Poesias Para Concursos
Enviado por gatbar1 • 15 de Septiembre de 2013 • 1.836 Palabras (8 Páginas) • 387 Visitas
Preámbulo de la loba
Debe quedar grabado en la conciencia.
que la justicia no es madera que crece en la montaña.
y mientras no sea semilla que se deposite en la tierra
para que el campesino la cultive,
seguirá siendo adorno en la elocuencia.
privilegio en las mentes cultivadas.
punto de apoyo en la ambición desmedida;
porque es la justicia como masa amorfa.
que cada quien ajusta a su medida.
La loba
Está cincelada en mi conciencia,
una efigie de barro humedecido,
y no en la sola conciencia de mi cuerpo
por la inútil protesta enmohecido,
sino en la recia conciencia de la idea,
en la fuerza de la razón,
y en la tibia dignidad que nos rodea.
En la efigie de una mujer,
de barro dije,
porque es la tierra la que nutre sus pesares;
es la tierra donde finca sus altares,
donde crece el débil y el más fuerte,
donde siembran la vida y cosechan la muerte.
Mientras canta el cenzontle
se trabaja la tierra;
mientras toda la flora se cubre de rocío,
la tierra se trabaja.
La yunta corta el surco cual filo de navaja
con la ilusión más santa,
que el jornal se termina,
cuando el sol ya declina
y el cenzontle no canta.
Ahí entre la huizachera y entre los matorrales,
muy cerca del encino donde la fronda oculta
la historia del nagual,
ahí vivió Nemecia,
su casita de palma tenía como chinámil
un cerco de acahual.
Fue ahí donde sus cantos arrullaron al hijo,
lo vio crecer sumiso y madurar violento,
siempre con la mirada perdida bajo el sol.
Crisanto era rebelde,
creía que era indigna la vida de su pueblo,
que era vano el esfuerzo y que era inútil su queja,
porque en la resolana siempre se confundía
su pena con la tierra y su cuerpo con las bestias.
y era peor que la bestia, más que todas las bestias,
porque dentro de su alma sangraba la protesta.
Nemecia era tan mansa como una corderita,
era enjuta y pequeña, olía siempre a campo
y a la fragancia tenue de las flores marchitas.
Era como una espiga entre flores de cactus,
y prodigaba su aroma en el sonido de su voz,
cual canto de la paloma.
Anudaba a sus trenzas la cinta de colotes
cobijando sus sueños bajo del toronjil,
cuando escuchó muy cerca el angustioso grito,
un niño la llamaba corriendo entre el calmil.
-¡Nemecia! -le decía-
Se llevan a Crisanto porque robó una vaca,
que's que’l es abigeo y te lo van a colgar.
Lo llevaron pal'cerro, -el niño repetía-,
se fueron por la joya y en el amate prieto
te lo van a colgar.
Mientras lloraba el niño. Nemecia se encrespaba
como animal salvaje a punto de atacar.
surgiendo el cambio brusco,
el cardo por el nardo. pantera por cordera.
de la ovejita mansa a la loba matrera.
Con la fuerza salvaje y transformada en fiera.
se levantó la madre,
ya no miró aquel niño
que triste suplicaba: ¡Reza Nemecia, reza!
¡Reza pa'que la Virgen te oiga, la Virgen es muy buena
y a ti te quiere mucho, porque le llevas flores
pa'que adorne su altar!
-¡No Chamol, ya no hay tiempo pal'rezo!
Nemecia ya no pensó en la Virgen, no suplicó a los santos
ni dobló las rodillas. Buscó entre los troncones
el machete de cinta y bien puesta la razón, .
y bien medida la calma, se fajó el corazón
y se fajó bien el alma.
Ni marañas ni piedras detuvieron sus pasos,
conocía bien las brechas porque sus pies enjutos
hicieron los caminos.
Y cortó esos caminos por los desfiladeros
como bestia acosada, la loba azuzada,
la garra afilada de una pantera.
Rastreando aquel monte no pensaba en nada,
olfateaba al hijo.
No pensaba en Dios que a las ciervas mansas
siempre las bendijo.
Maldijo las piedras que estorbaban sus pasos,
el charco lodoso que torció su camino;
maldijo a la mujer que parió la maldad en los hombres,
y que amamantó la mente que engendró la codicia.
Maldijo mil veces, todas las injusticias.
Olfateando cual perro de caza
no sintió fatiga ni sintió cansancio,
olvidó su sed y olvidó su hambre,
escalando el monte y pensando en su hijo.
Caminaba y dejaban sus pasos una sombra triste,
huella de martirio, huella de dolor.
huella de calvario.
Caminaba a grandes zancadas
con todo el impulso de su amor materno.
La guiaba su instinto, su rabia, su fuerza,
y el poder que lleva la madre en el alma,
como escapulario, clavado en el pecho.
Trasudando llegó hasta la loma .
frente a aquella turba que arrastraba a su hijo.
Levantó el machete y les gritó con rabia:
-¡Suéltenlo!-Y retumbó su voz entre las montañas-
¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo! –Y golpeó en el instinto de las alimañas.
Y fue ese grito un impulso, un rugido
que fue rebotando por todas las rocas,
por todas las piedras del monte;
y se hicieron mil voces,
mil voces rugiendo.
-¡Suelten a mi hijo, perros del infierno!
¡La voz retumbaba por toda la punta del cerro,
Por todas las grietas, por todas las cuevas!
-¡Suelten a mi hijo,
...