La ética Moral
Enviado por 07078520 • 28 de Agosto de 2012 • 1.785 Palabras (8 Páginas) • 793 Visitas
El yo moral es también un yo sin bases. Ciertamente, el impulso moral es un fundamento, pero es el único, si los filósofos difícilmente lo considerarían una base. Para los encargados de la ley y el orden –aquellos que distinguen, con sus leyes, el origen del desorden- , el impulso moral no es un fundamento sobre el que se pueda erigirse nada importante o estable. Al igual que un pantano, es necesario desecarlo antes de construir en el los cimientos de un edificio. Para los filósofos, resulta impensable que algo tan subjetivo, elusivo, errático como un impulso moral pueda sustentar cualquier actitud seria; están convencidos de que si las personas siguen una conducta que podría describirse como moral, y se comportan así con cierta regularidad, sin duda hay razones para hacerlo.
Los filósofos y los administradores del orden, por igual, varían con bastante sospecha cualquier inclinación basada en un impulso moral.
No hay manera de averiguar que hará ese yo pues, dada su naturaleza, “podría suceder cualquier cosa”. Tanto para guardianes del orden como para filósofos, el, mundo donde todo puede suceder –léase, un mundo en el que no pueden predecir con autoridad, lo que sucederá o no sucederá- es una afrenta al pensamiento y una luz roja para el hombre de acción.
Durante la época moderna, los filósofos, haciendo eco de los constructores del orden, desconfiaban profundamente del yo moral, que los seres no pueden dejarse a su libre albedrio, que no tienen los recursos necesarios a su alcance, era una afirmación cuya verdad no dependía del hallazgo empírico de una generación que partiera de la realidad; era solo la manera como los guardianes del orden consideraban que debía moldearse la realidad y – en el caso de los filósofos- como ésta debía pensarse e interpretarse.
CIMIENTOS DE DESCONFIANZA
Con frecuencia suele considerarse que, en una sociedad moderna, el bien común es un artificio de la deliberación humana y de la acción deliberada. Incluso si la acción está destinada únicamente a revelarlo que la naturaleza “quiere” o “necesita” que la gente sea o haga, y luego asegurarse de que sea exactamente lo que haga, no puede esperarse que la tarea sea realizada por los propios individuos si actúan ciegamente y sin ayuda , siguiendo solamente su “inclinación natural”.
(Es esa selva mítica, la imagen refleja los demonios internos de nuestra propia ley socialmente fabricada que – al igual que el retrato de Dorian gray- muestra todas las crueles contorsiones bajo la tersa piel de nuestro rostro de tal manera que la piel, por lo menos a nuestros ojos permanece tersa).
Un bien común construido es demasiado frágil e inseguro para dejarse al cuidado de los impulsos morales, de sus residentes. (¿Acaso una arquitecta que se precia de su capacidad dejaría la instrumentación de su diseño en manos de aficionados?) En el mejor de los casos, los impulsos naturales tienen cierta oportunidad de volverse genuinamente morales si actúan “bajo una nueva administración”, esto es, si son encaminados al bien por agencias más confiables que sus propietarios originales.
La febril búsqueda de los “fundamentos” de las reglas morales solo podría sugerirse y mantenerse por la ulterior tarea del convencimiento. De hecho, la coerción posiblemente será aceptada con poca murmuración únicamente si puede mostrarse que la ley en cuyo nombre sea amenazado con la coerción es un mero capricho de los legisladores. Debe representar algo más fuerte que un capricho, aunque sea el capricho de los fuertes algo que no deba aceptarse sin más, si no que una persona en su sano juicio no pueda no aceptar; algo que vincule con los mismos poderes avasalladores de la necesidad aquellos destinados a obedecer y a quienes le piden obedecer.
Autores sobre ética de las más variadas escuelas de pensamiento concuerdan en que confiar el destino de lo que las personas con la autoridad y quienes piensan por ellos describirían como “justicia” a las “necesidades” e “intereses” “existentes” (esto es, sin procesar) sería tanto como abandonarlos “a su merced”. Por ello abundan en los escritorios éticos contemporáneos afirmaciones como las que encontré al azar:
Si mis valores fundamentales y fines me permitieran como seguramente sucederá evaluar y regular mis necesidades y deseos inmediatos estos valores y fines debe estar sometido a una sanción independientemente del mero hecho de que yo lo siento con determinada intensidad.
No puede decirse que un hombre haya adaptado un punto de vista moral a menos que esté preparado para considerar las reglas morales como principio más que como meras reglas; esto es, hacer las cosas por principio más que actuar únicamente con el propósito de alcanzar cierto fin. Más aun, debe actuar conforme a reglas que se apliquen a todo el mundo, y no solo a él ni a cierto grupo.
MORALIDAD ANTES QUE LIBERTAD
Emmanuel Lévinas comenta lo siguiente con respecto a la respuesta/pregunta de Caín: “¿acaso soy el guardián de mi hermano?”
No henos de interpretar la respuesta como si él se burlase de dios o como si respondiera como un niño: “no he sido yo, sino otro”. L respuesta de Caín es sincera. En su respuesta falta únicamente lo ético; solo hay ontología; yo soy yo y él es el. Somos seres ontológicamente separados. Desde una perspectiva ontológica, cada uno de nosotros es independiente de los demás, y Caín tenía el derecho de sentirse indignado por la pregunta de dios. Desde una perspectiva ontológica nos sentimos mejor estando con los demás. Estar con los
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