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1880-1914: El despertar de la produccion fabril, la simiente y la planta

jonathhhhhhan19 de Mayo de 2015

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1880-1914: EL DESPERTAR DE LA PRODUCCIÓ FABRIL, LA SIMIENTE Y LA PLANTA

Las últimas décadas del siglo XIX registraron un veloz crecimiento de la economía y la sociedad argentina.

Las exportaciones se expandían como si no tuvieran límites y su producto permitía pagar las importaciones y una parte de las deudas con el capital extranjero. Los inmigrantes arribaban masivamente a estas tierras, esto generaba casi automáticamente nuevos mercados, y con ellos, negocios de todo tipo; la urbe se expandía y se transformaba en una de las más grandes del mundo; la gran ciudad demandaba trabajo y ofrecía un mercado.

La expansión de las líneas ferroviarias comenzaba a crear un gran mercado nacional, esa red contribuía a promover el auge de aquellos polos del interior del país donde actuaban La Forestal, los ingenios azucareros y las bodegas mendocinas.

La Conquista del desierto liberó más de un millón de kilómetros cuadrados a la explotación rural, ofreciendo nuevas bases para el desarrollo agrario.

La actividad productiva se desenvolvía en condiciones especiales; la especulación se apoyaba en la apuesta de un país cada vez más grande, y muchas inversiones se realizaban como respuesta a esa euforia que era vivida como una confirmación del futuro.

En 1900 la red ferroviaria argentina era la décima en el mundo por su extensión; no todas las empresas mostraban el mismo comportamiento, pero el patrón general hacía que dilapidaran su capital: se construían más líneas que las necesarias. El monto acumulado de estas operaciones impondría posteriormente una severa sangría de recursos.

La expansión del sistema era tan veloz que nadie parecía reconocer, ni preocuparse, por el hecho de que se basara en quipos técnicos cada vez más atrasados.

Las elevadas tasas de ganancia de esas actividades básicas ponían un límite a las posibilidades de invertir en el sector industrial.

Eso explica que buena parte de las implantaciones fabriles registradas en las últimas décadas del siglo pasado nacieran ya grandes, basadas en sectores protegidos, beneficiadas por causas nacionales o por medidas nacionales. Estas empresas se ubicaron en Buenos Aires.

El progreso incluyó a dos núcleos específicos que se consolidaron en el interior del país y tuvieron gran impacto en sus áreas de acción: los ingenios azucareros en Tucumán y las bodegas en Mendoza.

El detalle de la evolución de cada uno de esos grupos permitirá contar con una visión de conjunto de la situación en esa época formadora de la nueva sociedad argentina.

Los frigoríficos

La carne procesada por los saladeros había mostrado que solo los esclavos del Norte de Brasil o los que trabajaban en algunas islas del Caribe “aceptaban” comer esa carne dura y de desagradable sabor. Las exportaciones argentinas estaban limitadas por las dimensiones de la demanda, y amenazadas por el combate contra la esclavitud que pronosticaba el fin de las posibilidades para ese producto en un plazo relativamente breve.

La mayoría de ellos prosiguió sus operaciones mientras dispuso de mercados y cerró sus puertas a medida que éstos se agotaban. Carentes de impulso técnico y empresario, fueron muriendo gradualmente.

Los saladeros continuaron su predominio en el negocio de la carne durante las últimas décadas del siglo XIX y comenzaron a declinar luego de 1902.

El frigorífico comenzaba a reemplazarlos, pero recién en 1904, las compras de ganado por parte de los frigoríficos fueron mayores que las de sus antecesores.

La posibilidad de una alternativa para enviar carne a mercados distantes en el mundo interesaba a diversos agentes en el siglo XIX.

Los primeros intentos mostraban que se podía llegar en condiciones razonables a los grandes mercados del mundo y, sobre todo, a Gran Bretaña.

El primer frigorífico nació de un saladero convertido; de allí se despacharon las primeras reses congeladas con destino a Londres en 1883.

En 1885, la fuerza gravitatoria de Buenos Aires se hizo sentir en la instalación en Avellaneda del frigorífico Sansinena, formado en parte por capital local. Ese establecimiento, que se conocería luego como La Negra, fue el primero y por un tiempo el único; el procesamiento de la carne daba trabajo a las masas de la zona y atraía migrantes.

En poco tiempo, un grupo de grandes empresas dominó todo el negocio frigorífico; las inversiones requeridas para instalar una planta eran considerables; éstas duplicaban el tamaño de las erigidas en Australia en esos mismos años.

Los sucesivos gobiernos argentinos estimularon la instalación de frigoríficos con la rebaja de impuestos y hasta la oferta de subsidios.

