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Víctor Andres Belaunde : Pensamiento Peruanista

rosirc19 de Octubre de 2013

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PERUANIDAD - EL LEGADO DEL IMPERIO III

EL LEGADO DEL IMPERIO

El Perú comprende hoy la mayor parte de los territorios a los que se extendió el Imperio incaico y una enorme masa de nuestra población desciende de las tribus que formaron el Tahuantinsuyo. Existe pues entre el Perú actual y el Incario el elemento de la continuidad geográfica y, en gran parte, el elemento de la continuidad biológica. ¿Puede afirmarse también que existe continuidad psíquica? ¿Podemos contemplar la peruanidad como la continuación del Incario por lo que se refiere al alma colectiva? ¿Conquista e independencia serán simples episodios políticos que determinaron transformaciones en la superestructura de un pueblo que permaneció el mismo síquicamente hasta el momento actual? ¿Será cierta la frase de González Prada cuando afirma: “No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por la muchedumbre de indios diseminados en la banda oriental de la cordillera”?.

Como veremos luego, la Conquista representó una transformación biológica en la población peruana, por obra del mestizaje y una transformación cultural por el aporte de factores espirituales que han moldeado no solamente a la población mestiza, sino a la propia población indígena. Hay más –y esto es lo fundamental. No podemos considerar el Incario como una verdadera nación. Es verdad que la unidad política que creó el Imperio constituye un elemento que se ha transmitido a la peruanidad, pero no puede afirmarse que haya existido un alma incaica, una conciencia nacional, en el Tahuantisuyo, que haya perdurado y que pueda considerarse como subsistente hoy mismo, como la forma sustancial, diríamos en términos escolásticos de la peruanidad.

Nuestra entusiasta admiración por la obra de los Incas, desde el punto de vista de la unidad política, de la técnica administrativa, de la justicia social, de los caminos e irrigaciones, no nos puede llevar a atribuir al Imperio incaico algo que éste no pudo, aun por razón de tiempo, formar en las tribus que sometió: una conciencia nacional.

El estado universal andino.

Este Estado universal andino que se origina venciendo obstáculos iniciales y se desarrolla con el estímulo de la presión exterior, factores que para Toynbee tienen importancia fundamental, no constituyó una verdadera nación; fue simplemente una estructura política comparable a los Estados universales o Imperios creados igualmente por élites geniales y que no lograron transformarse en verdaderas nacionalidades. La Nación tiene por su naturaleza un carácter limitado, no diré localista, pero preciso y determinado, en tanto que el Imperio tiende por su naturaleza a la universalidad. El elemento psíquico, que es el determinante, existe en los Imperios -y en esto no es una excepción el Incaico- solamente en la élite, pero no en la masa. En tanto que el alma nacional, en diversidad de grados, debe hallarse difundida en el cuerpo de la Nación. Las modernas naciones aparecen animadas de un espíritu que se forja a través de una complicada evolución histórica. Este espíritu ha sido acentuado por la estructura política peculiar a la índole geográfica de cada región. En cambio la estructura imperial supone un régimen rígido y de base principalmente material o guerrera bajo el dominio exclusivo de los núcleos tribales dirigentes sin importar la fusión total de los elementos sometidos.

Esta maravilla histórica, que es el Estado universal andino, ha transmitido un precioso legado de unidad política, eficiencia administrativa y económica, a la nacionalidad peruana, pero no puede decirse que constituya la plena iniciación de la peruanidad tal como existe hoy. Aunque este punto de vista respecto de la relación entre la civilización prehispánica y las nuevas naciones no han sido objeto, que sepamos, de estudios especiales, puede decirse que él se encuentra ínsito en las más grandes autorida- des que se han ocupado del Incario.

Complejidad de los elementos del incario.

La unidad política establecida por la conquista incaica no pudo determinar la fusión absoluta de esos elementos en lo que podríamos llamar una entidad nacional. El mismo Means lo reconoce cuando dice: “Fue además un Estado muy seriamente organizado y rígidamente sometido a la autoridad central en la persona del Inca; y sin embargo era, por lo que se refiere a la masa del pueblo, fuertemente regionalista en su carácter, teniendo cada tribu su propia organización y sus actividades locales, estando unidos al gobierno imperial sólo a través de la jerarquía de los oficiales de la tribu y del imperio”.

