LIBRO VI DE PLATON
Enviado por serg82_69 • 29 de Julio de 2013 • 1.541 Palabras (7 Páginas) • 534 Visitas
Comienza el libro VIII cuando Glaucón repasa las conclusiones sobre el Estado ideal a las que había llegado Sócrates en capítulos anteriores. Quedó establecido que el Estado mejor era la aristocracia de reyes filósofos con las siguientes características:
comunidad de mujeres e hijos,
educación íntegra común,
reyes que se hayan acreditado como los mejores en la filosofía y en la guerra,
guardianes que no tengan nada privado sino todo en común y
reciban del pueblo sólo su alimento a modo de salario.
A un Estado excelente como este le corresponde además un modelo de hombre también excelente. Todas las demás formas de gobierno son deficientes. Glaucón pregunta a Sócrates cuáles son esas constituciones imperfectas y qué modelos de hombre les corresponden. Esos regímenes imperfectos son la timocracia, típica de Creta y Esparta, la oligarquía, la democracia y la tiranía.
Ahora bien, ¿cómo degenera el sistema político perfecto, la aristocracia de reyes-filósofos, en timocracia y demás sistemas políticos corruptos? Sócrates utiliza el mito para responder. Es el conocido discurso de las Musas. Existe un número perfecto que señala la fecha en que los movimientos circulares de los astros son más propicios para la reproducción de la especie humana. Al principio los gobernantes respetarán este número pero lo irán olvidando con el tiempo y “casarán a las doncellas con mancebos en momentos no propicios, y nacerán niños no favorecidos por la naturaleza ni por la fortuna.” (546d) Estos gobernantes menos capacitados empezarán por descuidar a las Musas en la educación y luego a la gimnasia. La educación deficiente impedirá a los guardianes reconocer las diferencias entre las razas y comenzará la mezcla que es el origen del caos social.
El primer régimen derivado de la ciudad perfecta es la timocracia. Carece de gobernantes sabios que son sustituidos por otros más “fogosos” y más “simples”. Estos no pueden más que llevar al país a una guerra permanente además de inclinarse hacia las riquezas y los placeres en lugar de la filosofía y la música. Su deseo más arraigado será el de “imponerse y ser venerado”. El tipo de hombre que corresponde a este sistema político será “feroz con los esclavos, por no sentirse superior a ellos”, gentil con los libres y sumiso con los gobernantes, amará el poder y el honor ganado en la guerra, gustará de la gimnasia y la caza, se volverá codicioso con la edad y carecerá de razón pues es ajeno a la “música”. El hombre timocrático se forma del siguiente modo: en un estado mal organizado y caótico, su padre, un hombre sabio, prefiere huir de cargos y honores lo que conduce a su madre a criticar la apatía del marido, un tonto incapaz de ganarse el reconocimiento de los demás. En su alma se entablará una lucha entre la voz de su padre, racional, y la de su madre, apetitiva y fogosa. Llegará a un compromiso y ofrecerá el gobierno de sí mismo al principio intermedio, la fogosidad.
Tras la timocracia llega la oligarquía, un régimen en el que “mandan los ricos”. La corrupción de la timocracia se debe al amor al dinero de sus gobernantes. Con el tiempo descubrirán nuevas formas de gastarlo y corromperán las leyes para poder hacerlo. Un Estado en el que se venere al dinero despreciará la excelencia y los hombres buenos. Es evidente el fallo de este sistema: imaginemos una nave en la que se impidiera timonear al mejor piloto porque fuese pobre. Además, es un Estado doble: pobres y ricos conspirando siempre unos contra otros. Los gobernantes serán incapaces de servirse de la multitud armada para la guerra pues desconfían más de ella que de los enemigos. Abundarán en ese Estado hombres que no poseen nada por haberlo derrochado todo. Estos zánganos podrán o bien tener aguijón o bien no tenerlo. Los que no lo tienen se convierten en mendigos y los que lo tienen en ladrones, salteadores y profanadores.
La génesis del hombre oligárquico tendría lugar del siguiente modo: ocurrirá cuando el hombre timocrático, amante del honor y el valor, se vea enfrentado a los tribunales y resulte injustamente condenado perdiendo toda su fortuna. Entonces su hijo se dará cuenta de que para mantenter la posición social el honor es menos efectivo que el dinero. Este hombre entronizará su parte apetitiva a la que se someterán la parte racional y fogosa del alma. Es un hombre ahorrador y laborioso cuyas pasiones más bajas no saldrán a la luz por miedo a perder su fortuna. Descuidará la educación y los servicios públicos como la tutela de huérfanos.
A la oligarquía le sucede la democracia, un régimen aborrecido
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