explicar cualquier hecho, y también cualquier contradicción, cualquier falla en la teoría. Los detalles de las conspiraciones pueden ser fantásticamente barrocos, pero en su esencia comparten con las religiones una explicación simple fácil de comprender: ‘ellos’ lo hicieron, y desde entonces tratan de ocultarlo. ‘Ellos’ pueden ser los judíos, los cátaros, los templarios, la KGB, la CIA, los francmasones, la Trilateral, los lagartos venidos del espacio, el Vaticano, el Club Bilderberg o todos trabajando en conjunto; eso no es lo importante. La clave es que no hay prueba en contra que no se pueda desacreditar; ni pregunta que no se pueda responder con certeza y sencillez, por más que la acumulación de esas respuestas exija una renuncia a la lógica tan completa como en el caso de la religión. A cambio, proporciona un placer de sabiduría tan completo como aquélla. A veces conspiración y religión están cerca, y a veces surgen construcciones (como las ideologías) que tienen mucho de ambas y pueden adquirir una enorme capacidad destructiva. Millones de personas pueden hallar satisfacción a su necesidad de saber por estos medios.

Esto significa que la especie humana jamás abandonará las religiones ni las conspiraciones, puesto que proporcionan a muchos el placer intelectual de la comprensión sin los esfuerzos que la ciencia demanda, y sin los límites que la ciencia no es capaz de superar. También significa que la curiosidad científica mana de la misma fuente que proporciona caudal a las religiones y las conspiranoias; que un mismo mecanismo cerebral subyace a estas diferentes formas de entender el Universo, y a sus explicaciones. Eso no significa que esas explicaciones tengan igual valor. Porque algunas se cotejan con la realidad, mientras que otras tan sólo sirven dentro del confín de nuestros cráneos. Aunque la necesidad de saber tuviera la misma madre, existe la verdad. Y no todas las explicaciones disponen

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