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LA NOVIA MUERTA


Enviado por   •  30 de Marzo de 2014  •  33.118 Palabras (133 Páginas)  •  404 Visitas

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LA NOVIA MUERTA

La primera vez que vi a Jonathan Morgan, me aterroricé. Desde el momento en que le distinguí desde mi bicicleta, pese a los rayos de sol que me cegaban, hubiera debido darme cuenta de que era mejor mantenerme alejada de él. Me estaba acercando a algo peligroso y terrorífico.

Creo que en ese mismo momento supe que Jonathan me metería en líos. Pero una persona no siempre hace caso de su intuición, no siempre se guía por el sentido común, o al menos yo no lo hice.

Así que en un santiamén Jonathan me atrapó, me envolvió con su tristeza y me atrajo con su secreto: un enigma que se inició con un asesinato.

Todo comenzó en un bonito y caluroso día de finales de abril. Tomé prestada la bicicleta de mi hermano Kenny y salí a dar un paseo. Quería explorar Shocklin Falls, nuestro nuevo hogar.

La bicicleta de Kenny era un cacharro: una BMX pesada y lenta, con el asiento demasiado alto para mí. (¿Os podéis creer que soy más baja que mi hermano pequeño? ¡Qué rabia!) Me robaron la bicicleta de veintiuna marchas justo antes de mudarnos, así que no me quedaba otra elección.

Tengo dieciséis años y carné de conducir. Pero en coche no se puede explorar. Me chifla montar en bicicleta. Me encanta sentir el viento en la cara y los pedales bajo las zapatillas deportivas, esa sensación de control, el modo en que las piernas se me cansan y me late el corazón: me encanta la sensación de absoluta libertad. En un coche es imposible experimentar todo eso. Papá prometió que me compraría una bicicleta nueva en cuanto la compañía de seguros pagara por la que me robaron. Aunque yo no quería esperar tanto tiempo, mi padre no estaba de humor para discusiones.

Papá y mamá todavía estaban abriendo cajas. A ese paso no acabarían hasta las próximas Navidades. Parece mentira todo lo que una familia como la nuestra puede llegar a almacenar. Uno sólo cae en la cuenta cuando ha de mudarse a otro pueblo.

Bueno, el caso es que saqué la bici de Kenny y me fui a dar una vuelta. Soy una enana, tendría que haber bajado el sillín, pero me moría de impaciencia por salir y explorar Shocklin Falls.

Me había puesto unos pantalones cortos de color verde y una camiseta sin mangas azul eléctrico. Era el primer día realmente caluroso de la primavera y los rayos del sol de la tarde pegaban con fuerza. Tenía la espalda achicharrada. Me acababa de lavar el pelo; lo tengo rubio, largo y liso, y lo llevaba recogido con una cinta azul. Ya se secaría con el sol.

Se percibía un leve perfume en el aire. Al final de mi calle habían florecido los altos arbustos de cornejo. Era una sensación fascinante e irreal, como pasear bajo majestuosos arcos blancos. Más hermoso que la vida misma, pensé. Cuando voy en bicicleta me vienen a la cabeza ideas como ésta.

No tardé mucho en explorar Shocklin Falls. Es muy pequeño. La escuela universitaria donde papá y mamá empezarán a dar clases el próximo semestre está en un extremo del pueblo. Más allá hay unas calles tranquilas y sombreadas por hileras de árboles vetustos, alineados frente a unas pequeñas y hermosas viviendas.

Las casas grandes y lujosas están en las afueras, en la otra parte del pueblo, cerca de las cascadas. En el centro hay un pequeño barrio de tiendas, donde casi todos los edificios son de dos pisos. También hay un cine con dos salas, un banco, una oficina de correos y poca cosa más. El centro comercial mas cercano esta en Cedar, pasados dos pueblos.

Pedaleé despacio por delante de los establecimientos. Para ser un sábado por la tarde, no había mucha gente en las calles. Supuse que casi todos estarían en casa, aprovechando el tiempo primaveral para arreglar sus jardines y patios.

Una vieja furgoneta me adelantó ruidosamente. Tenía las ventanillas bajadas y un montón de chicos y chicas escuchaban en su interior una canción antigua de Def Leppard a todo volumen. A su paso, dos ancianas tomadas del brazo que iban a cruzar Main Street fruncieron el ceño y movieron la cabeza dando signos de desaprobación.

Me llamó la atención una tienda de bicicletas situada en la esquina de Main Street y Walnut. Bajé de la bici de Kenny y me acerqué al mostrador. Apoyé la nariz contra el cristal, intentando ver lo que había en el interior. Tenían una amplia gama de ofertas, así que decidí volver en otro momento para mirarlas con más detalle.

Volví a subir a la bici de Kenny y me deslicé hasta la calle, tratando de mantener el equilibrio. «¿Habré visto ya todo el pueblo?», me pregunté.

Pues sí, ya lo había visto todo.

Di la vuelta a la manzana de nuevo y me dirigí hacia las famosas cascadas, pues todavía no las había visto. La señora Pratte, la agente inmobiliaria que nos había vendido la casa, no paraba de decir entusiasmada que eran muy bonitas y espectaculares, así que me reservé la mejor parte del recorrido para el final.

La señora Pratte había descrito las cascadas como unas cortinas blancas y vaporosas que caían de lo alto de un barranco escarpado hacia el caudaloso río Monohonka.

Tenía mucha gracia para describir las cosas, una cualidad que posiblemente resulta muy útil para una agente inmobiliaria. Dijo que eran tan hermosas como las Cataratas del Niágara, pese a ser mucho más pequeñas, claro está. Desde el extremo superior de las cascadas se podían avistar tres pueblos.

Seguí pedaleando por la Main Street hasta pasar de largo el área comercial y no tardé en llegar al barrio elegante de Shocklin Falls.

Las casas eran enormes, algunas parecían mansiones. La mayoría tenían varios jardineros cuidando las plantas, arrancando las malas hierbas y quitando las hojas secas.

Me asusté un poco cuando un pastor alemán echó a correr hacia mí gruñendo. Su dueño le gritaba que volviera, pero el perro no le hizo ningún caso. Empecé a pedalear con todas mis fuerzas, levantándome del sillín para conseguir más velocidad. Gracias a Dios el perro se cansó después de perseguirme más de media manzana y se contentó con detenerse y ladrar, advirtiéndome que me mantuviera alejada.

- De acuerdo, de acuerdo. ¡Me doy por aludida! - le grité, sin dejar de darle al pedal, por supuesto.

Los bosques se vislumbraban tras las grandes casas. Los árboles estaban en su mayoría sin hojas, aunque ya empezaban a apuntar en las ramas los primeros brotes de la primavera. Una ardilla trepó precipitadamente a un árbol, asustada por mi silenciosa intrusión.

Encontré el camino para bicis del que me había hablado la señora Pratte. El sendero sinuoso que discurría entre los árboles se hacía cada vez más empinado a medida que se internaba en el denso bosque. Al cabo de unos diez minutos llegué a la cima. Me sentí orgullosa

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