LOS ELEMENTOS COMUNES EN UN OBJETO CULTURAL
Enviado por Saligu • 3 de Octubre de 2014 • Tesis • 2.289 Palabras (10 Páginas) • 1.112 Visitas
LOS ELEMENTOS COMUNES EN UN OBJETO CULTURAL
Los objetos culturales son elocuentes testigos de las diferentes formas de relación que hay entre el espíritu del hombre y los objetos de la naturaleza; entre la causalidad eficiente del primero y la base óntica de los segundos. Aunque todos los objetos culturales son “hechuras”, lo son de manera diferentes según el modo de causalidad que despliega el espíritu del hombre sobre los objetos naturales y la forma en que éstos hacen presencia en los objetos culturales, que no es siempre la misma en cada uno de ellos.
1. Objetos culturales por “modificación”
En efecto, hay objetos culturales en los que prácticamente se puede decir que sólo está presente en ellos el objeto natural, mientras que la causalidad eficiente del espíritu apenas se deja traslucir en éste. De hecho, se podría pensar que no se está verdaderamente ante un objeto cultural, cuya base óntica es un objeto natural, sino ante un objeto más de la misma naturaleza, ya que la causalidad eficiente del espíritu está incidentalmente “oculta” por las características del objeto natural del cual se ha partido para la constitución del objeto cultural.
En la piedra de una cerca, en la punta de ónix de una flecha primitiva o en un palo que se emplea para impulsar una trajinera hay verdaderos objetos culturales, auténticas “hechuras” del espíritu humano, aunque muchas veces la mente del hombre no pueda ver en ellos más que una piedra como cualquier otra que hay en el campo, un cristal de roca como el que se encuentra en la orilla de algún río o un madero como muchos que puede haber en un bosque o una zona selvática.
Sin embargo, así como la mente humana “ve” la dureza y la resistencia de la piedra, el filo agudo del cristal o la longitud y rectitud del palo de madera, también puede “dar cuenta” de los datos que muestran a estos objetos como entidades culturales y no como naturales: el sentido que ostentan, la finalidad que tienen, la utilidad que presentan.
En efecto, la piedra de una cerca no está como una piedra más de las que abundan en el campo, sino apiñada con otras piedras en una determinada dirección, a una altura específica, con una anchura regular, con una longitud precisa, dividiendo dos o más porciones de la extensión ilimitada de una llanura. El cristal de roca que se halla en la flecha primitiva tiene una forma muy precisa: ancha por una parte, puntiaguda por la otra; la parte ancha, además, se puede acoplar perfectamente a un palo o una pértiga de mayor longitud e incluso a la palma de la mano; la punta, en cambio, es de contornos finos y agudos, filosos; el volumen de la misma es prácticamente plano: por ello puede hender la dureza de la piel de un animal cualquiera, cortar sus duras carnes o recorrer una mayor distancia al ser lanzada por los aires amarrada a un palo. El palo de la trajinera tiene una longitud precisa, y una forma determinada: ancho por una parte (la que se hunde en el agua) y delgada por la otra (la que se toma con las manos), un peso adecuado que le permite no ser gravoso al esfuerzo físico del hombre y una flexibilidad que le permite doblarse al impulso del lecho del río o canal sin el riesgo de romperse en dos partes. Todo esto es presencia del espíritu humano en estos objetos culturales.
La “hechura” de estos objetos culturales consiste en unamodificación —a veces leve; otras, mucho más elaborada y compleja— de determinados objetos naturales. Por ello es factible que al tener experiencia de los mismos la mirada se detenga sobre estos aspectos de los objetos culturales y no en los que verdaderamente les da su condición de “hechuras” del espíritu humano.
2. Objetos culturales por “cultivación”
Por su parte, hay otros objetos culturales cuya “hechura” tiene caracteres del todo especiales. También en ellos determinados objetos de la naturaleza son “modificados” por el espíritu del hombre, pero de forma particular.
En primer lugar, porque ya no se trata de cualquier objeto de la naturaleza, sino únicamente de algunos de estos: los seres vivientes. En segundo lugar, se trata de seres que manifiestan evidentemente la posibilidad de un desarrollo inmanente, como las plantas, los árboles y ciertos animales. En tercer lugar, porque su ser tiene tal grado de apertura e interacción con un medio que permite la posibilidad de una intervención sobre estos sin que por ello su particular naturaleza se vea radicalmente “transformada”; en cuarto lugar, porque en dichos seres existen posibilidades reales, aunque “latentes”, susceptibles de ser encaminadas en una nueva dirección o desarrolladas en un sentido nuevo a su propia naturaleza.
Se trata de todos aquellos objetos culturales cuya “hechura” por parte del espíritu de hombre consiste en el cultivo de la naturaleza misma del tipo de objetos naturales de los cuales se parte; esto es, en el desarrollo, desplegamiento y maduración de las “potencialidades” que están latentes en la “energía vital” de la que cada uno de estos objetos está dotado.
De suyo, no se trata de hacer de estos objetos naturales “realidades nuevas” —como en las siguientes formas de “hechura” cultural de las que se va a hablar a continuación— ni tampoco de “modificaciones” sobre su ser que permita implementar sobre ellos finalidades meramente utilitarias para el hombre —aunque la “utilidad” siga siendo un dato que está presente también aquí— sino en llevar a cumplimiento y plenitud su ser propio, su naturaleza misma, sólo que por otro camino.
El ser de estos objetos naturales se despliega en un sentido preciso, en la dirección que les indica su propia naturaleza. Se desarrollan en conformidad sus procesos teológicos. El “cultivo” de estos seres implica que el hombre comprende estos procesos teológicos y descubre en ellos otras posibilidades: por ejemplo, de crecimiento, de maduración, de resistencia, de reproducción, de comportamiento, etc. Para conseguirlo, el hombre necesita alterar de alguna manera el ser de estos objetos, sin llegar, por ello a “transformarlos”, esto es, a introducir un cambio sustancial en su naturaleza. “Alterar” (de alter en latín, que significa “otro”) quiere decir conducir un objeto de una cierta cualidad original a otra cualidad final, pero que potencialmente se halla en la primera.
Que un cierto árbol frutal dé sus frutos correspondientes, es algo que está en su propia naturaleza; pero que sean de tal tamaño, olor, sabor, duración, resistencia o de otra temporada cósmica es algo que sólo puede ocurrir con la intervención del hombre. Lo mismo puede decirse de los animales, como vacas, los caballos, los burros, los corderos, cabritos, chivos, los cerdos,
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