La Idea Del Hombre Y La Historia
Enviado por bres45698 • 29 de Noviembre de 2014 • 2.168 Palabras (9 Páginas) • 342 Visitas
NTRODUCCIÓN
No hay problema filosófico, cuya solución reclame
nuestro tiempo con más peculiar apremio,
que el problema de una antropología filosófica. Bajo
esta denominación entiendo una ciencia fundamental
de la esencia y de la estructura esencial del
hombre; de su relación con los reinos de la naturaleza
[inorgánico, vegetal, animal] y con el fundamento
de todas las cosas; de su origen metafísico y
de su comienzo físico, psíquico y espiritual en el
mundo; de las fuerzas y poderes que mueven al
hombre y que el hombre mueve; de las direcciones
y leyes fundamentales de su evolución biológica,
psíquica, histórico-espiritual y social, y tanto de sus
posibilidades esenciales como de sus realidades. En
dicha ciencia hállanse contenidos el problema psicoM
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físico del cuerpo y el alma, así como el problema
noético-vital. Esta antropología sería la única que
podría establecer un fundamento último, de índole
filosófica, y señalar, al mismo tiempo, objetivos
ciertos de la investigación a todas las ciencias que se
ocupan del objeto "hombre": ciencias naturales y
médicas; ciencias prehistóricas, etnológicas, históricas
y so-ciales, psicología normal, psicología de la
evolución, caracterología.
En ninguna época han sido las opiniones sobre
la esencia y el origen del hombre más inciertas, imprecisas
y múltiples que en nuestro tiempo. Muchos
años de profundo estudio consagrado al problema
del hombre dan al autor el derecho de hacer esta
afirmación. Al cabo de unos diez mil años de "historia",
es nuestra época la primera en que el hombre
se ha hecho plena, íntegramente "problemático"; ya
no sabe lo que es, pero sabe que no lo sabe. Y para
obtener de nuevo opiniones aceptables acerca del
hombre, no hay más que un medio: hacer de una
vez "tabula rasa" de todas las tradiciones referentes
al problema y dirigir la mirada hacia el ser llamado
"hombre", olvidando metódicamente que pertenecemos
a la humanidad y acometiendo el problema
con la máxima objetividad y admiración. Pero todo
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el mundo sabe lo difícil que es hacer esa "tabula rasa",
pues acaso sea éste el problema en que las categorías
tradicionales nos dominan más enérgica e
inconscientemente. Lo único que podemos hacer
para sustraernos lentamente a su dominio, es estudiarlas
con exactitud en su origen histórico y superarlas,
adquiriendo conciencia de ellas.
Una historia de la conciencia que de si mismo
ha tenido el hombre; una historia de los modos típicos
en que el hombre se ha pensado, se ha contemplado,
se ha sentido y se ha visto a sí mismo en los
diversos órdenes del ser, debería preceder a la historia
de las teorías acerca del hombre -teorías míticas,
religiosas, teológicas, filosóficas. Sin entrar ahora en
esa historia -que ha de formar la introducción a la
Antropología del autor-, haremos resaltar solamente
que la dirección fundamental de esas evoluciones
tan variadas está ya establecida: se orienta hacia una
creciente exaltación de la conciencia que el hombre
tiene de sí mismo, exaltación que se verifica en
puntos señalados de la historia y en forma de renovados
empujones. Los retrocesos, acá y allá, no significan
gran cosa para esa dirección fundamental.
No sólo los llamados primitivos se sentían totalmente
afines y unos con el mundo animal y vegetal
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de su grupo y de su ámbito, sino que incluso una
cultura tan elevada como la de la India se basa en el
indudable sentimiento de la unidad entre el hombre
y todo lo viviente. Los seres-planta, animal, hombre-
hállanse aquí en relación aditiva y de igual a
igual enlazados por esencia en una gran democracia
de lo existente. Como recientemente ha explicado
Ernst Cassirer1 en términos claros y bellos, el hombre
no se destaca netamente sobre la naturaleza, en
vida y sentimiento, en pensamiento y teoría, hasta la
culminación de la cultura griega clásica. En efecto:
la cultura griega, y sólo ella, es la razón del espíritu,
que, como agente específico, conviene sólo al hombre
y lo encumbra por encima de todos los demás
seres, poniéndole con la divinidad misma en una
relación vedada a cualquier otro ser. El cristianismo,
con sus doctrinas del dios hombre y del hombre
como hijo de Dios, representa, en conjunto, una
nueva exaltación de la conciencia que el hombre
tiene de sí mismo: piense el hombre bien o mal de si
mismo, atribúyese aquí, como hombre, una importancia
cósmica y metacósmica, que nunca el griego y
el romano clásicos se hubieran atrevido a atribuirse.
1 Véase el notable capítulo de su obra, sobre el mito, Filosofía de las
formas simbólicas, t. II.
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El comienzo del pensamiento moderno representa
-a pesar de reconocer y rechazar cada día más
el antropomorfismo medieval- un nuevo empujón
hacia adelante en la historia de la conciencia humana.
Es un error muy extendido el creer que, por
ejemplo, la tesis de Copérnico fuera sentida, en la
época en que apareció, como motivo de un descenso
y debilitación de la conciencia humana. Giordano
Bruno, el más grande misionero y filósofo de la
nueva cosmografía, expresa el sentimiento contrario:
Copérnico se ha limitado a descubrir en el
"cielo" una nueva estrella, la Tierra; "luego estamos
ya en el cielo" -cree Bruno poder exclamar, jubiloso-
y no necesitamos, por lo tanto, el cielo de la
Iglesia. Dios no es el mundo, el mundo mismo es
más bien Dios -tal es la tesis nueva del panteísmo
acósmico que defienden un Bruno y un Spinoza-;
falsa es la concepción medieval de un "mundo" que
existe independientemente de Dios, de una creación
del mundo y del alma. Éste -y no un rebajamiento
de Dios en el mundo- es el sentido de la nueva
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