Vivir Juntos
Enviado por feryleny • 8 de Junio de 2012 • 432 Palabras (2 Páginas) • 511 Visitas
Capítulo Octavo
VIVIR JUNTOS
Nadie llega a convertirse en humano si está solo: nos ha¬cemos humanos los unos a los otros. Nuestra humanidad nos la han «contagiado»: ¡es una enfermedad mortal que nunca hubiéramos desarrollado si no fuera por la proxi¬midad de nuestros semejantes! Nos la pasaron boca a boca, por la palabra, pero antes aún por la mirada: cuan¬do todavía estamos muy lejos de saber leer, ya leemos nuestra humanidad en los ojos de nuestros padres o de quienes en su lugar nos prestan atención. Es una mirada que contiene amor, preocupación, reproche o burla: es decir, significados. Y que nos saca de nuestra insignifi¬cancia natural para hacernos humanamente significati¬vos. Uno de los autores contemporáneos que con mayor sensibilidad ha tocado el tema, Tzvetan Todorov, lo ex¬presa así: «El niño busca captar la mirada de su madre no solamente para que ésta acuda a alimentarle o recon¬fortarle, sino porque esa mirada en sí misma le aporta un complemento indispensable: le confirma en su existencia. [...] Como si supieran la importancia de ese momento -aunque no es así-, el padre o la madre y el hijo pueden mirarse durante largo rato a los ojos; esta acción sería completamente excepcional en la edad adulta, cuando una mirada mutua de más de diez segundos no puede significar más que dos cosas: que las dos personas van a batirse o a hacer el amor» .
Siendo como somos en cuanto humanos fruto de ese contagio social, resulta a primera vista sorprendente que soportemos nuestra sociabilidad con tanto desasosiego. No seríamos lo que somos sin los otros pero nos cuesta ser con los otros. La convivencia social nunca resulta in¬dolora. ¿Por qué? Quizá precisamente porque es dema¬siado importante para nosotros, porque esperamos o te¬memos demasiado de ella, porque nos fastidia necesitarla tanto. Durante un brevísimo período de tiempo cada ser humano cree ser Dios o por lo menos el rey de su dimi¬nuto universo conocido: el seno materno aparece para calmar el hambre (casi siempre en forma de biberón), manos cariñosas responden a nuestros lloros para secar¬nos, refrescarnos o calentarnos, para darnos compañía. Hablo de los afortunados, porque hay niños cuyo desti¬no atroz les niega incluso este primer paraíso de ilusoria omnipotencia. Pero nuestro reinado acaba pronto, inclu¬so en los casos menos desdichados. Pronto tenemos que asumir que esos seres de quienes tanto dependemos tie¬nen su propia voluntad, que no siempre consiste en obe¬decer a la nuestra. Un día lloramos y mamá tarda en ve¬nir; eso nos anuncia y nos prepara a la fuerza para otro día más lejano, el día en que lloraremos y mamá ya no volverá.
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