México: Milagro o Mito
Enviado por sonia234 • 23 de Octubre de 2013 • Práctica o problema • 11.520 Palabras (47 Páginas) • 430 Visitas
México: ¿Milagro o Mito?
Carlos Sabino
La crisis de la deuda externa que, como vimos, tan duramente golpeara a Bolivia a partir de 1981, se extendió a todas las regiones del mundo a partir del colapso financiero mexicano de 1982. La situación de México, para ese momento, no era muy diferente a la de muchas otras naciones en desarrollo que habían confiado en el estado como promotor del crecimiento económico y de la justicia social, construyendo sistemas que suelen denominarse mercantilistas o intervencionistas (v. supra, capítulo 2). Pero México, además de ser uno de los grandes países del planeta por su población, economía y superficie, era también un país exportador de petróleo y el vecino siempre problemático de los Estados Unidos. No extrañará entonces que las repercusiones de su crisis fueran mucho más amplias y profundas que las de otros naciones que, en Africa, Europa Oriental, Asia y América Latina, atravesaban por circunstancias de algún modo similares.
Para nuestra región, por otra parte, México siempre ha sido un punto de referencia fundamental. Desde la legendaria Revolución Mexicana de 1910-17 hasta el nacionalismo de Lázaro Cárdenas en la década de los cuarenta, el país norteño ha ejercido una constante influencia política e ideológica, a pesar del curso singular que ha seguido su derrotero histórico, muy diferente en varios sentidos al del resto de América Latina. Porque México logró mantener, durante un largo período, un sistema político estable que combinaba ciertas formas democráticas con un cerrado autoritarismo, configurando un modelo peculiar de dominación que Vargas Llosa, con verdadero acierto, denominó "la dictadura perfecta".
La crisis significó para los gobernantes mexicanos un desafío sin igual: había que modificar la economía –y era necesario hacerlo en profundidad– pero no se quería desmantelar un sistema político y económico que tenía hondas raíces históricas y que tantos beneficios reportaba a quienes de él usufructuaban. A pesar de este delicado equilibrio las reformas, poco a poco, se fueron realizando, hasta que llegó un momento en que su éxito se mostró al mundo como completo e irreversible. Algunos, como siempre, llegaron incluso a hablar de un "milagro" económico mexicano, con lo que manifestaron entender bien poco, tanto de milagros como de economía. Pero, justo cuando parecía haber llegado el instante del triunfo final de quienes conducían las reformas, éste se convirtió en el imprevisible preludio de otra crisis, brutal por sus consecuencias, que despertó al coro de quienes siempre están dispuestos a señalar que el capitalismo agoniza y que las "políticas neoliberales" han fracasado sin el menor atenuante.
La realidad, como veremos enseguida, se encontraba bastante alejada de estos juicios extremos. Pero los profundos cambios que ha sufrido México en estos años nos autorizan a hablar de un vasto proceso de modernización –accidentado pero efectivo– que está haciendo emerger una sociedad muy diferente a la tradicional. Para comprender estos matices, para abarcar –aunque sea en parte– la complejidad de la transformación mexicana, será preciso que nos remontemos precisamente hasta los antecedentes del colapso financiero de 1982.
1 La Crisis de la Deuda Externa y sus Antecedentes
"Hasta que estalló la crisis [en agosto de 1982], México había disfrutado de cuatro décadas de crecimiento económico sostenido, ... que permitió una sub[id]a constante del producto por habitante, a pesar de una alta tasa de crecimiento poblacional. Entre 1940 y 1980 el PBI creció a una tasa anual promedio de 6,4%, por lo que el PBI per cápita aumentó 2,5 veces entre esos años." [Cartas, José María, El Caso Mexicano. Estabilización Macroeconómica y Reforma Estructural en el Contexto Político y Social, Ed. KAS-CIEDLA, Buenos Aires, 1993, pág. 9.] Este magnífico resultado, que contradice en apariencia la crítica al modelo de economía cerrada que venimos desarrollando en este libro, se debió a un conjunto de factores que es preciso tomar en cuenta para no arribar a conclusiones equivocadas. Entre ellos pueden citarse: a) los beneficios expansivos iniciales que produce toda política de sustitución de importaciones, especialmente en países grandes, donde es posible aprovechar ciertas economías de escala y un mercado interno potencialmente muy vasto (v. supra, 3.1 e infra, 14.1), lo que neutraliza en parte las deficiencias del modelo, al menos durante un cierto período; b) la proximidad con los Estados Unidos, que ha dinamizado siempre la economía mexicana y le ha permitido "exportar" una proporción signficativa de la mano de obra que no puede absorber su economía, provocando a su vez un flujo de remesas que envían los expatriados a sus familias; c) las exportaciones petroleras, que dieron al estado mexicano un margen de maniobra para mejorar sus balances fiscales y realizar inversiones de importancia que otros estados no tuvieron la posibilidad de efectuar, y d) la aplicación de sanas políticas fiscales y monetarias durante las primeras tres décadas, aproximadamente hasta el boom petrolero de 1974, [V. Cartas, íd., pág. 10. Algunos de estos fenómenos los estudiaremos con más detalle cuando veamos en caso venezolano, en el siguiente capítulo, ya que en ese país también hubo una sana política fiscal hasta 1974 y los efectos de los ingresos petroleros han sido aún más amplios y fáciles de percibir.] pues no se recurrió a un endeudamiento desordenado ni se admitieron déficits que pudieran ocasionar inflación.
Buena parte de este crecimiento, además, puede ser atribuido al marco político estable en que se desenvolvió la economía mexicana desde los años treinta. Con un sistema político sui generis, heredero de la revolución de 1910 y consolidado con la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), México logró evitar un fenómeno característico de la región y muy dañino para el crecimiento: la debilidad de los gobiernos civiles, con su secuela de inestabilidad política y recurrentes dictaduras militares. Lo hizo, sin embargo, erigiendo un sistema político centralizado y discrecional –que integraba la disidencia siempre y cuando se aceptara su hegemonía fundamental– y convirtiendo al PRI en un partido de estado, que permitía el juego democrático formal siempre y cuando éste no afectara su monopolio del poder.
Del contenido casi socialista que había tenido la revolución a principios del siglo se fue pasando, en una transición que abarca aproximadamente hasta 1950, a un sistema de tipo mercantilista casi sin fisuras que se mantuvo con muy pocas modificaciones durante décadas. Se dio cabida a un sector privado importante, pero siempre ligado estrechamente al poder político, lo que permitió
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