En la realidad el Imperio fue una superestructura, una fuerte integración política, pero que dejó persistentes las características de los elementos locales. En la estructura general del Imperio se destacó una verdadera dualidad. Luis Baudin, en su fino y penetrante estudio “Empire socialista des lncas” destaca esa dualidad con estas palabras que conviene citar: “El sistema peruano se superpuso a las comunidades agrarias antiguas sin destruirlas, como el culto del sol se superpuso a los cultivos locales, el quechua a las lenguas regionales, -el matrimonio por donación al matrimonio por compra”. Como el alma colectiva se refleja en la lengua, la prueba de nuestra tesis se halla en la conservación de la diversidad de lenguas a la cual también se refiere Baudin: “Sin embargo, como una gran parte del Imperio fue conquistada solamente poco tiempo antes de la llegada de los españoles, los pueblos de esos países no olvidaron su propia lengua, y como por otra parte los Incas establecían en las regiones sometidas tribus que venían de muy lejos, que no habían perdido tampoco su propia lengua, resultaba en ciertos lugares una triple superposición de dialectos”.

La conciencia imperial de la élite incaica

No cabe suponer que pudieran contrarrestar el efecto del localismo lingüístico, religioso, económico y ciertos aspectos administrativos, las reglamentaciones estrechas y definidas del Imperio, la obra de caminos, el admirable sistema de justicia y previsión social y el violento traslado de las tribus a diversas regiones para asegurar, más que la asimilación general, el orden público. A pesar de esta obra, el mismo Baudin tiene que confesar lo siguiente: “En los Incas la vida entera se refugia en la sola clase dirigente y esencialmente en el jefe; fuera de él y su familia, los hombres no son hombres, sino piezas de la máquina económica y números de la estadística administrativa”. Y luego agrega, más concretamente: “El Imperio peruano se resumía en un pequeño número de inteligencias que absorbía la vida entera del país”. Estas citas confirman nuestra tesis de la existencia de una conciencia imperial de la élite, constituida natural-mente por la aristocracia incaica pero sin una proyección efectiva en el resto de la población. No cambió el carácter de esta limitada conciencia imperial la sabia política de los incas, de asimilar a la aristocracia provincial. Recuerda Means que en el Colegio reformado por Pachacútec se recibía no sólo a los miembros de la casta imperial sino a jóvenes de la nobleza provincial que podía llegar a ser influida por la idea incaica y convertirse en agente para la propaganda incaica. La educación de la élite provincial en la época de uno de los últimos incas no logró modificar, en la masa, las modalidades y características que tenían antes de su incorporación al Imperio.

Claro está que existió siempre un gran prestigio en todas las tribus, unido al recuerdo de los Incas, prestigio que perduró, como observa Humboldt, hasta en la revolución de Túpac Amaru, realizada, por otra parte, en una zona en que la influencia incaica fue más antigua y más intensa. Pero ese prestigio semejante al de la autoridad romana en el territorio de ese Imperio no puede confundirse con la conciencia de la unidad nacional.

La unidad política del Incario, unidad imperial y por lo mismo universalista, fue la creación genial de una aristocracia efímera, una construcción mecánica que se extinguió con la desaparición de la clase dirigente. No cabe, tampoco, considerar nuestra conciencia nacional en relación con las tri-bus que formaban el Imperio, porque esas tribus, como lo hemos notado, presentaban elementos diversos, perfectamente diferenciados, que por la multiplicidad de lenguas y hasta de notas culturales podían estimarse como núcleos de distintas entidades primitivas.

La unidad nacional que hoy reúne todos esos elementos no ha sido el fruto exclusivo de la unidad política, sino el resultado de muchos factores. La unidad política incaica fue reemplazada por la unidad política de la burocracia española, y ésta como lo hemos dicho, por la burocracia criolla o mestiza. El efecto de esa continuidad, la mayor o menor amplitud en la selección de la clase dirigente y las nuevas transformaciones biológicas, económicas y culturales, han sido las verdaderas forjadoras de nuestra conciencia y unidad nacionales a través de un proceso histórico que ha durado cuatro siglos y bajo la inspiración realmente unificadora de la religión católica.

El legado de la unidad política.

Destácase sobre todos los caracteres del Imperio incaico la unidad política, unidad que fue la base de su grandeza, unidad que fue una obra milagrosa, realizada contra las dificultades territoriales y las diversidades étnicas. Hemos mantenido ese legado de la unidad política. Podría decirse que España, sobre todo la España de Carlos V, Estado imperial como el Incaico, quiso conservar, bajo un solo mando, el vasto territorio del Tahuantinsuyo.

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