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LUDWIG FEUERBACH


Enviado por   •  22 de Noviembre de 2011  •  6.771 Palabras (28 Páginas)  •  865 Visitas

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LUDWIG FEUERBACH

Y EL FIN DE LA FILOSOFIA CLASICA ALEMANA

F. ENGELS

Strauss, Baur, Stirner, Feuerbach, eran todos, en la medida que se mantenían dentro del terreno filosófico,

retoños de la filosofía hegeliana. Después de su "Vida de Jesús" y de su "Dogmática", Strauss sólo cultiva ya

una especie de amena literatura filosófica e histórico-eclesiástica, a lo Renán; Bauer sólo aportó algo en el

campo de la historia de los orígenes del cristianismo, pero en este terreno sus investigaciones tienen

importancia; Stirner siguió siendo una curiosidad, aun después que Bakunin lo amalgamó con Proudhon y

bautizó este acoplamiento con el nombre de «anarquismo». Feuerbach era el único que tenía importancia como

filósofo. Pero la filosofía, esa supuesta ciencia de las ciencias que parece flotar sobre todas las demás ciencias

específicas y las resume y sintetiza, no sólo siguió siendo para él un límite infranqueable, algo sagrado e

intangible, sino que, además, como filósofo, Feuerbach se quedó a mitad de camino, por abajo era materialista

y por arriba idealista; no liquidó críticamente con Hegel, sino que se limitó a echarlo a un lado como inservible,

mientras que, frente a la riqueza enciclopédica del sistema hegeliano, no supo aportar nada positivo, más que

una ampulosa religión del amor y una moral pobre e impotente.

Pero de la descomposición de la escuela hegeliana brotó además otra corriente, la única que ha dado

verdaderos frutos, y esta corriente va asociada primordialmente al nombre de Marx.

También esta corriente se separó de filosofía hegeliana replegándose sobre las posiciones materialistas. Es

decir, decidiéndose a concebir el mundo real —la naturaleza y la historia— tal como se presenta a cualquiera

que lo mire sin quimeras idealistas preconcebidas; decidiéndose a sacrificar implacablemente todas las

quimeras idealistas que no concordasen con los hechos, enfocados en su propia concatenación y no en una

concatenación imaginaria. Y esto, y sólo esto, es lo que se llama materialismo. Sólo que aquí se tomaba

realmente en serio, por vez primera, la concepción materialista del mundo y se la aplicaba consecuentemente

—a lo menos, en sus rasgos fundamentales— a todos los campos posibles del saber.

Esta corriente no se contentaba con dar de lado a Hegel; por el contrario, se agarraba a su lado revolucionario,

al método dialéctico, tal como lo dejamos descrito más arriba. Pero, bajo su forma hegeliana este método era

inservible. En Hegel, la dialéctica es el autodesarrollo del concepto. El concepto absoluto no sólo existe desde

toda una eternidad —sin que sepamos dónde—, sino que es, además, la verdadera alma viva de todo el mundo

existente. El concepto absoluto se desarrolla hasta llegar a ser lo que es, a través de todas las etapas

preliminares que se estudian por extenso en la "Lógica" y que se contienen todas en dicho concepto; luego, se

«enajena» al convertirse en la naturaleza, donde, sin la conciencia de sí, disfrazado de necesidad natural,

atraviesa por un nuevo desarrollo, hasta que, por último, recobra en el hombre la conciencia de sí mismo; en la

historia, esta conciencia vuelve a elaborarse a partir de su estado tosco y primitivo, hasta que por fin el

concepto absoluto recobra de nuevo su completa personalidad en la filosofía hegeliana. Como vemos en Hegel,

el desarrollo dialéctico que se revela en la naturaleza y en la historia, es decir, la concatenación causal del

progreso que va de lo inferior a lo superior, y que se impone a través de todos los zigzag y retrocesos

momentáneos, no es más que un cliché del automovimiento del concepto; automovimiento que existe y se

desarrolla desde toda una eternidad, no se sabe dónde, pero desde luego con independencia de todo cerebro

humano pensante. Esta inversión ideológica era la que había que eliminar. Nosotros retornamos a las

posiciones materialistas y volvimos a ver en los conceptos de nuestro cerebro las imágenes de los objetos

reales, en vez de considerar a éstos como imágenes de tal o cual fase del concepto absoluto. Con esto, la

dialéctica quedaba reducida a la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto el del mundo exterior

como el del pensamiento humano: dos series de leyes idénticas en cuanto a la esencia, pero distintas en cuanto

a la expresión, en el sentido de que el cerebro humano puede aplicarlas conscientemente, mientras que en la

naturaleza, y hasta hoy también, en gran parte, en la historia humana, estas leyes se abren paso de un modo

inconsciente, bajo la forma de una necesidad exterior, en medio de una serie infinita de aparentes casualidades.

Pero, con esto, la propia dialéctica del concepto se convertía simplemente en el reflejo consciente del

movimiento dialéctico del mundo real, lo que equivalía a poner la dialéctica hegeliana cabeza abajo; o mejor

dicho, a invertir la dialéctica, que estaba cabeza abajo, poniéndola de pie. Y, cosa notable, esta dialéctica

materialista, que era desde hacía varios años nuestro mejor instrumento de trabajo y nuestra arma más afilada,

no fue descubierta solamente por nosotros, sino también, independientemente de nosotros y hasta

independientemente del propio Hegel, por un obrero alemán: Joseph Dietzgen.

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Con esto volvía a ponerse en pie el lado revolucionario de la filosofía hegeliana y se limpiaba al mismo tiempo

de la costra idealista que en Hegel impedía su consecuente aplicación. La gran idea cardinal de que el mundo

no puede concebirse como un conjunto de objetos terminados, sino como un conjunto de procesos, en el que

las cosas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas, los conceptos, pasan

por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de génesis y caducidad, a través de los cuales, pese a

todo su aparente carácter fortuito y a todos los retrocesos momentáneos, se acaba imponiendo siempre una

trayectoria progresiva; esta gran idea cardinal se halla ya tan arraigada, sobre todo desde Hegel, en la

conciencia habitual, que expuesta así, en términos generales, apenas encuentra oposición. Pero una cosa es

reconocerla de palabra y otra cosa es aplicarla a la realidad concreta, en todos los campos sometidos a

investigación. Si en nuestras investigaciones nos colocamos siempre en este punto de vista, daremos

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