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La Mujer Griega


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2017  •  Síntesis  •  2.171 Palabras (9 Páginas)  •  242 Visitas

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La Mujer Griega.

Así como Platón nos hizo patente la finalidad del Estado despojándola de todos sus velos y nubes, comprendió también con la misma visión profunda la situación de la mujer helénica respecto del Estado; en ambos casas consideró todo lo que alrededor de él se movía como copia de las ideas eternas a cuya comprensión había llegado y ante las cuales la realidad sólo era para él una imagen oscurecida, un espejo empañado. Quien, siguiendo la preocupación general, considera la posición de la mujer en Grecia como poco digna y contraria a las leyes de la humanidad, habrá de reprochar a Platón este mismo concepto; pues no hace sino justificar lógicamente lo que ya existía en la práctica. Por consiguiente, aquí hemos de repetir nuestra pregunta: la condición de la mujer griega ¿no guardaba una relación necesaria can el ideal del pueblo griego? Porque, en efecto, hay una fase en la concepción platónica de la mujer que está en abierta oposición con las costumbres helénicas. Platón concede a la mujer una completa participación en los derechos, en los conocimientos y deberes de los hombres, y considera a la mujer como un sexo menos fuerte que no puede ir tan lejos como el hombre, pero sin que esta debilidad la pueda privar de tales derechos. A esta extraña concepción no damos nosotros más valor que a la expulsión del artista del Estado ideal; son ligeras correcciones, pequeñas derivaciones de aquella mano, por otro lado, tan firme, y de aquella mirada tan serena, que se turban al recuerdo del venerado maestro; en tal estado de ánimo acentúa las paradojas de aquél y se complace, en homenaje a su afecto, en exagerar su doctrina hasta la temeridad.

Pero lo más incitante que Platón, como griego, pudo decir sobre la mujer fue la escandalosa afirmación de que en el Estado perfecto la familia debe desaparecer, Prescindamos ahora de que para que esta medida se llevara a cabo pidió la supresión del matrimonio, sustituyéndolo por la unión, acordada por el Estado y con fines propiamente estatales, de los hombres más valientes con las más nobles mujeres, para la obtención de una hermosa prole. Pero al decir esto no hacía sino expresar de la manera más evidente, sí, demasiado evidente, con una evidencia ofensiva, una regla de conducta adoptada por el pueblo heleno para la génesis del genio. En las costumbres mismas del pueblo griego el derecho de la familia al hombre y al niño estaba extraordinariamente limitado: el hombre vivía en el Estado, el niño crecía para el Estado y de la mano del Estado. La voluntad griega cuidó de que las necesidades del culto se practicaran en un estrecho círculo. El individuo lo recibía todo del Estado, para luego devolvérselo. La mujer significaba, según esto, para el Estado lo que el sueño para el hombre. El sueño tiene la virtud saludable de reconstituir el desgaste producido por la vigilia, es la quietud bienhechora en que termina todo exceso, la eterna compensación que viene a regular toda demasía. En él sueña la generación futura. La mujer está más estrechamente emparentada que el hombre con la naturaleza, y permanece igual a ella en todo lo esencial. La cultura es para ella siempre algo exterior que no toca nunca al germen eternamente fiel de la naturaleza, por lo que la cultura de la mujer era para el ateniense algo indiferente, cuando no algo ridículo.

El que considere esta concepción de los griegos respecto de la mujer como algo indigno y cruel no debe tomar como punto de comparación a nuestras ilustradas mujeres modernas, pues contra ellas bastaría recordar a las mujeres olímpicas, o a Penélope, Antígona o Electra. Ciertamente que éstas son figuras ideales, ¿pero quién podría hallar en el mundo moderno tales ideales? Hay que tener también en cuenta ¡qué hijos dieron a luz estas mujeres y qué mujeres debieron haber sido ellas para dar a luz tales hijos! La mujer griega, como madre, debía vivir en la oscuridad, porque las necesidades políticas juntamente con los más altos fines del Estado así lo exigían. Debía vegetar como una planta, en un circulo reducido, como símbolo de la sabiduría epicúrea1. En los tiempos modernos, y como consecuencia de

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