Principios De La Filosofia
Enviado por dariocor22 • 18 de Octubre de 2014 • 26.779 Palabras (108 Páginas) • 214 Visitas
MARVIN HARRIS
NUESTRA ESPECIE
En un principio
En un principio era el pie. Hace cuatro millones de años, antes de adquirir el uso de la palabra o de la razón, nuestros antepasados ya caminaban erguidos sobre dos pies. Otros simios conservaban el pie en forma de mano, propio de nuestro común pasado trepador y arborícola. Seguían, pues, dotados de cuatro manos. Los dedos de los pies eran grandes como pulgares y podían tocar todos los demás; servían para colgarse de rama en rama y alcanzar la fruta alta, situada lejos del suelo, pero no para soportar todo el peso del cuerpo. Cuando bajaban a tierra, para ir de una mata de frutales a otra caminaban generalmente a cuatro patas, tal vez como los gorilas y chimpancés modernos, que se desplazan con ayuda de patas cortas y gordezuelas, provistas de pies planos con el dedo gordo muy separado y largos brazos en línea recta desde los hombros hasta los nudillos. O quizá utilizaran las manos como los orangutanes modernos, para caminar con los puños. Al igual que los grandes simios, podían permanecer de pie o caminar a dos patas, aunque sólo momentáneamente y pequeñas distancias. Sus pies no sólo eran inapropiados para permanecer o caminar erguidos, sino que sus patas y nalgas carecían de los músculos que mantienen en posición vertical a los seres humanos. Asimismo, la columna vertebral describía un simple arco, carente de la convexidad estabilizadora que los humanos presentan en la región lumbar. A dos patas, más que caminar se tambaleaban, por lo que alzaban los brazos para guardar el equilibrio, quedando éstos inútiles para transportar objetos, excepto en distancias cortas.
Nuestros antepasados simios eran diferentes. Tenían pies como los nuestros, cuyos dedos no podían doblarse para asir o recoger objetos y que servían principalmente para permanecer de pie, correr, saltar o dar patadas. Todo lo demás era responsabilidad de las manos.
Mientras las manos tuvieron que hacer el trabajo de los pies, quedó menguada su habilidad como tales manos. Los grandes simios tuvieron que desarrollar un pulgar corto y regordete para no pisárselo al caminar con los nudillos o con los puños. Cuando el pulgar se hizo más largo y robusto, nuestros antepasados simios empezaron a poseer los más poderosos y tenaces, y sin embargo los más delicados y precisos cuartos delanteros manipuladores del reino animal.
¿Por qué creó la naturaleza un simio que caminase a dos patas? La respuesta tiene que encontrarse en la capacidad con que una criatura tal cuente para medrar en el suelo. Ningún animal grande camina por las ramas de los árboles y, menos aún, salta con dos patas de rama en rama. Pero el simple hecho de vivir en el suelo no sirve para explicar que vayamos erguidos. Vivir en el suelo es, ni más ni menos, lo que mejor hace la mayoría de los mamíferos, que, sin embargo (de los elefantes a los gatos, caballos y babuinos), se desplazan a cuatro patas. Un simio bípedo y bimano sólo tiene sentido desde el punto de vista de la evolución, porque podía hacer en el suelo algo que ninguna otra criatura había hecho nunca tanto ni tan bien: utilizar las manos para fabricar y transportar herramientas, y utilizar herramientas para satisfacer las necesidades cotidianas. La prueba, en parte, se encuentra en nuestra dentadura. Todos los simios actuales poseen caninos protuberantes -los colmillos que sirven para abrir frutos de cáscara dura, para cortar bambú, y también como armas que enseñan para amenazar o que se emplean en combates contra depredadores o rivales sexuales. Pero nuestros primeros antepasados bípedos y bimanos carecían de colmillos. Los incisivos que tenían eran ya de por sí pequeños; los molares, anchos y planos; las mandíbulas funcionaban más para moler y triturar que para herir y cortar. Luego, estos antepasados descolmillados, ¿eran inofensivos? Lo dudo mucho. La dentición humana transmite un mensaje diferente y más inquietante: son más de temer quienes blanden los palos más grandes que quienes enseñan los dientes más grandes.
El nacimiento de una quimera
Charles Darwin trató por primera vez del problema de la evolución humana en el libro titulado The Descent of Man, que se publicó en 1871, doce años después de escribir Origin of Species. En aquel libro Darwin sostenía por primera vez que «el hombre, al igual que las demás especies, desciende de alguna forma preexistente», que la selección natural sirve para explicar del mismo modo los orígenes humanos y los de cualquier otra especie, y que eso se aplica no sólo a nuestros organismos, sino también a nuestras capacidades «superiores», cognoscitivas, estéticas y morales que, a un nivel más rudimentario, se dan incluso entre criaturas tan humildes como los gatos y los perros. La impresión de que entre ellos y nosotros existe un corte profundo fue un malentendido originado por el hecho de que los protohumanos que poseyeron facultades físicas y mentales medianas fueron derrotados en la lucha por la supervivencia y la reproducción, quedando extinguidos hace mucho tiempo. Los grandes simios supusieron un sólido argumento a favor del origen evolutivo de los seres humanos. Mostraron que la forma humana no vivió un espléndido aislamiento del resto del inundo biológico. En sus esqueletos, su fisiología y su comportamiento, los chimpancés, gorilas y orangutanes presentan un extraño parecido con los seres humanos. Parecen miembros de la misma familia, aunque pobres y retrasados mentales. De hecho, el gran taxonomista sueco Carlos Linneo clasificó a simios y humanos dentro de la misma familia taxonómica mucho antes que Darwin. Hasta los biólogos opuestos al evolucionismo hubieron de admitir no haber podido encontrar razones puramente anatómicas en contra de la idea de considerar a los grandes simios como uno de los diferentes tipos de ser humano o a los humanos como un tipo de simio más. Por consiguiente, Darwin y sus seguidores, tras decidir que los humanos descendían de «una forma preexistente», nunca dudaron de que ésta tuvo que haber sido algún tipo de simio. Estas conjeturas motivaron la búsqueda de lo que se empezó a llamar «el eslabón perdido» (concepto inadecuado desde el principio por cuanto la evolución implica muchos eslabones, no sólo uno, entre especies emparentadas).
Los seguidores de Darwin cayeron en la trampa al tratar de describir el posible aspecto de este ser, mitad mono mitad hombre. Construyeron una bestia quimérica a partir de los rasgos que más asociaba la imaginación popular con la condición de mono y la de humano, respectivamente. La imaginaban dotada de un cerebro humano de gran tamaño y de una mandíbula simiesca con poderosos caninos. El propio Darwin contribuyó involuntariamente a esta creación imaginaria pronosticando que entre
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