Las 48 Leyes Del Poder
Enviado por bryanjgc_duff • 13 de Diciembre de 2011 • 8.067 Palabras (33 Páginas) • 1.069 Visitas
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las 48 leyes del poder
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El término Poder se ha convertido en una palabra fuertemente evocadora, muchas veces con connotaciones negativas. En Las 48 Leyes del Poder se presenta el lado oscuro del Poder, con un estilo claramente Maquiavélico.
Las 48 leyes del poder, escritas por Robert Greene y Joost Elffers, demuestran cómo han manejado el poder los distintos gobernantes en las diferentes etapas históricas, cómo lo han conservado y cómo lo han perdido. La aplicación de estas leyes en todos los tiempos, y dependiendo de quien las aplique, han sido un éxito o un fracaso. Se considera que éstas deben ser estudiadas y complementadas con la experiencia de cada uno de ustedes y sobre todo con el deseo de entenderlas y proponer o formular las que correspondan a nuestra realidad para no seguir por la senda del dogmatismo, sectarismo y autoritarismo que nos ha caracterizado y que en la práctica se ha traducido en beneficios para la oligarquía y el imperialismo y en una consecuente pérdida o derrota para nuestro pueblo.
Aquí les dejo un breve resumen del libro.
Prefacio
La sensación de no tener poder sobre la gente y los eventos es algo que generalmente nos resulta insoportable —cuando nos sentimos desvalidos nos sentimos miserables. Nadie quiere menos poder; todo el mundo quiere más. Sin embargo, en el mundo actual, el parecer ávido y sediento de poder es peligroso, el ser evidente en tu lucha por el poder. Tenemos que parecer honestos y decentes. Por lo tanto, necesitamos ser sutiles —congeniales pero astutos, democráticos pero tortuosos.
Este juego de duplicidad constante se asemeja a la dinámica de poder que existía en el mundo de las antiguas cortes aristocráticas. A lo largo de la historia, siempre se formaba una corte alrededor de la persona que detentaba el poder —rey, reina, emperador, líder. Los cortesanos que llenaban esta corte estaban en una posición especialmente delicada: Tenían que servir a sus amos, pero si parecían adular, si se congraciaban de manera demasiado obvia, los otros cortesanos lo notarían y actuarían en su contra. Luego, los intentos de ganarse el favor del amo tenían que ser sutiles. Y aún hasta los más hábiles cortesanos que eran capaces de tales sutilezas tenían que protegerse a sí mismos de sus compañeros, quienes en todo momento estaban intrigando para hacerlos a un lado.
Mientras tanto, se suponía que la corte representaba el cúlmen del refinamiento y la civilización. La lucha abierta por el poder era vista con malos ojos; los cortesanos trabajarían silenciosamente y en secreto contra cualquiera entre ellos que usase la fuerza. Tal era el dilema de la corte: Mientras parecían ser el parangón de la elegancia, tenían que superar y aplastar a sus enemigos de la manera más sutil posible. El cortesano exitoso aprendía con el tiempo a hacer indirectos todos sus movimientos; si apuñalaba a alguien por la espalda, era con un guante de terciopelo en su mano y en su rostro la más dulce de las sonrisas. En lugar de utilzar la coherción o la traición descarada, el cortesano perfecto se abría paso por medio de la seducción, el encanto, el engaño, y la estrategia sutil, planeando siempre, con mucha anticipación, todos sus movimientos. La vida en la corte era un juego sin fin que requería vigilancia constante y pensamiento táctico. Era una guerra civilizada.
Hoy en día encaramos una paradoja peculiarmente similar a la del cortesano: Todo debe parecer civilizado, decente, democrático, y limpio. Pero si jugamos según esas reglas, muy estrictamente, si las tomamos muy al pie de la letra, seremos aplastados por quienes nos rodean, que no serán tan tontos. Como escribió el gran diplomático y cortesano Nicolás Maquiavelo, "Cualquier hombre que intente ser bueno todo el tiempo, entre la mayoría de quienes no lo son, está condenado a la ruina." La corte creía ser el cúlmen del refinamiento y la honestidad, pero debajo de su deslumbrante superficie hervía un caldero de emociones oscuras —codicia, envidia, lujuria, odio. Hoy en día, de manera similar, nuestro mundo cree ser el pináculo del refinamiento y la honestidad, y sin embargo las mismas emociones siguen con nosotros, como siempre lo han hecho. El juego es el mismo. Por fuera, debes parecer alguien que respetas las delicadezas, pero por dentro, a menos que seas un tonto, aprendes rápidamente a ser prudente, y hacer como aconsejaba Napoleón. Coloca tu mano de hierro en un guante de terciopelo. Si, como en los días pasados de las cortes, puedes dominar el arte de ser indirecto, aprendiendo a seducir, encantar, engañar, y maniobrar sutilmente para superar a tus oponentes, alcanzarás las cumbres del poder. Serás capaz de hacer que la gente se incline a tus deseos sin darse cuenta de lo que has hecho. Y si no se dan cuenta de lo que hayas hecho, no te guardarán rencor, ni te opondrán resistencia.
Para algunas personas, la idea de ejercer concientemente juegos de poder —sin importar cuan indirectamente lo hagan— parece malvada, asocial, o en el mejor de los casos, una reliquia del pasado. Creen que pueden escapar de dichos juegos comportándose de formas que no tengan nada que ver con poder. Debes cuidarte de tales personas, ya que mientras expresan abiertamente semejantes opiniones, casi siempre se cuentan entre los más adeptos jugadores de poder. Utilizan estrategias que disfrazan astutamente la naturaleza de la manipulación que conllevan. Por ejemplo, esta clase de personas suelen presentar su debilidad y falta de poder como si fuese algún tipo de virtud moral. Pero la verdadera falta de poder, sin motivo de interés personal, no hace publicidad de su debilidad para ganar compasión, simpatía o respeto. Demostrar abiertamente la propia debilidad es de hecho una estrategia muy efectiva, sutil y engañosa, en el Juego del Poder.
Otra estrategia bastante utilizada por este tipo de personas es la de exigir igualdad en todos los aspectos de la vida. Todos deben ser tratados por igual, sin importar su estatus o su fuerza. Pero si, para evitar la mácula del poder, intentas tratar a todos por igual y de una manera justa, tendrás un problema: verás que algunas personas hacen ciertas cosas mejor que otras. El tratar a todos por igual implica ignorar sus diferencias, elevando a los menos hábiles y suprimiendo a quienes sobresalen. Una vez más, muchos de quienes se comportan
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