El desarrollo del sistema dependía de la mejora de la oferta de ganado, así como de cambios técnicos y operativos en el transporte naval y en el mercado de consumo británico, factores que pusieron límites al ritmo de su implantación.

La Guerra de los Bóers, primero, y la clausura del mercado británico al ingreso del ganado argentino en pie, debido a un brote de aftosa, marcaron el lanzamiento definitivo del sistema con sus dos trazos básicos: el predominio de la evolución del mercado británico y el rol del frigorífico como eje de la manufactura y del comercio de carne.

En ese entonces, las empresas operaban ya con un sistema de acuerdos de control del mercado que les deban considerables beneficios.

Las tareas eran muy simples, apenas un poco más sofisticadas que en los saladeros, sólo las instalaciones de frío requerían atención y mantenimiento. Durante largas décadas no se aprovecharon los subproductos cárnicos y no se establecieron normas de trabajo ni de eficiencia.

El impulso otorgado al negocio a partir de 1900 se verifica en la instalación de cuatro nuevos frigoríficos en la Argentina, todos nacidos grandes y con presencia de capital inglés.

La industria frigorífica en esos años estaba formada por siete plantas, todas muy grandes.

La concentración operativa de los frigoríficos fue paralela a la concentración geográfica, los frigoríficos condicionaron la evolución del mercado, desde las relaciones con los ganaderos hasta los convenios de fletes, y facilitó su “trustificación”

La pasividad del gobierno y de los grandes ganaderos locales frente a esa práctica se suma al carácter de los dueños del negocio no solo para explicar no solo la permanencia del oligopolio sino también la falta de todo incentivo para el progreso técnico.

El impulso exportador llevó a la oferta de carne argentina a captar el 64% de las importaciones británicas de ese producto en 1912. A partir de 1905, las exportaciones locales lograron superar en volumen a los Estados Unidos. La Argentina contaba con notables ventajas de costos, éstas vendían en 1905 la carne en Londres más barata que en Buenos Aires, pese a los costos de preparación y transporte. Una parte de esa diferencia se originaba en los costos del ineficiente comercio local de carne que era protegido por las autoridades.

En 1907, Swift generó un shock en el mercado local al comprar el establecimiento de La Plata y luego otros en la Patagonia. Su ingreso marcó un punto de inflexión en la evolución del sector; la empresa se implantó definitivamente gracias al progreso técnico.

Los frigoríficos norteamericanos trajeron nuevas técnicas productivas a las pampas; impusieron la carne “enfriada”

Los frigoríficos fueron los “adelantados” de la industria local y exhiben los rasgos que la caracterizarían. Las plantas eran muy grandes; la producción era rutinaria y requería escasa tecnología.

Las industrias porteñas

Buenos Aires era una gran ciudad, con rápido crecimiento de la población y elevado ingreso per cápita. Ese mercado demandaba bienes de todo tipo en grandes cantidades y algunos de ellos podían ser abastecidos a partir de la producción local, las ventajas posibles eran varias.

Cada una de esas razones, o la combinación de varias, explica el surgimiento de grandes empresas fabriles desde la década del ochenta del siglo pasado.

En enero de 1884 se estableció en Buenos Aires la Fábrica Argentina de Alpargatas; la planta asombró a los porteños por su tecnología y su tamaño; en su origen ocupaba 300 operarios, que ya eran 530 en 1887. El censo de ese año dice que era la única planta de dimensión apreciable en el ramo.

El rol clave de la dirección porteña era lógico dada las dificultades de las comunicaciones con Europa, que obligaban a delegar el poder de decisión en manos locales.

Alpargatas comenzó haciendo el calzado que la hizo famosa, pero muy pronto comenzó a diversificarse en otras actividades textiles.

En 1889 se estableció otra gran empresa textil, la S.A. La Primitiva, que se dedicaba a la fabricación de sacos y lonas impermeables; a comienzos del siglo su capital superaba los dos millones de pesos y daba trabajo a 700 asalariados.

En 1892 el ministro del interior daba un informe que señalaba 296 fábricas nuevas que ocupaban 12.000 personas y citaba algunas de ellas como prueba. En 1899, Otto Bemberg fundó la Brassere et Cervecerie Quilmes, que desplazó a Bieckert del liderazgo en ese mercado. Esa nueva planta era la mayor fábrica de cerveza del mundo a comienzos del siglo XX.

La presencia de Quilmes impulsó a León Rigolleau, un fabricante de vidrio, a instalarse en Berazategui para estar cerca de su principal cliente.

En 1901, Vicente Casares fundó La Martona, para producir lácteos. La empresa contaba con 350 personas para repartir 20.000 litros diarios de leche y entre 3 y 4

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