CONQUISTA DE MEXICO
Enviado por YankeeRC • 14 de Mayo de 2015 • 2.230 Palabras (9 Páginas) • 153 Visitas
LA CONQUISTA DE MEXICO
Hace mucho, mucho tiempo en Tenochtitlán un día se corrió la voz...
Habían llegado unas como torres o quizás cerros pequeños flotando por el mar. En ellos venían gentes extrañas. Hombres con la piel clara y unas barbas muy largas.
Moctezuma, nuestro señor de Tenochtitlán, estaba preocupado por hechos extraños que había soñado y se afligió aún más con estas noticias. Consultó a los sabios. Según los códices, había presagios de que por este tiempo iba a regresar el venerado dios Quetzalcóatl. Al partir, muchísimos años antes, así lo había anunciado ya.
Nació en Moctezuma una duda. ¿Era ésta la tan esperada llegada de Quetzalcóatl? ¿Regresaban los dioses? Mandó embajadores a la costa para conocer a los recién llegados, para conversar con ellos. Les envió maravillosos regalos: un disco de oro y otro de plata, con figuras representando al sol y la luna; joyas y piedras preciosas; muchas mantas y un traje ricamente bordado, por si fuera necesario engalanar al buen dios que tanto se esperaba.
Los embajadores se acercaron en canoas hasta los barcos. Subieron, y allí conversaron. Hablaban distintos idiomas: nuestros embajadores, el náhuatl; los blancos, quienes, más tarde supimos, eran españoles, una lengua llamada castellano. Los acompañaban los intérpretes: Malintzin, una joven indígena que hablaba las lenguas maya y náhuatl, y Jerónimo de Aguilar, un náufrago español que conocía el maya. Los españoles quisieron impresionar a los embajadores, y dispararon los cañones y unas armas más pequeñas; las llevaba cada uno y se llamaban arcabuces. El estruendo de los disparos causó pánico entre los embajadores. Nosotros no conocíamos las armas de fuego. Luchábamos con flechas, con lanzas y con los macuahuitles, una especie de garrotes con pedazos de obsidiana incrustados. Esta piedra tan dura la tallábamos para hacer puntas de flecha y joyas muy hermosas. Los españoles, por su parte, recibieron con gran contento los regalos de oro. Trataron con amabilidad a los mensajeros, los cuales regresaron presurosos a Tenochtitlán para informar a Moctezuma. Le mostraron las pinturas que habían hecho de los españoles, y le dieron noticia de cuanto habían visto. Moctezuma se intranquilizó más. Era difícil saber quiénes eran los extranjeros. Quizá fueran los dioses benignos. Pero también podían ser sólo enemigos. ¿Cómo saberlo? Moctezuma envió toda clase de magos hechiceros y brujos a la costa para impedir que los de piel clara y barbas largas se acercaran a México-Tenochtitlán. Los españoles, sin embargo, desembarcaron y emprendieron una lenta marcha hacia nuestra ciudad. En el camino se aliaron con algunos pueblos y pelearon contra otros. Los tlaxcaltecas, con quienes los mexicas manteníamos de tiempo atrás una guerra permanente, enviaron antes a un grupo otomí para probar la fuerza de los que llegaban. Al ver que los otomíes fueron fácilmente vencidos, los tlaxcaltecas prefirieron hacer la paz con los españoles. Los recibieron como amigos. El viejo señor Xicoténcatl acordó la alianza con los recién llegados. Les contó que, camino a Tenochtitlán, en un pueblo cercano, vivían los cholultecas, peligrosos enemigos. La noticia de la matanza se difundió por todas las regiones, creando temor y tristeza en los poblados.
Unidos, tlaxcaltecas y españoles emprendieron la marcha. Llegaron a Cholula, ciudad amiga de los mexicas, donde existían muchos hermosos templos. El principal de todos era una gran pirámide, tan alta que parecía un monte. Allí estaba el santuario del dios Quetzalcóatl.
Nadie salió a recibirlos. Los de Cholula se reunieron en el atrio. Cuando todos estaban congregados, los españoles cerraron las entradas. En el gran patio, frente al templo, españoles y tlaxcaltecas juntos, atacaron a los cholultecas. Cerradas las salidas, nadie podía escapar. Fue una matanza enorme sin importar edades algo brutal. Algunos creen que los españoles, al no haber sido recibidos, temieron caer en una emboscada. Los mexicas decían que este sorpresivo ataque fue promovido por los tlaxcaltecas.
Nadie se interpuso a los españoles en el resto del camino. Siguieron su viaje y, a poco menos de siete meses de su desembarco, ellos y sus aliados pasaron por las faldas del Popocatépetl rumbo al valle donde se encontraba Tenochtitlán. Después supimos que, al acercarse a la ciudad, se maravillaron; los que estaban viendo les parecía como un sueño. Entraron por la calzada de Iztapalapa. El pueblo se encontraba sorprendido ya que avía personas de diferentes colores formas apreciadas de vestidura y aspectos físicos y los miramos pasar montados en animales que no habíamos visto nunca, como venados sin cuernos: los caballos. Portaban armas extrañas y terribles —ésas que habían descrito y dibujado los embajadores—, y muchos de ellos vestían armaduras, trajes de hierro. Sus perros eran enormes y peludos, distintos de los nuestros. Con temor los vimos pasar. Eran gentes de otras tierras jamás vistas. No sabíamos de dónde venían ni cuáles eran sus dioses, o si ellos mismos eran dioses que venían a juzgar por no haberlos complacidos en sus sacrificios o porque no venían a darnos un lindo premio. No sabíamos qué querían de nosotros y de nuestra ciudad, ni quienes eran. Moctezuma salió a su encuentro, acompañado por todos los grandes señores. Por medio de los intérpretes Malintzin y Jerónimo de Aguilar se dirigió a Hernán Cortés, el jefe de los españoles:
—Señor nuestro, te has fatigado, te has cansado, has llegado a tu ciudad, a México-Tenochtitlán.
Así habló Moctezuma. Pocas ciudades en el mundo eran tan hermosas como la nuestra: con sus templos y palacios pintados de vivos colores en el centro de un lago; con sus calles y sus canales y sus casas bien construidas, todo hecho por nosotros y nuestros dioses. En las canoas había músicos. Agasajamos a los recién llegados con regalos y guirnaldas de flores. Y los alojamos en el palacio del antiguo rey Axayácatl. Los españoles admiraron la ciudad y contemplaron los edificios del Templo Mayor, adornado con pinturas y estatuas de dioses. Al día siguiente, Moctezuma los recibió en su palacio: ahí les enseñó los jardines y su parque de animales. Y los llevó también a Tlatelolco a visitar el templo situado en lo alto de la gran pirámide. Quedaron asombrados ante el mercado: el rumor de la gente comprando y vendiendo joyas, hierbas, trajes bordados, comida, plumas de pájaros de tierra caliente. Había toda clase de adornos y todo lo necesario para la vida de la ciudad...
Mirábamos con sorpresa a los españoles y lo que éstos habían traído: los caballos, los grandes perros, las armaduras y los cañones. Y nos extrañó su forma de comportarse: parecían gente resuelta. Cuando Moctezuma
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