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Lectura De Las Coeforas


Enviado por   •  22 de Marzo de 2015  •  1.674 Palabras (7 Páginas)  •  179 Visitas

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LAS COÉFORAS

PERSONAJES

Orestes

Pilades

Coro de esclavas

Electra

La nodriza de Orestes

Clitemnestra

Egisto

Un esclavo

El fondo de la escena representa el palacio de los Atridas,

con tres puertas. Una de las laterales conduce al gineceo. En

el proscenio se levanta la tumba de Agamenón. Por la

izquierda entran Orestes y Pílades.

ORESTES. Hermes infernal, que defiendes los poderes

paternos, sé para mí, te lo pido, un salvador y un aliado.

Pues llego a esta tierra y regreso...

Sobre lo alto de esta tumba invoco a mi padre: óyeme,

escúchame...

He ofrecido un rizo de mis cabellos a Ínaco que me ali-

mentó; y otro en señal de duelo...

Pues no lloré, padre, tu muerte estando presente, ni

extendí la mano cuando sacaban tu cadáver...

¿Qué cosa veo? ¿Qué cortejo de mujeres con negros

velos es ese que avanza? ¿A qué desgracia asignarlo?

¿Acaso un nuevo sufrimiento se cierne sobre el palacio? ¿O

acierto suponiendo que llevan a mi padre las libaciones que

apaciguan a los muertos? No puede ser otra cosa, porque

con ellas va, creo, Electra, mi hermana, que se distingue por

su llanto amargo. ;Oh Zeus! Concédeme vengar la muerte

de mi padre y sé de grado mi aliado. Pílades, alejémonos

para que vea claramente qué es esa procesión de mujeres.

CORO. Enviada de palacio he venido, trayendo libaciones,

con agudos golpes de manos. Sangrientas incisiones

muestra mi mejilla por el surco reciente que ha abierto la

uña, pues mi corazón se alimenta continuamente de

gemidos. Los crujientes jirones de mis vestidos de lino han

resonado, por causa de mis dolores, en el velo que cubre mi

pecho, y estoy abatida por tristes desgracias.

Clamoroso y espeluznante llega el Terror, como vidente

de los sueños, en el corazón de la noche, respirando

venganza y sacudiendo el sueño; desde el fondo de la casa

he hecho resonar estridente un grito de espanto, cayendo

pesadamente sobre las habitaciones de las mujeres. Los

intérpretes de sueños, que tienen a los dioses por garantes,

han proclamado que, bajo tierra, los muertos se quejan

airadamente y se irritan contra sus asesinos.

Deseando que este homenaje -inútil homenaje- aleje de

ella los males, oh madre Tierra, me envía la mujer maldita.

Tengo miedo de preferir estas palabras, pues ¿qué rescate

hay de la sangre vertida por el suelo? ¡Oh miserable hogar!

¡Oh palacio aniquilado! Sin sol, odiosas a los mortales, las

tinieblas envuelven las mansiones por la muerte de sus

señores.

La majestad de antaño, invencible, indestructible,

inatacable, que penetraba los oídos y el corazón del pueblo,

ya no existe. Todos temen. Triunfar: éste es entre los

hombres un dios y más que un dios. Mas, el peso de la

justicia alcanza rápida a unos en pleno día; para otros

reserva penas tardías en la hora del crepúsculo; y a otros

los coge una noche sin fin.

Así como la sangre bebida por la madre Tierra no

desaparece, sino que se coagula en grumos que esperan

venganza, así una cruel Ate soporta al culpable hasta

cubrirlo con una abundancia de males.

No hay remedio para el que ha hollado la habitación de

una virgen, y así, aunque todos los ríos confluyeran en uno

para purificar la sangre de la mano impura, lavarían en

vano.

En cuanto a mí -ya que los dioses me han obligado a

compartir la desgracia que envuelve a mi patria, y que de la

casa paterna me han traído aquí para un destino servil-

debo, a pesar mío, obedecer las órdenes justas o injustas de

mis dueños y dominar el odio que roe mi corazón. Debajo de

mis velos lloro el miserable destino de mi señor, helado mi

corazón por secretos dolores.

ELECTRA. Siervas, bien probadas en el servicio de la

casa, puesto que me estáis acompañando en esta procesión,

sed también mis consejeras. ¿Qué diré, mientras derramo

estas libaciones fúnebres? ¿Qué palabra le será grata?

¿Cómo rogaré a mi padre? ¿Diré que de parte de una mujer

amada a un esposo querido traigo la ofrenda, sí, de mi

madre? No tengo valor para ello, ni sé qué decir derramando

esta ofrenda sobre la tumba de mi padre. ¿O pronunciaré las

palabras, como es costumbre entre los hombres: «A los que

te envían estas guirnaldas otórgales una feliz

recompensa»... un presente digno de sus crímenes? ¿O en

silencio, con desprecio, tal como pereció mi padre, verteré

estas libaciones que beberá la tierra, y regresaré lanzando la

urna, como se hace en las lustraciones, sin volver los ojos?

Asistidme, amigas, en esta decisión, puesto que

alimentamos un odio común. No me ocultéis el fondo de

vuestro corazón por miedo de alguien; porque lo que está

decretado aguarda tanto al libre como al sometido a una

mano extranjera. Hablad, pues, si tenéis algo mejor que

decir.

CORIFEO. Como un altar adoro la tumba de tu padre. Te

diré, puesto que me lo ordenas, las palabras que salen de mi

corazón.

ELECTRA. Habla, tal como adoras la tumba de mi padre.

CORIFEO. Mientras haces libaciones pide bendiciones

para los leales.

ELECTRA. Pero ¿a cuál de los suyos puedo saludar con

este nombre?

CORIFEO. Ante todo, a ti misma, y luego, a todo el que

odia a Egisto.

ELECTRA. ¿Para mí y para ti haré, entonces, esta súplica?

CORIFEO. Por ti misma puedes ya juzgar y decidir.

ELECTRA. ¿A qué otro puedo asociar a nuestra causa?

CORIFEO. Acuérdate de Orestes, aunque esté lejos de la

casa.

ELECTRA. Excelente idea; no podrías aconsejarme mejor.

CORIFEO. Ahora acuérdate de los culpables de la muerte.

ELECTRA. ¿Qué pediré? Enseña a una inexperta,

explícame.

CORIFEO. Que venga contra ellos algún dios o mortal.

ELECTRA. ¿Hablas de un juez o de un vengador?

CORIFEO. Di sencillamente:

...

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