Micuento De Onda
Enviado por Bowbis • 19 de Septiembre de 2013 • 1.754 Palabras (8 Páginas) • 269 Visitas
Personajes:
Pascual, Ricardo, Hugo, Oscar, Humberto
Temas urbanos:
El beber alcohol, el irse de su casa, ver revistas para adultos
Incorporación de argumentos urbanos
Pero Pascual dijo que no tocáramos los cigarros porque, de saberlo, su padre se pondría furioso. Eso nos descorazonó un poco, pero volvimos a entusiasmarnos cuando Pascual sacó una botella de brandy no malo porque dice solera. Luego meditó que su padre se daría cuenta por lo mismo y buscó otra botella.
He decidido pelarme de casa, me iré tan pronto como sea posible. Él —me señaló, el canalla— está de acuerdo conmigo y piensa acompañarme.
— ¿Me estás tomando por un rajón?
—Dame tu vaso, Pascual, estás haciéndote pato.
Quedó sorprendido y aproveché ese instante para arrebatar el vaso: casi lo llené de ron y sólo puse un chorrito de refresco. Pascual quiso protestar.
Abrió una revista al azar. Fiu, silbaron todos al ver a una muchacha desnuda cubriendo su sexo con las manos. Como los apretaba con los brazos, sus senos se veían enormes. Pascual empezó a volver las hojas con excesiva lentitud, regodeándose con los desnudos. Hugo, Ricardo y Óscar estaban en perfecto silencio, sin despegar los ojos.
—Antes que nada, otro chupe —dijo y sirvió de nuevo. Con toda mi mala leche intervine:
Perfecto perfecto perfecto, nosotros seremos tumbas y no diremos nada cuando empiecen a buscarlos, ¡salud!
Extranjerismos dentro del lenguaje
Porque aparte de las botellas había varios cartones de Phillip Morris
Cené como cosaco
Qué emoción; grazna, Pascual!
Perfecta conformación craneana
Al fin graznó Pas-cual
musité ráleigh
—Pues... —musitó Pascual.
balbucía:
Narrativa sencilla
Entonces vine a mi parte predilecta del jardín.
La gran piedra se siente fresca. Humberto, aunque siquiatra, está loquísimo. Mandó traer esta enorme roca desde Nosedónde hasta el jardín, que si bien se observa, no es grande. Me cayó de perlas: puedo venir a fumar y todavía nadie me ha descubierto. Por eso, hace un momento encendí un cigarro dejándome posesionar por esta sensación tan chistosa. Siento algo en el estómago y me empiezo a poner tristón. No lo puedo explicar. Quedo sentado en el pasto, recargándome en la piedra, tomo manojos de hierba y los huelo. A veces deseo sollozar como idiota. Veo el muro que da a la calle y llevo el cigarro hasta mis labios. Sonrío al advertir que estoy fumando como Ricardo. No he telefoneado. A la mejor los padres de Pascual llevaron el chisme a su casa y ahora sí debe tener un buen motivo para fugarse. Estaba borrachísimo. Pero estoy seguro de que vendrá a verme, puede ser que hasta haya logrado convencer a los demás. Pero si algún día debo irme no será con ellos, aunque Ricardo me siguiera como sombra durante siglos, tratando de convencerme.
No lo logrará, estoy seguro. Cuando le diga algo que le sea imposible contestar, sólo dirá ah y estará desarmado. Prácticamente, está desarmado. Digo, yo también. Ni siquiera sé qué deseo estudiar. Humberto anda muy misterioso con todo ese asunto. Algo trama, seguramente. Por supuesto, desearía que yo estudiara medicina, o sicología de perdida. Quizá yo mismo lo deseo. Quizás Humberto me está sicoanalizando, pero conmigo será difícil. Claro que soy un poco anormal, o un mucho, a la mejor; pero no me interesa gran cosa. Supongo que a Humberto sí debe importarle: digo, es su profesión y soy su hijo. Al menos, se divierte observándome (¿estudiándome?). Pero se niega a hacerlo a fondo. Le pedí que me hipnotizara y no quiso, sólo contó sus experiencias en el extranjero, en todos esos lugares tan suaves donde estudió antes de venir a montar su loquera aquí. Algún día también recorreré esos lugares y estudiaré algo interesante, pase lo que pase. Entonces sí saldré, pero nunca con Ricardo o con Pascual, con ellos no llegaría más lejos de Toluca. Estoy loco. Ya encendí otro cigarro y con el día tan claro pueden ver el humo que sale tras la piedra; entonces, vendrá Humberto furioso, porque hace apenas una hora que me dijo todo. Al diablo, sé que el asunto no pasaría de, no pasaría de que Humberto, estoy tarado, debe ser por la cruda, nunca me ha visto fumar y no tiene por qué hacerlo ahora. Ya está; otra vez. Es una especie de airecito en el estómago; ahora, escalofríos. Cierro los ojos y empiezo a sentirlos húmedos y sacudo la cabeza y aprieto el puño y muerdo mis labios y me dan ganas de gritar o de quedarme aquí tirado toda la vida.
Sentimientos de rebeldía, inconformidad
Le siguió Ricardo, que había estado secreteán- dose con Hugo y Óscar. El canalla se levantó para decir:
—He decidido pelarme de casa, me iré tan pronto como sea posible. Él —me señaló, el canalla— está de acuerdo conmigo y piensa acompañarme.
Ya estaban ahí Ricardo, fumando como loco, Hugo y Óscar
Para entonces, Humberto me estaba cayendo de la patada: no por regañarme, sino por hacerme titubear. Siempre es lo mismo. Estuve a punto de gruñir que adoro el
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